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27 de diciembre 2025
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OpiniónFrancisco Rafael GuzmánFrancisco Rafael Guzmán

Los conflictos de Haití y República Dominicana

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Yo no creo que sea correcto hablar de racismo dominicano, en relación a la causa de los conflictos de los dos pueblos que han compartido la isla de Santo Domingo: Haití y República Dominicana, porque como dominicano que soy no he visto que aquí sea notorio en nadie comportarse y expresarse como si asumiera la supremacía de una raza sobre otra. Lo primero es aquí que casi no hay raza pura, pero si es que se puede hablar de raza pura, porque muchos que parecen negros tienen el blanco detrás de la oreja y muchos que parecen blancos tienen el negro detrás de la oreja. La raza no sólo es un asunto de color de la piel, son muchos otros los rasgos que se pueden asociar a una u otra raza, no sólo el color de la piel. Yo creo que si hay prejuicios de algunos dominicanos con el haitiano de  piel negra y quieran segregarse mucho de los que tienen la tez así, tal vez abundarán mucho en la gran burguesía, dentro de la cual algunos de cuyos integrantes los explotan en las construcciones y en los hoteles. Precisamente, los segregacionistas raciales más abundarán en esa clase que los explota y facilita el tráfico ilegal de haitianos para explotarlos. Pero no quieren tener mucho contacto personal con los negros haitianos pobres.

 

El mismo mestizaje de razas que compone tal vez más del 80 por ciento de la población dominicana, tomada en su totalidad sin dejar de incluir algunos blancos (españoles, italianos y otros europeos radicados en fechas recientes como residentes que se han mezclado tanto con la población nativa de origen) y algunos negros de los llamados cocolos (negros libertos de las antiguas colonias inglesas) que se han segregado de los blancos, impide que sean parte de la conciencia social dominicana las ideas de la supremacía racial. Esto no puede entenderse de otro modo.

 

Lo que nadie puede negar es que el individualismo y la falta de solidaridad están haciendo estragos en la conciencia de muchos dominicanos; no me canso de evocar la solidaridad que se vivía en República Dominicana en 1970, cuando terminaba o había recién concluido la década de 1960 (la década de La Juventud del Siglo XX, con el movimiento Hippies en Inglaterra y El Mayo Francés de 1968), solidaridad que hoy no la tenemos, ni tampoco la tiene el pueblo haitiano y ni parecen tenerla la mayoría de los pueblos del mundo. Ese individualismo y falta de solidaridad nos hace temer mucho a caer en la miseria de Haití y temer a los haitianos. Esto se debe a que el individualismo  ha ido en ascenso (algunos colegas sociólogos como Wilson Castillo certeramente hablan de hiperindividualismo), no sólo por la adicción en el uso de la tecnología electrónica, si no que se ha producido un cambio cultural que apunta al consumismo, a la cultura del ocio asociada a este, y a la desaparición de espacios de interacción social desde grupos secundarios. Ese individualismo extremo es producto del modelo capitalismo neoliberal y salvaje que desde hace cuatro décadas domina en la economía de la mayoría de los países del mundo.

 

En el caso de Haití, país que se ha quedado más rezagado que la República Dominicana en el desarrollo de sus fuerzas productivas materiales, la situación es peor que en la parte Este de la isla de Santo Domingo. Las tendencias hoy más que ayer son a que el haitiano quiera migrar en grandes oleadas hacia la República Dominicana, pero ambos países tienen sus diferencias culturales, lo que no tiene que ver con supremacía de raza. Entre las costumbres del haitiano y del dominicano  existen diferencias, pero son dos pueblos que comparten una misma isla y debe buscarse entendimiento, sin provocar una entropía social. Cada pueblo debe ser solidario con el otro que está allende la frontera común, manteniendo su espacio propio pero practicando la solidaridad y la fraternidad con los de la otra nación.

 

Se le debe dar un trato justo al trabajador haitiano (igual que al dominicano)  que viene a trabajar en el sector formal  de la economía, pero para ello se debe regularizar su estadía en el país, no entrando de manera antojadiza e ilegal, si no cuando se le da permiso porque se necesita de su mano de obra. Deben ser separados de sus cargos y sancionados penalmente los civiles y militares que se dan a tarea de obtener beneficios pecuniarios con el tráfico de la mano de obra haitiana, así como también prohibir el que se le pague a los haitianos un salario más bajo que el pagado al trabajador dominicano y deben tener los haitianos derecho al seguro social y a organizarse en sindicatos.

