(En primera persona)
La revista GLOBAL número 106 llegó a mis manos de una forma muy simple. Me la regaló Basilio Belliard, amigo, filósofo, crítico literario y actual director de la revista, en un encuentro casual en la librería Cuesta. Yo estaba comprando unos libros, mirando sin prisa, cuando coincidimos. Conversamos un poco y, con la amabilidad que siempre lo ha caracterizado, me entregó ese número, el primero publicado bajo su dirección.
Recuerdo que, apenas la vi, dije casi de inmediato:
—Excelente portada, Basilio.
No fue una frase automática. Como artista visual, la imagen me llamó la atención de una vez. Tenía algo. Pero ahí mismo no la analicé. La guardé en la bolsa junto a los libros que había comprado y seguí mi camino. Pensé que era una buena portada y ya. No imaginaba que, al llegar a casa, iba a quedarme dándole vueltas un buen rato.
Fue en la tranquilidad de mi casa cuando la miré de verdad.
La portada muestra un tablero de ajedrez casi vacío. Solo quedan dos piezas: un rey blanco, intervenido con la bandera de Estados Unidos y coronado con un sombrero de copa, y frente a él un único peón negro. Detrás, como fondo, aparece el mapa del mundo. No es una imagen de apertura ni de medio juego. Es, claramente, un final de partida.
Y como alguien que juega ajedrez —no como campeón, pero sí con suficiente conocimiento como para entender el juego— empecé a leer esa imagen como se lee una posición delicada.
Al principio, la lectura parecía obvia: una gran potencia frente a un adversario pequeño, reducido, sin respaldo. Pensé de inmediato en la geopolítica actual, en Estados Unidos y en esos países que hoy aparecen disminuidos dentro del orden internacional. Durante un momento creí que el sentido estaba claro. Pero cuando intenté ir un poco más lejos, algo no cuadró. Quise mover el peón mentalmente… y no pude.
Un final de partida que no se decide
En ajedrez, toda pieza está en una casilla precisa. Desde ahí se calcula todo. Pero al mirar con más atención me di cuenta de algo extraño: ni el rey ni el peón están claramente ubicados en un escaque. Parecen ocupar dos casillas al mismo tiempo, como suspendidos entre el blanco y el negro del tablero. Esa indefinición me llevó a profundizar el análisis. No se sabe si el rey llega a tiempo, si el peón avanza, si la partida se define o se empantana. Y ahí fue cuando entendí que el problema ajedrecístico se convertía en profundidad geopolítica.
¿Y si esa ambigüedad no es un descuido gráfico, sino el verdadero mensaje de la portada?
Rey contra peón es uno de los finales más estudiados del ajedrez porque, aunque parece simple, todo depende de detalles mínimos, y el tiempo es un elemento fundamental en esa fase del juego. El rey es fuerte, sí, pero no se mueve con seguridad. Cada paso parece costoso. El peón es pequeño, pero no desaparece. Sigue ahí, obligando al rey a pensar, a medir, a dudar.
Llevado al terreno político, la imagen habla de algo muy actual: incertidumbre estratégica. El poder dominante ya no actúa con la tranquilidad de antes. Calcula demasiado, se frena, teme las consecuencias. El actor reducido no gana, pero tampoco cae. Pienso inevitablemente en Venezuela, convertida en una especie de peón dentro del tablero global, no porque no exista, sino porque ha sido reducida económica, diplomática y simbólicamente. Y aun así, sigue ahí.
El mapa del mundo al fondo refuerza esa sensación. No hace nada. No interviene. Solo observa. Es como si el planeta entero estuviera mirando una jugada que no termina de hacerse. Pero también recuerda algo importante: lo que pase entre esas dos piezas no se quedará en ese tablero. Cualquier movimiento tendrá consecuencias globales.
La portada como editorial visual
También estoy leyendo, por supuesto, los artículos que conforman este número. Son textos que responden al perfil que GLOBAL ha cultivado a lo largo de los años: visiones del pensamiento intelectual dominicano y latinoamericano, reflexiones sobre política, derecho, cultura, historia y orden internacional. El conjunto del número es rico y diverso, y dialoga con debates contemporáneos de gran relevancia. Sin embargo, fue la portada —esa imagen silenciosa y cargada de sentido— la que me detuvo de otro modo. No porque el contenido interior carezca de valor, sino porque la cubierta funcionaba como un texto previo, como una idea visual que abría preguntas antes de la lectura y seguía persistente después.
En ese proceso recordé algo que Basilio me comentó en nuestra conversación, cuando le dije que analizaría esa portada para escribir sobre ella. Sonriente, me dijo que quizá no tenía mucho sentido escribir sobre la portada, que escribiera sobre esa edición, ya que la imagen no remitía a un artículo específico del interior. Y fue precisamente ahí donde confirmé mi intuición inicial. No quise escribir sobre la revista completa —que bien lo merece—, sino sobre la portada en sí misma. No como envoltura ni como anuncio, sino como un acto editorial autónomo. Una portada que no explica ni dirige, sino que piensa.
Esa decisión, además, no es una rareza ni un invento local. Forma parte de una tradición sólida en revistas internacionales como The New Yorker, The Economist o Le Monde Diplomatique, donde la portada actúa como un verdadero editorial visual. No ilustra un texto puntual: propone una lectura del mundo y deja al lector la tarea de interpretarla. En ese sentido, la portada de GLOBAL 106 no acompaña al número: conversa con él desde otro plano.
Quizás lo más interesante de esta imagen es que rompe con la lógica simple del blanco y el negro. El rey blanco no está completamente en el blanco ni en el negro. El peón negro no está completamente en el negro ni en el blanco. Ambos quedan en una zona indefinida, incómoda, propia de un mundo donde las certezas se han debilitado y el orden internacional ya no funciona como antes.
Esta no es una portada triunfal ni dramática. No anuncia jaque mate. Tampoco celebra una victoria. Lo que hace es algo más inquietante: muestra que ya no es tan fácil calcular, que las posiciones aparentemente claras se han vuelto frágiles y que muchos conflictos se alargan sin resolución.
Esta es mi forma de leer ese tablero, esa jugada y esos jugadores. Una lectura personal, nacida de una imagen que primero me gustó como artista y luego me hizo pensar como ciudadano del mundo.
Ahora la pregunta queda abierta: cuando tengas en tus manos la revista, GLOBAL edición 106, ¿cuál será tu lectura?
POR CARLOS SÁNCHEZ
*Es escritor y gestor cultural dominicano. Fue Comisionado Dominicano de Cultura en los Estados Unidos durante once años. Escribe sobre diversos temas desde una perspectiva crítica y humanista.
