• Porque la universidad es otra cosa
En los procesos electorales contemporáneos, se ha vuelto costumbre observar la transformación casi teatral de ciertos candidatos que, con tal de conquistar simpatías, adoptan gestos, ademanes y comportamientos que rozan el ridículo. Se trata de una simulación corporal y discursiva en la que el político se convierte en actor, y el escenario electoral, en un espectáculo donde la razón se disfraza para seducir emociones momentáneas.
Este fenómeno, que podríamos denominar “la payasearía política”, constituye un riesgo profundo para la calidad democrática, pues trivializa el ejercicio del voto y degrada el sentido ético del liderazgo público.
El término “payasearía”, aunque gramaticalmente poco frecuente, ofrece un valor simbólico y lingüístico singular. Proviene del verbo payasear, que a su vez deriva de payaso. En su uso coloquial, describe la acción de comportarse de manera frívola, exagerada o ridícula, buscando llamar la atención. En un contexto electoral, este término adquiere una dimensión crítica: no se trata solo de hacer reír, sino de manipular, de distraer al ciudadano mediante la teatralización de la política.
Pero este texto —y vale subrayarlo— no busca burlarse del payaso, sino advertir sobre la “payasearía” en la esfera pública. Porque mientras el payaso entretiene desde la autenticidad del arte, el político que payasea degrada la dignidad del servicio público. La diferencia es ética: el primero hace reír con propósito artístico; el segundo, hace reír para disimular su falta de propósito moral.
El riesgo de esta payasearía electoral es doble. Por un lado, erosiona la credibilidad del discurso político al sustituir el debate racional por la comedia improvisada. Por otro, deseduca al ciudadano, que termina confundiendo carisma con capacidad, espectáculo con seriedad, y simpatía con compromiso. Así, se reproduce un círculo vicioso en el que la apariencia vence al pensamiento, y el ruido suplanta al argumento.
De ahí la advertencia que acompaña este título: que este texto no te saque de contexto. Porque la crítica a la payasearía no debe entenderse como una censura al humor o a la espontaneidad, sino como un llamado a la coherencia, a la autenticidad y al respeto por la inteligencia del votante. El ejercicio de la política requiere convicción, no actuación; compromiso, no escenografía.
En una sociedad educada y consciente, el ciudadano no premia al que “payasea”, sino al que piensa, propone y respeta. Por eso, la universidad —como espacio de pensamiento libre y crítico— debe enseñar a distinguir entre el gesto vacío y la idea sustantiva; entre el personaje y la persona; entre la política como espectáculo y la política como servicio.
Porque, en efecto, la universidad es otra cosa.
“Cuando la política se convierte en espectáculo, los actores reemplazan a los líderes y el aplauso sustituye a la reflexión.”
— Anónimo contemporáneo
Por Pablo Valdez
