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5 de mayo 2024
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“Napoleón”, otra apuesta épica de Ridley Scott

“Napoleón”, otra apuesta épica de Ridley Scott
Alex Quezada
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“Mi querida Josephine. Hoy estoy triste. Alejandro I me ha traicionado y me forzó a invadir Rusia. Está decidido a abrir sus puertos a Inglaterra y cobrarnos impuestos. Debo eliminar mi melancolía y partir hacia Moscú. Convencí a los jefes de Europa de esta decisión; así que comando las fuerzas combinadas de Francia, Austria, Italia, Alemania y Polonia. No veo más que éxito en mi futuro.”

El párrafo anterior -escrito rumbo a la batalla de Austerlitz (02.12.1805) evidencia parte del nivel de megalomanía y temperamento de Napoleón Bonaparte (1769-1821), quien no escatimaba momento alguno para estar en contacto con su mal reputada esposa mediante cartas, en un ejercicio casi epistolar.

Él, virtualmente arrodillado ante Josephine de Beauharnais, en un vínculo de dependencia emocional, obsesiva y enfermizo; sin recapacitar que la reciprocidad no sucede con igual proporción; quedó hechizado cuando, recién conocidos, ella, consciente de sus recursos eróticos, abrió sus piernas, levantó su falda y le advirtió: “Si mira hacia abajo verá una sorpresa. Y cuando la vea siempre la querrá.” Y así sucedió, sucumbiendo ante aquella nativa de Martinica, acomplejada de su mala ortografía y poco estética dentadura; madre de dos niños -Eugene y Hortensia-, viuda del militar y vizconde guillotinado, Alexandre François Marie de Beauharnais, su esposo entre 1779 y 94.

A Josephine la conoció entre agosto y septiembre de 1795; ella con 32 años -seis mayor que él- y, a pesar de ser detestada por la familia del militar, mantuvieron matrimonio entre 1796 y 1810. Esa obcecada y turbulenta pasión; enmarcada de excesos, política y sangrientas batallas que costaron la vida a más de tres millones de personas; es una de las columnas temáticas de “Napoleón”, el evento cinematográfico de alcance épico que llega a las pantallas este 22 de noviembre bajo la firma del director Ridley Scott (Reino Unido, 1937, poseedor de una sólida filmografía que aún no le ha generado un premio Oscar en sus cuatro nominaciones).

 

Como es sabido, Jesucristo, Hitler y Napoleón comparten un perenne interés de la industria cinematográfica; generando cada uno extensas filmografías que ya alcanzan niveles antológicos. La del insigne militar francés destaca desde 1927 con la ya categorizada como Obra Maestra del cine mudo, ‘Napoleón’ de Abel Gance, interpretado por Albert Dieudonné; un gran fracaso económico, que a la vez fue precursora de muchos hitos técnicos -multicámara, exposición múltiple, cámara bajo el agua, proyección de múltiples pantallas, y otros efectos- ​que más adelante serian modernizados, incluyendo el formato Imax. Gance, quien dedicó gran parte de su labor a llevar a la pantalla mucho material literario clásico, abordó al personaje en otros cuatro filmes posteriores hasta 1971.

Siempre ha sido un desafío encarnar a este hombre histórico (portador de varios rangos militares, además, Primer Cónsul (1799-1804) y Emperador (1804-1815), que ha tenido interpretaciones en promedio bien valoradas como las de Charles Boyer (en ‘Maria Walewska’ de 1937); Marlon Brando (en ‘Desirée’ de 1954); Pierre Mondy (en “Austerlitz”, de 1960, también de Gance); Rod Steiger (en ‘Waterloo’ de 1970); o Patrice Chéreau (en ‘Adiós, Bonaparte’, de 1985)

 

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El filme de Scott, con guion de David Scarpa (responsable de ‘Todo el dinero del mundo’, ‘Ultimátum a la Tierra’ (2008) y ‘La última fortaleza’) es una pasarela de alto costo para Joaquín Phoenix -cuatro veces nominado, y ganador del Óscar por ‘Joker’– y cuyo Napoleón no nos deslumbra del todo, pues luce una pasmosa rigidez durante la mayoría del tiempo; que no logra relajarse ni aunque se encuentre en un prostíbulo. Sin embargo, nos compensa cuando su lado más vulnerable sale a flote en las escenas relacionadas e íntimas con Josephine, encarnada por Vanessa Kirby -esa maravillosa princesa Margaret de la serie ‘The Crown’- que en esta ocasión es lo mejor del reparto.

