Cuando hablamos de violencia nos referimos al uso intencional de dañar. Muchos individuos se sienten poderosos emocionalmente o desde una posición jerárquica de autoridad, como para llegar al abuso. Otros utilizan la fuerza física para agredir en solitario o en grupo a un semejante, ya sea por placer, egoísmo, envidia o simple maldad. En el caso de la violencia escolar, puede surgir desde cualquiera de los actores.
Pero, conocemos la violencia como el uso intencional de la fuerza física o el poder que tienen unos para en forma real o como amenaza ir contra ellos mismos, otra persona, contra un grupo de personas o contra una comunidad entera, para infundir miedo, causar daño psicológico, lesiones físicas, producir la muerte, crear trastornos del desarrollo u ocasionar privaciones.
Este es un problema complejo que incluye la violencia física, la violencia psicológica y la violencia emocional, pudiéndose manifestar como agresión y como sometimiento.
La violencia aparece en cualquier parte, contra cualquier individuo o colectivo social, por eso aparece en los centros escolares al igual que en la sociedad, como un problema complejo que requiere de la creación de estrategias integrales para poder enfrentarle con éxito. Estas estrategias deberán involucrar a toda la comunidad escolar, enfocándose en la prevención, la intervención temprana y la creación de entornos escolares seguros y positivos.
Para abordar la violencia escolar se debe comenzar por la prevención. Esta primera cuestión debe tratar de crear un clima escolar funcional y positivo para el colectivo. Ese clima debe crear un ambiente de convivencia sobre las fortalezas relacionales que produce el fomento del respeto mutuo y a las normas de convivencia que se pacten. Es una jornada en donde la empatía y la tolerancia a través de esas normas claras, bien difundida entre los actores desde una comunicación abierta, transparente, cuyo comportamiento positivo o negativo tenga un cúmulo consensuado de consecuencias sobre los comportamientos.
En el proceso de construcción de la disciplina consciente que proponemos, se deben desarrollar entre los actores, las habilidades socioemocionales, como una forma de capacitar a los estudiantes a gestionar sus emociones, ensenarles a resolver conflictos pacíficamente y a comprender el impacto de sus acciones, consideradas toma de decisiones en el ámbito de la administración de sus vidas. Las emociones pueden traer consecuencias directas a través de las acciones que tomemos respecto a cualquier circunstancia. En el trabajo de lograr un clima escolar positivo, no pueden faltar las familias, en ese rumbo, se deben establecer senderos expeditos y amplios puentes entre el hogar y la escuela para compartir expectativas y preocupaciones, asegurando un enfoque unificado hacia la prevención de la violencia.
El actor docente es indispensable como mentor, veedor y oidor para acumular datos, con el objeto de ayudar a los alumnos y si es necesario, a sus familias en el ámbito del buen vivir entre ellos mismo. En tal razón, la escuela a través de políticas de Estado, debe estar en capacidad y voluntad para ofrecerles a padres y familiares que viven junto a los niños, adolescentes y jóvenes herramientas para la gestión positiva de la disciplina, la resolución de conflictos y la prevención de la violencia de género. El hogar forma la conducta social de los hijos, es el modelo a seguir, desde las actitudes y acciones de los padres y familiares cercanos.
Una variable importante para la paz escolar se encuentra en el involucramiento de los alumnos en algunas situaciones clave que se producen en el centro escolar, para ir creando responsabilidad y compromiso desde temprana edad en las causas que defiende la escuela desde la gestión. En ese orden, promover la participación estudiantil, involucrándoles en proyectos de prevención de la violencia y en la creación de entornos escolares con los factores higiénicos funcionando para servir a todos los actores, incluyendo la seguridad de alumnos, profesores, autoridades y vecinos próximo al centro.
Se hace necesario la existencia de políticas claras y precisas para transformar las normas sociales y culturales que afectan la paz y la convivencia. Para ello, deben ser cuestionadas algunas creencias y normas arraigadas en la cultura machista, en el abuso de poder, en las actitudes tiránicas exhibidas, esas que justifican la violencia en nombre de una autoridad de rasgos trujillistas que aun se conservan en diversos escenarios sociales, no solo en el hogar. Se deben promover reformas a corto y largo plazos, para erradicar del escenario social el fomento de las relaciones desiguales en el hogar, en el barrio, en la escuela, esas que van irrespetando la dignidad humana por razones de costumbres, del malvivir y del abuso de poder. Ahora con las redes sociales surgen nuevas formas de violencia y abuso, en donde la escuela, como sistema social debe poseer herramientas de diversos tipos, para poder abordar la violencia en línea e implementar medidas para prevenir y responder al ciberacoso, promoviendo la alfabetización digital y creando espacios seguros en línea para sus actores y relacionados.
El Estado debe trabajar en el desarrollo de estrategias para la atención a víctimas y agresores dentro del ámbito escolar, para empoderar a los centros escolares para que puedan acompañar a quien ha cometido una agresión, buscando comprender las razones de su comportamiento y ofreciendo apoyo humano, psicológico y antropológico al involucrado y a su familia, trabajar sociológicamente con ella, desde un nuevo actor que debe aparecer en el ámbito de las relaciones entre escuela y comunidad, el trabajador social.
Por Francisco Cruz Pascual
