El 2026 se asoma en el horizonte como una página en blanco, llena de posibilidades. Más que un simple cambio de calendario, representa una oportunidad colectiva para corregir rumbos, sanar heridas y construir un futuro más justo y humano. Mi deseo para el 2026 nace del anhelo de millones de personas que sueñan con vivir en sociedades más honestas, solidarias y equitativas.
Uno de los pilares fundamentales de ese deseo es una mayor transparencia y una lucha firme y constante contra la corrupción. La corrupción no solo desvía recursos públicos; también destruye la confianza ciudadana, debilita las instituciones y frena el desarrollo. Aspiro a un 2026 donde la rendición de cuentas sea real, donde la impunidad no tenga espacio y donde el ejercicio del poder esté guiado por la ética y el compromiso con el bien común.
Asimismo, deseo un 2026 con menores desigualdades sociales. Las brechas económicas y sociales no pueden seguir profundizándose. La justicia social debe traducirse en oportunidades reales para todos: acceso a educación de calidad, servicios de salud dignos, empleos bien remunerados y condiciones de vida que respeten la dignidad humana. Reducir las desigualdades es fortalecer la cohesión social y garantizar estabilidad a largo plazo.
Un aspecto esencial de este anhelo es contar con partidos políticos que fortalezcan la democracia interna, que promuevan la participación de sus militantes, el liderazgo transparente y la toma de decisiones colectivas. Los partidos deben ser verdaderas escuelas de democracia y asumir un mayor compromiso social, manteniendo un vínculo constante con la ciudadanía y sus necesidades reales.
También deseo una ciudadanía más consciente, crítica y participativa, capaz de exigir derechos, pero también de asumir responsabilidades. Una democracia sólida se construye con instituciones fuertes y con un pueblo activo que vigila, propone y se involucra.
Por Pablo Vicente
