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28 de diciembre 2025
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OpiniónCAROLINA SADDLERCAROLINA SADDLER

La vida paralela de la clase política

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La distancia entre la clase política y los ciudadanos que representan es una de las quejas recurrentes en cualquier democracia. Una distancia, no solo geográfica, de una burbuja social, económica, sociológica y psicológica que crea una “vida paralela” donde las prioridades, los riesgos y las realidades cotidianas son dramáticamente diferentes.

Comprender esta “burbuja” es clave para entender la desconexión entre las políticas públicas de un país, la frustración, decepción y necesidades reales de la población.

El primer factor de separación es el confort económico y el acceso a recursos que la mayoría de los ciudadanos no posee, mientras que los políticos sí.

Los políticos de alto nivel suelen gozar de salarios de lujo, beneficios, facilidades y sistemas de pensiones que los blindan de la precariedad económica que afecta a sus votantes, como el desempleo, crisis económica, la inflación, y hasta la inseguridad con la que se vive.

Una “seguridad” que elimina la empatía entre la lucha diaria por sobrevivir, llegar a fin de mes, y a las precariedades que se enfrentan cada día.

Es que los políticos, sobre todo de países como el nuestro, viven en un “mundo paralelo”. Un ecosistema de servicios de elite, como seguridad privada, acceso preferencial de salud y educación, choferes, y personal de apoyo que los aísla de la deficiencia que ellos mismos administran.

Y es que un político, que nunca en su vida ha utilizado el transporte público no podrá entender, aunque quiera comprender, ni mejorar, la frustración de una persona que pierde varias horas por día en un sistema totalmente ineficiente.

Como tampoco comprenderá las peripecias que se viven a diario, al tener que sentarse al lado de una persona con algún olor desagradable, o no encontrar un asiento donde sentarse por cansado que se encuentre, o las quinientas veces que la “guagua” se paró, en cada esquina, a esperar un pasajero.

Es que el circulo social de un político refleja el “eco de las elites”, en nuestro país y el mundo, lo que limita la visión que tiene y que tendrá un el mismo de la realidad del pueblo que gobierna.

Recordemos, la vida social de un político se desarrolla interactuando principalmente con otros políticos, lobistas, empresarios de poder, académicos y figuras públicas, lo que limita su visión del mundo real donde se desenvuelve el ciudadano común.

El circulo de un político tiende a tener perspectivas y problemas similares, lo que crea un “mundo paralelo”, donde las preocupaciones de la base no resuenan, y donde no se refleja la realidad que vive la mayoría.

Los políticos reciben informaciones filtradas, a través de informes, briefings y datos macroeconómicos. Informaciones, que, si bien son cruciales, son inherentemente frías e impersonales, y poco reales. Las mismas carecen del componente humano y emocional de la realidad con que vive el hombre “corriente”.

En la vida del político, el contacto directo con la calle suele ser breve y altamente escenificado, limitando la posibilidad de un encuentro autentico con la población.

La dinámica del poder transforma la manera en que los políticos perciben el tiempo y la importancia de los problemas, porque no es lo mismo el político en campaña, que el político en el poder.

El objetivo principal en la vida “paralela” de un político es la supervivencia electoral y la acumulación de poder. Lo que significa que los problemas nacionales se abordan, a menudo, no por su urgencia social, sino por su impacto en la opinión pública y/o en las próximas elecciones.
Los políticos viven en un mundo de “riesgos estratégicos”, lo que significa un terror horrible a los escándalos mediáticos, crisis de gabinetes, “chismes secretos”, y perdidas de posiciones.

Mientras que los ciudadanos comunes enfrentamos riesgos existenciales permanentes, como son la posibilidad de perder nuestros empleos, problemas económicos constantes, enfermedades catastróficas, inseguridad, etc.

Una disparidad que crea una brecha de empatía donde un “problema menor” para un político puede ser un desastre total para una familia.

Es que la identidad del político se fusiona con su rol. Entonces, las críticas a sus decisiones se perciben como ataques personales y/o a su ideología, lo que dificulta que el individuo sea capaz de autoevaluarse, autocriticarse y/o corregir la dirección de sus acciones y decisiones.

La existencia de esta “burbuja Paralela” no es solo un problema de percepción, sino que tiene consecuencias directas y tangibles en la gobernanza de un país al crearse leyes y regulaciones basadas en suposiciones teóricas y/o en intereses de grupos, las cuales resultan ineficaces, injustas, beneficiosas, o imposibles de implementar en el mundo real.

La incapacidad percibida o real de los políticos para comprender los problemas diarios genera cinismo, apatía y una profunda desconfianza en el sistema democrático de cualquier nación.
La desconfianza lleva a la polarización, lo que a su vez obliga a los políticos a retractarse aun más a su círculo de leales seguidores y partidarios, lo que en si refuerza la burbuja de aislamiento.

La solución a la vida “paralela” de los políticos no es eliminar la clase política, sino establecer mecanismos de rendición de cuentas y contacto genuino que rompan la burbuja en la que se vive.

Esto incluye transparencia financiera, la obligatoriedad de usar los servicios públicos que administran, y una cultura política que valore el contacto autentico con la ciudadanía por encima de la supervivencia partidista.

La salud de la democracia depende de que sus lideres puedan sentir, entender, y querer mejorar, más allá de solo leer, la realidad de sus representados. Sino ¿para que los elegimos?


Por Carolina Saddler

@saddlerucarolina carolinasaddler@gmail.com

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