Un nuevo aniversario de La Trinitaria es un nuevo triunfo de la memoria histórica. Para mí es también una brecha para viajar al pasado y exhumar un bello sueño de libertad. El movimiento de La Trinitaria fue el vientre que alumbró a la gran República Dominicana. Sus actores, de Duarte a Juan Isidro Pérez a José María Serra, están enterrados en una cápsula del pasado, y por ello deben ser revividos con la frescura de su ejemplo inmortal. En el 183 aniversario de su fundación, quiero rescatarla como parte de la mejor tradición histórica dominicana.
Los trinitarios no solo sellaron su alianza con sangre -simbolizada en el rojo de la bandera patria-, sino que cristalizaron un pacto patriótico en pro de la libertad. En la reunión fundacional, los nueve iniciales hicieron un pacto de sangre y unieron su alma en un propósito común. La decisión era irrevocable: dar todo por la Independencia nacional. Las energías más vigorosas de esos jóvenes se pusieron a una, con el noble afán de alcanzar la libertad. Sembraron la semilla independentista y se lanzaron a la brega patriótica, alcanzando el anhelo de la liberación nacional.
La ocasión fue el día de Nuestra Señora del Carmen, el 16 de julio de 1838, en la casa de Chepita Pérez -la madre de Juan Isidro, ‘el ilustre loco’. Era un día de júbilo religioso, aprovechado por los arrojados trinitarios para reunirse y dejar instalada la gloriosa Trinitaria. Fue el nacimiento del primer partido político de la futura República. Claro, la desdichada República nacería seis años después, en 1844. Fueron años de intenso batallar: complot, manifiestos, conjuras a granel contra el sórdido dominador. La ocupación haitiana, establecida desde 1822, era un yugo mordaz y severo sobre la piel nacional, y se extendía demasiado en el tiempo. Las diferencias culturales eran contrastantes y escandalosas: en la piel, el idioma y las costumbres, el pueblo dominicano se revelaba noble pero decidido a construir su propio destino.
La aventura republicana arrancó después del estruendoso manifiesto del 16 de enero de 1844, un poderoso grito de libertad. Se rompieron las cadenas dominicanas y empezó la desventura. Claro, la Independencia nacional era un solo grito contra la opresión haitiana: más allá, en relación con otros países, era negociada -y entregada- al mejor postor. Las ofertas venían de Francia, Estados Unidos, Inglaterra. El sentimiento nacional se unificaba en torno a la odiosa presencia haitiana, y arrojaba un hermoso ejemplo de unidad.
La Trinitaria llevó al teatro la batalla por la Independencia. Así, algunos trinitarios se volvieron actores de la libertad, actuando en las tablas y promoviendo el ideal republicano. Por sobre todos sobresalió Juan Isidro Pérez, con su alocado arrojo en el teatro de la libertad: «La Dramática» y «La Filantrópica».
A Duarte lo expulsaron y tuvo que sufrir un amargo destierro. Cuando nació la República al son del trabucazo, lo fueron a buscar y regresó a bordo de la goleta «Leonor». Recibido como ‘Padre de la Patria’, vivió sus sinsabores junto a los demás trinitarios, y después fue declarado ‘traidor a la patria’. Una bestia era amo y señor de la incipiente vida nacional: Pedro Santana, héroe brutal y mancillado.
Los trinitarios terminaron devorados y tragados por el monstruo tiránico. Sin embargo, el anhelo estaba logrado: la República Dominicana había nacido parida por La Trinitaria, sembradora de libertad y vientre de la República.-




