La Iglesia Católica y la República Dominicana pierden una vida útil con el fallecimiento del arzobispo de Santiago de los Caballeros, monseñor Juan Antonio Flores Santana. Fue un hombre de vida consagrada, dedicada a servir a su país y a su institución eclesiástica y lo hizo con vocación inquebrantable y con amor.
Fue una mano sanadora para muchas situaciones complicadas en los momentos más difíciles de la transición democrática en nuestro país. Él apostó a ella y trabajó por ella como una contribución imperecedera a la sociedad dominicana y a la región. Monseñor Flores Santana fue un ser de pensamiento y de accionar con sensatez. Fue un ser razonable en sus propuestas de soluciones para alcanzar solidez en nuestra brega cotidiana por la libertad.
Y como un hombre de Dios fue protector de muchas personas y dirigentes políticos en situaciones de peligro de seguridad, y así bien podríamos decir que les salvó la vida a muchos, quizás poniendo en riesgo la suya. Monseñor Flores Santana es una referencia esencial de la Iglesia Católica en la República Dominicana y así tendremos que recordarlo. Ojalá que su rastro sirva de camino para que otros sacerdotes tomen de esa fuente con inquebrantable vocación para el servicio a los demás. Su ejemplo, sin embargo, no sólo es útil para quienes se dediquen a los servicios desde el púlpito católico, pues también puede serlo para todos aquellos que desde una posición pública o privada tengan la sensibilidad de servir a los demás y que aspiren a vivir con dignidad.
Fue un hombre al que la frugalidad acompañó en su estilo de vida, y quien así vive igual le acompaña la honradez y la humildad. El país necesita muchos seres así para ser grande.
¡Paz a su alma!