El apetito del líder militar por la dama (de turbulento pasado, influyentes conexiones sociales, sexuales, y políticas; ex encarcelada cinco días después de un Golpe de Estado y de la ejecución de Maximilien Robespierre, que puso fin al llamado Reinado del Terror (1793-94)), solo es comparable con su admiración por Alejandro Magno, su ego y amor por Francia. El militar, nativo de la isla de Córcega, ansioso y necesitado de posicionamiento social que genere la confianza de sus superiores; con sus modales toscos, y obsesionado por engendrar un hijo que prolongue su legado; luce frágil ante la frialdad, artimañas, infidelidades y ausencia de la dama.

Ella, ya con rango de emperatriz, apática y distante en demostrar afecto como lo evidencian muchas cartas de Napoleón, hambriento por saber de ella; encontró forma de hacerle llegar algunos párrafos como este: “Napoleón, tus cartas siempre alegran mi corazón. Temo por ti, recuerda que solo yo conozco tu salud, tus miedos. Mi agradecimiento y mi amor siempre serán eternos.” Pero su misión básica nunca fue lograba. Incapaz de concebir el anhelado hijo, y consiente de la conveniencia de mantenerse bajo amparo de su atípico esposo; acepta su apareamiento con otra jovencita, y un traslado a su Castillo de Malmaison, cerca de París, donde será cortejada por amantes y hombres de alta alcurnia.

En su búsqueda de sucesión, Napoleón casó en 1802 a su hijastra Hortensia con su hermano Luis Bonaparte, y los nombró reyes de Holanda. De esta unión nació Napoleón III, emperador de Francia entre 1852 y 1870. Por su parte, Napoleón también tuvo varias amantes -entre estas a criadas y damas de compañía de Josefina-, y embarazó a la jovencita camarera de 17 años Élénore Denuelle de la Plaigne, quien alumbró un hijo ilegítimo en diciembre de 1806, el conde Léon Denuelle.  En 1809 otra amante, la condesa polaca Maria Walewska, le reveló su embarazo. Al año siguiente se pronunció el divorcio de Josephine; y en 1811 Napoleón contrajo matrimonio con la Archiduquesa María Luisa de Austria, con la que tuvo un hijo ese mismo año: Napoleón II.​

Vale destacar que el filme, co-protagonizado por Tahar Rahim, Ruper Everett y Paul Rhys; con calificación R, de Apple Studios y Scott Free Productions -rodado en Inglaterra y Pakistán- tiene momentos en que poco después de su inicio entra en un descenso de ciertos tumbos, que desencajan nuestra apreciación y a esto se agrega la brusquedad de varios cortes sin las transiciones o elipsis atenuados hacia los siguientes actos. Sobre este punto señalamos -y tal vez aquí está la causa de lo expuesto- que lo estrenado en cine es una edición de dos horas y 38 minutos, y que el director ha declarado que tiene otra versión extendida, que califica de «fantástica», que dura alrededor de cuatro horas y media, y espera que Apple TV+ muestre ambas versiones.

Incluyendo la efervescencia de la guillotina sobre cuellos aristocráticos; el cotilleo de intrigas en corrillos políticos y salas de juegos; el gran trasfondo del relato son las llamadas Guerras Napoleónicas, reconstruyendo insurrecciones urbanas; batallas a campo abierto; sus victorias (Austerlitz, Jena, Auerstedt, Friedland, Wagram); derrotas (Leipzig, Waterloo); y sus destierros. Estos eventos fueron una extensión de los conflictos que prosiguieron a causa de la Revolución francesa (1789-1799); y que fueron parte de las guerras de la Primera hasta la Séptima Coalición, en las cuales el militar y emperador cubrió de gloria la historia de su país, participando en sesenta y una batallas, sin librarse de su destino.

