No son frecuentes las oportunidades en que un manager de un equipo de beisbol también sea un jugador activo para el equipo. Era mucho más frecuente en la pelota romántica, se recuerdan los casos exitosos de Tony Peña y de Miguel Pilone, habiendo ambos llevado a su equipo a ganar el campeonato fungiendo en los dos roles.
Pero ya entrando en el siglo XXI ha quedado prácticamente en desuso esto que no era novedad en los inicios del beisbol invernal dominicano.
Pero hay muchos otros ejemplos de esa época de manager jugadores, pero sin la suerte de llevar a sus equipos a la victoria final.
Y es precisamente la analogía que queremos hacer, llevándonos los dos roles de ser dirigentes y a la vez jugadores activos de un equipo y la difícil situación que se da, cuando siendo los lideres no podemos dar el ejemplo.
En el caso de Diloné por ejemplo, no solo fue dirigente y jugador activo en su primera oportunidad como manager, sino que fue el líder ofensivo del equipo en ese primer año con esa dualidad de roles.
Pero uno se pregunta, ¿Cuánta responsabilidad personal se necesita, para reconocer que no estamos aportando, a la calidad del juego y nosotros mismos sacarnos del partido, siendo el manager del equipo?
En los partidos de pelota es muy común, que un manager sustituya un jugador para aprovechar la oportunidad ofensiva de un bateador emergente. Este principio sería muy útil aplicarlo en nuestra política y en la gestión pública.
Pero si hacemos la analogía del no hacerlo, con la trampa en que una persona se encuentra cuando cae en arena movediza, sobre todo cuando hace esfuerzos e intentos por salir de ella, así mismo y de manera traicionera, va consiguiendo el efecto contrario y se va hundiendo mas y mas.
Por lo que sin la ayuda de otras personas, es muy probable que quien cayera en la trampa de la arena movediza, se hunda por completo y perezca.
También se dan los casos de errores no forzados en otras disciplinas deportivas, pues se sobre entiende, que el atleta desea hacer las cosas bien, o por ser un profesional, se espera que las haga bien, pero entonces comete un error aparentemente infantil, según los conocedores de la disciplina. En el tenis se usa la frase: error no forzado.
En el futbol, una lamentable situación es cuando por descuidos o por olvido, un jugador anota un gol en su propia cancha, lo que se conoce como auto gol.
Cuando esto ocurre, no solo se resiente el equipo, sino que la fanaticada lo castiga con las más grandes criticas. Un movimiento no calculado, hace que el portero toque la pelota hacia su propia portería, y entonces resulta igual, como si el delantero contrario le anotara un gol.
Son situaciones no deseadas en el deporte. La del manager que debería tener la sensatez y la sabiduría para no continuar en el juego, y de mayor concentración y control emocional, en el caso del tenis y el futbol, para minimizar los errores no forzados.
Pero también en la política podemos ver casos similares y son totalmente incomprensibles, sensitivos y cuestionados, pues en política salvo en casos excepcionales, no hay evento fortuito.
En el caso de un líder político en el poder, cuando comete errores evidentes, toma decisiones irritantes e inaceptables por la población, lo más sensato, humano, justo y correcto es reconocerlos y hasta pedir disculpas al pueblo, al que se debe su participación en la función pública. Y en los casos graves de corrupción, colaborar con la justicia para la investigación de casos pertinentes.
Sin embargo es muy típico, sobre todo en nuestro país, la falta de honorabilidad y la alta capacidad de manipulación y baja profesionalidad en el cuarto poder, que se presta para esas manipulaciones perversas.
Y con el afán de justificar lo injustificable, el funcionario hace todo lo contrario de lo que manda la lógica y el sentido humano del error, y caemos en el fango de una gran arena movediza.
En lugar de pedir disculpas, enmendar los errores, incluso bajar el perfil, asumimos la prepotencia y la arrogancia, de querer ocultar con injusticias la verdad, sin darnos cuenta, nos hundimos solos en la arena movediza, pues los mismos colaboradores en el fondo, por esa misma cultura política prostituida, desleal y degradante, se alegran del fracaso de los que fracasan y se alejan. Así hay más oportunidades de escalar en el manejo de la cosa pública. Es que navegan todos en el mismo barco, y todos contribuyen a la vez a hundirlo de alguna manera, olvidándose de esa verdad histórica: si se hunde el barco, nos hundimos todos.
Pero volviendo al manager jugador y ahora en la política, como la democracia nuestra elige a sus gobernantes por cuatro años y no tenemos la herramienta de la ratificación a medio término mediante el referendo, entonces el manager no sale de juego y sigue ponchándose cada vez que toma un turno al bate y dejando jugadores en posición anotadora.
El país pierde los juegos, y sigue creciendo la riqueza de los funcionarios, lográndose con eso un gobierno cada vez más rico, con un país cada vez más empobrecido.
Y se siguen cometiendo injusticias y abusos de poder, que son los autogoles y nos seguimos hundiendo en la arena movediza, y seguimos aumentando nuestra presencia, en lugar de mostrar humildad, honorabilidad y hasta bajar el perfil, entonces nuestra arrogancia se destaca y parecen ser burlas consistentes al pueblo y a la nación.
Como dirían algunos autores de guiones de películas de Hollywood, cualquier relación es pura coincidencia.
Pero nos vamos al extremo, porque nuestro orgullo y arrogancia nos empuja a querernos imponer como niños malcriados, y hacemos pataletas y hasta dañamos reputaciones e intentamos imponer normas que nos convierten en verdaderos déspotas.
Por suerte en el beisbol se han descontinuado los managers jugadores, pues es hasta un conflicto de interés, tener que auto sacarse de juego por nuestra incompetencia en el juego y luchar contra el orgullo para dar paso, a la sensatez.
Es que muchas veces no se consigue en los gladiadores que no son de Sumo, es decir que no conocen lo que significa la honorabilidad al competir. Por lo que hacen lo que sea, trampas, mafias, compras de conciencias, pero no pueden dejar caer la falsa imagen que todo el mundo sabe que se tiene, pero que en la mitomanía creemos que nuestra popularidad crece como trébol campero.
Por Julián Padilla