 

Según entendemos, no podemos negar que con el aumento del individualismo en los sectores de las clases y capas sociales populares, al igual que en la pequeña burguesía, incluyendo la alta pequeña burguesía, hoy tenemos prejuicios en aumento, tanto de los dominicanos hacia los haitianos como de estos hacia los dominicanos. Varios años atrás, antes de la pandemia, recuerdo que me hizo referencia a esto el colega Dagoberto Tejeda (me permito la indiscreción de decirlo, aunque no me lo autorizara). Las clases dominantes  y las burocracias gobernantes en Haití  y República Dominicana  son las grandes responsables de las desgracias de  los pueblos de ambos países y de la gran magnitud de la desgracia del pueblo haitiano y del conflicto entre ambos pueblos.

 

En el Haití de hoy día existe una burocracia estatal muy parasitaria viviendo privilegiadamente con el cobro de los impuestos a los que se ausentan y, junto a la explotación de los capitalistas de otros países que los contratan como mano de obra, es esquilmada la fuerza de trabajo  del emigrante  al ser mancillados y macerados estos seres humanos de ese país que migran a otras naciones. De ese modo, dichos burócratas haitianos catapultan grandes contingentes de fuerza de trabajo, siendo proceso migratorio desordenado y expansivo. En Haití es una fuerza centrífuga y aquí una fuerza centrípeta. La clase dominante dominicana se vale de sobreexplotar como fuerza de trabajo a los haitianos migrantes hacia nuestro territorio, valiéndose de su status migratorio casi siempre no regulado, tanto en las labores agrícolas como en las construcciones, en connivencia con los funcionarios gubernamentales y algunos miembros de la seguridad fronteriza.

 

No es de fácil salida la solución a la desgracia del pueblo haitiano que es mucho mayor que la del pueblo dominicano. La solución no es la fusión de las dos naciones, porque se generaría una suerte de entropía social, la emigración ordenada y limitada sí podría serlo. Para esto último falta la racionalidad para el caso, pero no la tienen o no parecen tenerla  la clase dominante ni tampoco la cohorte de funcionarios gubernamentales dominicanos y haitianos, comenzando desde los jefes de Estado o de gobierno.

 

El caso es que en Haití, desde la liberación de los esclavos, la segregación social por castas (no es sólo la división de clases) y grupos es muy grande, lo que dificultad la estabilidad política  del Estado haitiano y  la superación del estado de miseria de gran parte de su población. La valoración del color de la piel por diferentes grupos étnicos ha dificultado la unidad nacional del pueblo haitiano; la segregación de los negros y los mulatos ha sido causa de grandes problemas y de la falta de cohesión. Pese a que fue declarado como una República Negra, fueron admitidos como haitianos algunos blancos polacos porque habían desertado de las tropas napoleónicas, algunos alemanes porque eran médicos, algunos judíos y libaneses, pero la supuesta supremacía del negro se mantuvo en la conciencia de los negros y los mulatos se identificaron con las costumbres y hábitos de los franceses. Algunos intelectuales haitianos, tales son los casos de Jean Ghasmann Bissainthe (haitiano-dominicano por haberse casado con una dominicana) y de Roger Gaillard, hablan de las traiciones o de ser enemigos de los haitianos líderes dominicanos como Buenaventura Báez y José María Cabral y Báez.

 

Ahora bien, no es fácil entenderse con los caudillos haitianos, algunos de los cuales se apoyaron ya fuera en los Estacas o ya fuera en los Cacos, que eran tropas rivales. Báez, cabecilla de los Rojos, era partidario de los franceses, no así Cabral, ambos dominicanos tenían ascendencia haitiana al igual que Lilís, Balaguer y Trujillo. Este último entregó a  Salnave a sus adversarios que le perseguían, pero este último se confió mucho en que Báez lo apoyaría y no lo apoyó. Hace falta que entendamos bien la historia política de los dos pueblos. La cultura espiritual (no confundir con creencias religiosas aunque se puede incluir estas) de un pueblo es más importante de lo que a veces pensamos.

 

Por  Francisco Rafael Guzmán F.

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