Al acercarnos a un nuevo año, creo que es momento de decirlo con claridad: la República Dominicana necesita más conciencia colectiva y menos resignación. El 2026 no puede ser simplemente otro año que pase; debe ser un punto de inflexión en la manera en que se dirige el país, en cómo exigimos y también en cómo cumplimos.
Mi deseo para el 2026 es un país más unido, no desde la consigna vacía, sino desde la responsabilidad compartida. Un país donde el pueblo esté atento, vigilante y comprometido, obligando con firmeza democrática a que los políticos y los grandes intereses económicos gobiernen para la mayoría, con equidad y justicia social, y no solo para pequeños grupos privilegiados.
Pero para que eso ocurra, la clase política debe asumir su verdadero rol histórico. Gobernar implica dialogar con todos los sectores, incluidos los empresariales, y reconocer que en toda sociedad existen concesiones y equilibrios. Sin embargo, cuando determinadas decisiones afectan directamente a la mayoría del pueblo, la política tiene que ponerse de pie, actuar en bloque y dejar claro que los intereses económicos no están por encima del interés nacional. Los empresarios no son jefes del poder político; son actores importantes, pero con límites claros en una democracia. La clase política debe entender que fue electa para representar al pueblo y no para comportarse como peones al servicio de agendas particulares.
No podemos seguir aceptando como normal la burla permanente en temas tan sensibles como la seguridad social, una educación que aún no responde a las necesidades reales del desarrollo, un sistema de salud que castiga a los más vulnerables, una deuda que crece sin que siempre se traduzca en bienestar, un costo de vida que asfixia, una corrupción que drena recursos y confianza, políticas fiscales desiguales y una gestión migratoria desordenada que compromete nuestra soberanía, nuestra cultura y nuestra identidad.
Todo eso tiene responsables. Y esos responsables deben sentir el peso de una ciudadanía despierta.
Pero sería deshonesto colocar toda la carga únicamente en la clase política y empresarial. El país que queremos no se construye solo exigiendo, sino también cumpliendo. Cumpliendo con la ley, pagando impuestos, respetando las normas, asumiendo deberes y entendiendo que la democracia no es un espectáculo de quejas, sino un ejercicio diario de coherencia.
Mi deseo para el 2026 es que entendamos que defender la soberanía no es un acto de odio ni de exclusión, sino de orden y responsabilidad. Que proteger nuestra cultura y nuestra identidad no es retroceder, sino tener claro quiénes somos para poder avanzar con dignidad. Y que luchar por justicia social no es ideología, es sentido común y humanidad.
Necesitamos un pueblo más organizado, más informado y menos manipulable. Un pueblo que no se conforme con discursos, que no se deje dividir artificialmente y que entienda que cuando la ciudadanía está unida y atenta, ningún poder puede gobernar de espaldas a la gente.
La República Dominicana tiene con qué hacerlo mejor. Tiene talento, tiene trabajo, tiene resiliencia y tiene historia. Lo que falta no es capacidad; es voluntad colectiva sostenida.
Que el 2026 sea el año en que dejemos de delegarlo todo y asumamos, cada uno desde su espacio, la responsabilidad de construir el país que exigimos. Porque el verdadero cambio no llega cuando lo prometen, sino cuando el pueblo lo impone con conciencia, participación y coherencia.
Ese es mi deseo.
Y creo, sinceramente, que es posible.
Por Elvin Castillo
