En Política, la simpatía es el aplauso del momento. Seduce, llama la atención, llena un live, prende las redes y hace que la gente diga “ese me gusta”. Pero ahí no termina la historia. La simpatía abre puertas, sí, pero esas puertas no llevan muy lejos si detrás no hay un equipo, una maquinaria y un proyecto capaz de sostener el impulso. En República Dominicana se ha demostrado una y otra vez que quien organiza, gana; quien improvisa, se queda mirando.
Nuestro país es eminentemente emocional, pero también profundamente práctico. El dominicano puede entusiasmarse con un rostro nuevo, con un discurso fresco o con un personaje carismático, pero a la hora de votar busca señales de fuerza. El votante quiere saber quién tiene estructura para proteger el voto, quién tiene equipos barriales, quién tiene presencia territorial real y quién tiene la capacidad de resolver, por lo menos, los problemas inmediatos de su comunidad.
Es ahí donde muchos proyectos políticos se caen. Confunden visibilidad con poder. Creen que tener un millón de seguidores equivale a tener un millón de votos. Creen que un trend en redes es sinónimo de un movimiento social. No entienden que la política dominicana sigue teniendo un componente profundamente territorial. El liderazgo digital sirve para iniciar conversaciones, pero no para cerrarlas. Las urnas no están en Instagram; están en los colmados, en los barrios, en los CL, en las zonas rurales, en los mercados y en las juntas de vecinos donde la gente decide, sin cámaras, quién merece su confianza.
La simpatía es una chispa. La estructura es la gasolina.
Los partidos que han ganado históricamente, PLD en su momento y PRM en los últimos procesos, lo hicieron no solo por su narrativa, sino porque tenían algo que se construye con paciencia: redes de coordinadores, equipos de trabajo, suplidores de logística, líderes naturales, comunicación interna, control territorial y capacidad de movilización. Eso no se inventa en un mes ni se logra con un influenciador en campaña.
En las elecciones dominicanas, la estructura no solo moviliza. También protege. Protege el voto en la mesa, protege el acta, protege el conteo, protege al candidato frente a presiones y protege la credibilidad del resultado. Un aspirante sin estructura puede ser popular, pero también puede ser vulnerable. Un aspirante con estructura tal vez no sea viral, pero es competitivo. Y en política, la competitividad vale más que la simpatía.
Hoy muchos nuevos liderazgos en el país se enfrentan a un dilema. Quieren hacer política moderna, pero sin asumir la responsabilidad de construir una maquinaria. Y la maquinaria no es un concepto viejo; es un requisito básico. La política de hoy exige tecnología, comunicación estratégica, data electoral, microtargeting, capacitación territorial, control de padrón y presencia constante. No basta con gustar: hay que saber operar.
La simpatía emociona. La estructura garantiza el triunfo electoral.
Por eso, mientras algunos candidatos siguen invertidos en fotos, videos y frases bonitas, los que realmente aspiran a ganar están haciendo el trabajo silencioso y estratégico: reclutando gente, formando equipos, organizando mapas electorales, midiendo territorio por territorio, detectando zonas débiles, preparando logística, tocando puertas que no salen en las redes, armando operaciones que nadie aplaude, pero que deciden elecciones.
La República Dominicana está entrando en un ciclo donde la política se verá cada vez más profesionalizada. Las próximas campañas no se ganarán con ocurrencias, sino con precisión. La emoción puede empujar un proyecto, pero solo la estructura puede sostenerlo. Al final, cuando llega el día de las urnas, la pregunta que de verdad define todo es simple: quién tiene gente en el territorio, quién tiene control y quién tiene cómo contar los votos y cómo defenderlos.
Cada elección en este país confirma lo mismo. El que tiene gente en el territorio, gana. El liderazgo moderno necesita encanto, pero necesita algo más duro: organización y liderazgo.
Al final, la política dominicana es simple. La simpatía te pone en la conversación, pero la estructura te pone en el conteo. Y quien no entiende eso, no está compitiendo, está soñando despierto.