A pesar de la longitud del filme y de los eventos no incluidos en esta edición, lo cual ha puesto de cabeza a la crítica española por la no referencia a la batalla de Somosierra (30.11.1808), durante la Guerra de Independencia Española, que resultó en otro triunfo para el general francés, esa vez sobre el español Benito de San Juan. Napoleón invadió la península ibérica y declaró rey de España a su hermano José en 1808, Los españoles y portugueses se sublevaron en la guerra Peninsular que culminó en 1814.

Y si a eso vamos, igual ignorancia se ha cometido con los sucesos de la isla La Española, entre 1791 y 1804, cuando la rebelión de esclavos, lideraba por Jean Jacques Dessalines, declaró la independencia de Haití (01.01.1804), primer país de América Latina en liberarse de la opresión colonialista francesa.

En cambio, se recrean varias leyendas que contradicen la Historia: como la visita del niño Eugene a la comisaria para recuperar el sable de su guillotinado padre, lo que conecta a la pareja protagonista, siendo eso irreal; así “como la denominada Batalla de las Pirámides, que tuvo lugar en realidad a tal distancia de esos monumentos que es imposible que una bala impactara con una de las estructuras como se muestra en la película”. Y aquí agregamos que varias de las pinturas que hoy se conservan del periodo, por orden de Napoleón, incluyen presencia de personas -entre ellas a su madre Letizia- que no asistieron a eventos como la Coronación de Josephine, misas y otros festejos. O sea, el fakenews viene desde muy lejos.

La dirección fotográfica del polaco Dariusz Wolski (colaborador de Scott en filmes como ‘La Casa Gucci’, ‘El ultimo duelo’, ‘Todo el dinero del mundo’, El marciano’, ‘Prometheus’ y otras) si bien dota la atmosfera de interiores con cierto carácter pictórico sombrío de la época, evita el preciosismo de “Amadeus” y de las series ‘Versailles’ y ‘Bridgerton’; mientras que en los exteriores no logra conmovernos con sentido artístico más allá de la coreografía e impacto mortal de las batallas; pues prácticamente toda la obra transcurre en un otoño-invierno monocromático que parece infinito; excepto, y es obvio, las escenas de Egipto, que se rebelan en su plenitud de sol.

Al parecer alguien tenía mucha prisa y olvidó la lección que aportan las paletas de colores de Vincent van Gogh, Goya y “Dr. Zhivago” en los cambios de estaciones, y eso resulta extraño viniendo de un autor como Ridley Scott que ya transitó ese periodo histórico con ‘Los duelistas’, de 1977.

La música de Martin Phipps (The Crown, Peaky Blinders, Black mirror), por lógica, emula fases de los periodos clásico y barroco, especialmente de Joseph Haydn y Henry Purcell, recurriendo a inclusiones de coros, instrumentos folclóricos rústicos y sutiles, como violines, acordeón, arpas, y palpitante percusión, que aportan un tono ominoso y fatalista; que se traga la candidez de las piezas ‘Josephine’ y ‘Ladies in waiting’, los más relajados del soundtrack, y en general trae inevitable referencia a la labor de Stanley Kubrick.

Por cierto, poco después de ‘2001, Odisea del espacio’, este Maestro abordó un ambicioso proyecto fílmico sobre el emperador francés en cuestión, al cual dedicó varios años de estudios, y cuyo presupuesto ningún estudio quiso afrontar tras el fracaso de ‘Waterloo’, de 1970. Poco después, Kubrick se concentró en su ‘Naranja mecánica’, y para su ‘Barry Lyndon’, de 1975 utilizó gran parte de la investigación hecha para su engavetado Napoleón.

El actual filme de Ridley Scott, por la reputación de los involucrados, amerita de espectadores tolerantes y dispuestos a enfrentarse más luego a la versión extendida que pueda surgir para recomponer puntos de vista.  AQ/ 27.11.23 / alexquezada1

Por Alex Quezada Núñez

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