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28 de diciembre 2025
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OpiniónJeffrin G Pacheco ReyesJeffrin G Pacheco Reyes

Lágrimas de cocodrilo

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Dicen que cuando un cocodrilo atrapa a su presa y empieza a devorarla, llora.
Llora mientras destruye lo que tiene entre los dientes.
Llora mientras hace daño.
Llora… pero no siente.

La ciencia explica que no es angustia ni remordimiento.
Son simples lágrimas provocadas por el aire que pasa por sus senos paranasales al tragar.
Y hay otro detalle aún más revelador: llorar les permite lubricar sus ojos y expulsar el exceso de sal de su organismo.

Un reflejo.
Un mecanismo.
Un gesto vacío.

Y, sin embargo, esa imagen tan cruda es una metáfora perfecta de la vida.

Porque a lo largo del camino uno descubre que hay personas que lloran igual:
sin dolor, sin conciencia y sin amor.

Lágrimas que no vienen del alma, sino del interés.
Lágrimas que no buscan verdad, sino manipulación.
Lágrimas que no sanan, sino que confunden.

Y es duro aceptarlo…
Porque uno, en su buena fe y nos ha pasado a todos quiere creer que toda lágrima tiene una historia detrás, que toda tristeza es sincera, que toda emoción humana nace del corazón.
Pero, tristemente, no siempre es así.

La vida enseña a veces tarde, a veces a golpes que no todo el que llora siente,
ni todo el que ríe es feliz,
ni todo el que te abraza te quiere.

Con el tiempo y las decepciones, aprendemos a distinguir entre el sentimiento real y el teatro emocional.
Entre quien se quiebra por dentro
y quien solo actúa por fuera.

En mi caso particular, ya tengo un PhD en la materia.
A tal punto que cuando me presentan a alguien nuevo, lo saludo y ya.
Puede ser Ramsés II, el faraón visionario que desafió invasiones, firmó el primer tratado de paz y transformó Egipto… y aun así, lo saludo y sigo.

Ya en mi vida no quiero conocer más personas de las necesarias.
No quiero más decepciones de las que ya he tenido.
Si es humano, peor cosa no puede haber para mí.

Prefiero cuidar a las personas que ya tengo y me rodean.
Con ellos me basta.

Y en ese proceso, uno también se conoce a sí mismo.
Porque no se trata solo de descubrir a los demás,
sino de reconocer en uno mismo el valor de la autenticidad:

— Ser coherente cuando duela.
— Ser sincero aunque no convenga.
— Sentir de verdad, sin espectáculo.
— Llorar cuando el alma lo pida, no cuando el mundo lo reclame.

Las lágrimas verdaderas no hacen ruido.
No necesitan público.
No buscan aplausos.

Las lágrimas verdaderas nacen del alma,
y por eso dejan huella.

Ese es el gran contraste entre quienes imitan sentimientos
y quienes sienten de verdad:
unos mojan la piel,
los otros tocan el corazón.

Así que ya saben: la frase “lágrimas de cocodrilo” no es solo una expresión antigua.
Es una advertencia de vida.

No te dejes impresionar por lo que brilla, por lo que llora o por lo que grita.
Observa lo que permanece cuando nadie está mirando.
Ahí está siempre la verdad.


Por: Jeffrin G. Pacheco Reyes.

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