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26 de diciembre 2025
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OpiniónPablo ValdezPablo Valdez

La vía del desarrollo

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• Porque la universidad es otra cosa

No es fortuito que la obra “Más ética, más desarrollo”, del doctor Bernardo Kliksberg, publicada por primera vez en Argentina, haya sido reeditada múltiples veces en ese país y también en otras naciones como Perú, España, Paraguay y la República Dominicana. Su contenido, más que vigente, es una interpelación permanente al alma de nuestras instituciones.

En la decimotercera edición, puesta en circulación en la República Dominicana en el año 2007, correspondió al entonces rector magnífico, maestro Roberto Reyna Tejada, presentar la obra ante decenas de académicos reunidos con motivo de la Asamblea Ordinaria de la Asociación Latinoamericana de Facultades de Contabilidad y Administración (ALAFECA).

En esa intervención, el maestro Reyna afirmó una verdad que, aún hoy, resuena como una campana ética ineludible. Cito:

“Este libro es un dedo que el autor pone en la llaga de la corrupción, rémora del desarrollo y causa principal de la pobreza y de la extrema pobreza en la sociedad de nuestro tiempo”.

Fin de la cita.

La obra de Kliksberg no solo llama a la lectura, sino —y sobre todo— a la reflexión. Su planteamiento central es sencillo pero contundente: no hay verdadero desarrollo sin ética. Y donde la ética es quebrantada sistemáticamente, el desarrollo es un espejismo.

En el discurso político, sobre todo en América Latina, la lucha contra la corrupción es un recurso habitual para ganar el favor del electorado. Sin embargo, la primera promesa que se olvida una vez alcanzado el poder suele ser, precisamente, aquella que juraba instaurar un régimen de consecuencias frente a los actos corruptos. El descrédito de los sistemas políticos no es casual.

El sacerdote canadiense Pablo Stell, en su obra ¿De quién es América Latina?, plantea con crudeza una percepción extendida: “A la administración del Estado no llega ningún corrupto que termine siendo honesto, ni ningún honesto que logre, al final, conservar esa condición”. Aunque generalizante, esta afirmación apunta a una desconfianza estructural que debería alarmarnos.

Los casos de corrupción en nuestra historia republicana son tan numerosos como los políticos y partidos señalados y, en ocasiones, condenados por tales delitos. La esperanza de un verdadero “muro de contención” contra la corrupción ha sido sustituida por la frustración social y el descreimiento institucional.

Está claramente establecido que toda entidad del Estado debe ser gestionada con apego a sistemas de control y procedimientos integrados, que funcionen como soporte ético y técnico de la administración pública. Pero cuando tales estructuras son debilitadas o burladas, se erosiona la legitimidad y se rompe el contrato social.

Ayer fueron otros; hoy, de nuevo, el presente nos confronta. El caso del Instituto Nacional de Bienestar Estudiantil, envuelto en un escándalo público de corrupción, es una muestra dolorosa de cómo se desmiente —con hechos— la verdad proclamada por Kliksberg: que “más ética significa más desarrollo”.

La universidad, como espacio de pensamiento y compromiso social, no puede estar al margen de esta discusión. Por el contrario, debe ser faro, conciencia y motor de transformación. Porque si bien la corrupción hiere al Estado, lo que verdaderamente destruye una nación es que quienes deben educar, denunciar y formar conciencia, guarden silencio o, peor aún, se sumen a la complicidad.

Porque la universidad es otra cosa.

Por Dr. Pablo Valdez

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