Estamos más conectados que nunca, y más solos que nunca también.
Tienes a alguien que te escribe “buenos días”, pero no a quien te mire a los ojos cuando todo va mal. Tienes notificaciones, pero no abrazos. Tienes likes, pero nadie que se quede cuando ya no tengas ganas de subir nada.
Estamos viviendo una epidemia silenciosa. Y no se llama COVID, se llama vacío.
La gente no quiere hablar de esto porque no tiene filtro bonito. No se puede editar. No queda estético. Pero la realidad es que hay miles de personas sintiéndose invisibles… justo después de subir una historia donde parecen felices. Nadie habla de eso. Nadie habla de los domingos donde el silencio pesa más que el cansancio. De los cumpleaños donde los mensajes son automáticos, pero las ausencias duelen igual. De las madrugadas donde uno se pregunta si está hecho para el amor… o solo para esperar.
Vivimos en un mundo donde la gente prefiere estar acompañada por quien no ama, que sola consigo misma.
Donde hablar de amor es cursi, pero no tener a nadie te vuelve débil. Donde todos buscan “conexión”, pero nadie quiere quedarse a ver qué hay detrás de las paredes. Donde los afectos tienen fecha de vencimiento, y los vínculos se rompen por miedo antes que por falta de amor.
Tenemos miedo a quedarnos solos, pero no miedo a estar con quien no nos ve. A veces el vacío no está en la casa, sino en la cama. A veces el verdadero silencio es el de alguien que duerme contigo y no te pregunta cómo estás.
Y eso no se soluciona con WiFi. Ni con likes. Ni con selfies. Se soluciona con honestidad, con abrazos reales, con gente que no huya cuando se acabe la fiesta.
La soledad ya no es estar sin gente. Es estar rodeado de personas y no sentirte visto.
Y si eso no te parte un poco el alma, entonces ya te volviste parte del problema.
