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29 de diciembre 2025
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OpiniónJeffrin G Pacheco ReyesJeffrin G Pacheco Reyes

Más allá del «no se puede»

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Hay frases que no hacen ruido, pero dejan huellas profundas. Una de ellas es el repetido y cómodo “no se puede”. No siempre se dice con mala intención; muchas veces se pronuncia como consejo, como advertencia o como supuesto realismo. Otras veces, lamentablemente, nace de la mediocridad o de la envidia de quien no quiere que otro alcance su objetivo. En cualquier caso, su efecto suele ser devastador: detiene antes de empezar.

Quienes lo repiten suelen olvidar o quizás nunca lo entendieron lo que expresó el militar y ex primer ministro del Reino Unido, Winston Churchill, cuando afirmó:
“El éxito es ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo.”
Y yo me permito agregar algo más, desde la experiencia: hasta conseguirlo.

A lo largo de la vida aprendemos a convivir con esa expresión. Y es que La escuchamos en la casa, en la escuela, en la calle, incluso en nuestra propia cabeza. Poco a poco se nos enseña que hay sueños que no nos corresponden, caminos que no son para nosotros y metas que conviene no mirar demasiado alto. Así se va construyendo, casi sin darnos cuenta, una pedagogía silenciosa de la resignación.

El problema no es que existan límites. Los hay, y negarlos sería ingenuo. El verdadero problema aparece cuando esos límites dejan de ser circunstancias temporales y pasan a convertirse en identidades permanentes; cuando el “no se puede” deja de describir una dificultad y empieza a definir quién creemos que somos.

En lo personal, he aprendido que no hay nada más peligroso que una persona que renuncia antes de intentar. No porque no tenga talento ni porque carezca de capacidad, sino porque fue convencida a veces por otros, a veces por sí misma de que no vale la pena intentarlo. Esa renuncia anticipada es silenciosa, pero profundamente destructiva.

El biólogo y escritor chileno Humberto Maturana lo explicó con una lucidez inquietante cuando afirmó:

“Las personas cambian cuando cambia la emoción desde la cual actúan.”

Ahí está una de las claves más importantes. El “no se puede” no es solo una idea racional; es una emoción aprendida. Es miedo disfrazado de prudencia, costumbre disfrazada de sensatez. Y mientras esa emoción no se transforme, ningún cambio verdadero es posible.

Por eso, muchos psicólogos contemporáneos sostienen que, desde temprana edad, no se debe educar únicamente desde la prohibición constante. Decirle todo el tiempo a un niño “no toques”, “no hagas”, “no puedes”, limita su capacidad de descubrir, de explorar y de confiar en sí mismo. Aprender también implica intentar, equivocarse y volver a intentar.

No se trata de romantizar los obstáculos ni de negar la dureza de la realidad. Se trata de comprender algo esencial: la dignidad comienza cuando uno deja de aceptar como destino lo que solo es imposición. Muchas de las barreras más sólidas no están afuera; están dentro, reforzadas por años de repetición y duda.

La historia personal de cada quien confirma algo evidente: ningún avance real nació de la obediencia ciega al “no se puede”. Todo crecimiento auténtico fue impulsado por alguien que decidió ir un poco más allá, aun con temor, aun sin garantías, aun sin aplausos.

Hoy siento la necesidad de decir esto de manera directa, casi íntima. No como consigna ni como discurso, sino como una convicción que nace de lo vivido: el límite más peligroso es el que uno termina creyendo. He visto a demasiadas personas capaces detenerse antes de empezar, no porque no podían, sino porque aceptaron como verdad una frase ajena.

Ir más allá del “no se puede” no es arrogancia. Es honestidad con uno mismo. Es preguntarse, en silencio, si de verdad no es posible… o si simplemente nunca se intentó con toda la voluntad, con toda la disciplina y con todo el coraje.

Quizás no todo salga bien. Quizás no todo se logre.
Pero hay algo peor que fallar: renunciar sin haberlo intentado.

Justamente ayer me encontré con Tito Aponte, padre de un amiguito del colegio de mi hijo, José Aponte. Hoy ambos están en la universidad. Me comentó que conformó un grupo de padres e hijos para recomendar libros, compartir experiencias y para que los jóvenes puedan pedir consejo cuando lo necesiten. Acepté de inmediato y pensé que este escrito era una buena forma de iniciar esa conversación.

Porque, aunque nace de una vivencia personal, también va dirigido a ellos, a todos los jóvenes: no permitan que nadie ni siquiera ustedes mismos decida hasta dónde pueden llegar. El día que aceptan un “no se puede” sin cuestionarlo, ese día no pierden una oportunidad… se pierden a ustedes mismos.


Por Jeffrin G. Pacheco Reyes

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