En Santo Domingo nació Matías Ramón Mella el 25 de febrero de 1816. Más que todo, ha pasado a la posteridad por el trabucazo que lanzó en la Puerta de la Misericordia la noche brillante del 27 de febrero de 1844. Fue el grito que anunció la libertad, cuando algunos se amilanaron y se escondieron. Mella no conocía el temor: tan valiente e intrépido era.
La proclamación de la Independencia Nacional no estuvo exenta de sacrificios. Sin embargo, lo producido el 27 de febrero fue Separación, no Independencia plena. Quiero decir que fue libertad con cadenas, realmente una transacción política.
Apunto: la República Dominicana fue un parto histórico y traumático. La obra revolucionaria e independentista fue cocinándose en el fuego lento de los trinitarios. Duarte y su pequeño grupo de rebeldes se lanzaron a la aventura independentista, imaginaron el fogonazo de liberación y rebasaron toda suerte de adversidades. Así, puestos frente a su propio juramento trinitario, comprometieron su pellejo en lucha por la liberación nacional.
Pero las cosas tomaron otro rumbo, y el movimiento trinitario se vio descabezado. A Duarte lo desterraron. A escondidas, Sánchez quedó al frente de la acción. Mella atraía el recelo de otros patriotas. Faltaban elementos para la magna obra de la Independencia. Esos elementos eran conservadores acaudillados por Tomás Bobadilla y Briones, el cerebro máximo de esa facción.
Bobadilla, natural de Neiba, era maderero del sur profundo. Había estado en Puerto Rico y había sido alto funcionario del régimen haitiano, al que había servido como instructor de enseñanza y en otras funciones. Era un servidor ancilar, furibundo, comprometido hasta los huesos. Esa devoción prohaitiana era solo comparable a su sentido de la oportunidad. En efecto, tenía él un gran termómetro de las circunstancias políticas. Era un oportunista consumado, un camaleón político, un Fouché cualquiera.
Calibró el momento, escupió la ocupación y colaboró con los independentistas. Es más: revisó y reelaboró el Manifiesto del 16 de enero de 1844, el acta de nacimiento de la desdichada República. Así, no me sorprende que su firma sea la primera del documento. Encabezó a los profranceses y negociadores de la bahía y península de Samaná.
He dicho que Mella cumplió misiones bajo la fuerte tutela de Duarte. Fue a Haití, contactó a elementos antiboyeristas y fomentó el zarpazo contra el mandamás de la isla. El movimiento de la Reforma echó del poder a Boyer, e instaló en su lugar a Charles Hérard. La comunión dominicanista-reformista sería fugaz. Los nuevos amos develaron las intenciones independentistas de Duarte y sus acólitos, y lo expulsaron del país. Ese vacío fue llenado por los conservadores profranceses. Así, Bobadilla, Báez, Santana y los suyos acecharon y desplazaron a los puros independentistas, alimentaron la conspiración y conquistaron el poder.
Mella quedó en la brega. El 27 de febrero de 1844 le anunció al mundo que había nacido una nueva República. Los fastos de la patria flotaron por el firmamento. El cielo se iluminó con la nueva hazaña libertaria. El patriota se volvió un lacayo de Santana, que lo usó para negociar la anexión en España. En esa nación no fue correspondido: otras cosas eran más urgentes para la corona española.
Más adelante se enroló en la Guerra de la Restauración. Trazó un clásico decálogo de guerrilla de guerrillas. Murió como vicepresidente del Gobierno Restaurador en Armas, el 4 de junio de 1964 en Santiago. Descansan sus despojos en el Altar de la Patria. No tocaré el estéril debate de los Padres de la Patria: solo diré que Mella es un prócer político-militar. Loor a su memoria.-




