Conducir es un ejercicio de responsabilidad. Estar al frente de un volante sugiere plena conciencia de las vidas y bienes que dependen de su adecuado uso.
Pero en nuestro país una gran mayoría de personas ignoran las muchas cosas que están en juego a la hora de manejar un vehículo.
Esa masa desaprensiva, capaz de atropellar a quien osare ponérsele enfrente, ha convertido a las calles y avenidas en carnicerías humanas por las constantes muertes que ocurren en las vías públicas.
La policía de AMET resulta insuficiente para afrontar el desorden mayúsculo que se genera en todas las arterias, fruto de la falta de educación de conductores y conductoras que manejan de forma temeraria.
El prestigioso periodista y comunicador Persio Maldonado, en el editorial de El Nuevo Diario del jueves 13, hace referencia al caso en que un agente de la AMET, impotente ante la anarquía que se observa en nuestras calles, quiso “hacer cumplir la ley”, y disparó su arma de reglamento a los neumáticos de una yipeta que le pasaba por el lado quebrantando la orden de detenerse.
Maldonado, avizor de los grandes problemas que confronta la sociedad dominicana como lo es el transporte, y con la enjundiosa sapiencia que le caracteriza, dice en su escrito lo siguiente: “Estamos a tiempo de evitar el caos total. La gente no parece dispuesta a respetar nada ni a nadie. Y las autoridades en los distintos niveles no se dan a respetar, ni tampoco parecen estar comprometidas con la necesidad de establecer el orden como forma esencial de vivir en libertad”.
Si salimos y observamos la desordenada comunicación vial que se ha impuesto en todos los espacios urbanos, se puede notar a vuelo de pájaro, que ni siquiera las señales de tránsito son respetadas, y la propia ley 241 es transgredida alegremente dando visos esta última de ser simplemente un pedazo de papel.
Las llamadas “voladoras” no respetan las luces de los semáforos, y son capaces de transitar con un artefacto delantero llamado “defensa” en vías contrarias y a exceso de velocidad, poniendo en riesgo a todo ser humano que interfiera en su paso. Si alguien con educación vial intenta detener su vehículo ante la aparición de la luz roja de un semáforo, y detrás viene una voladora, ésta suena insistentemente la bocina para que el vehículo delantero se quite de su camino, y de no obtemperar, es chocado con la defensa delantera como señal de no volver a interrumpir el paso de estos turbadores artefactos.
El sistema de motoconcho ha instaurado una selva ferrosa en todo el país. Los motoconchistas se niegan a portar matrícula o licencia o el necesario casco protector, y el desorden y los accidentes de tránsitos se han recrudecido, agravando el problema el que más del 90 por ciento de los crímenes y atracos son cometidos desde este tipo de vehículo.
Los carros de concho parecen tener patente de corso para ser heraldos de la desgracia. La gran mayoría carece de luces, y en las noches se pasean como Pedro por su casa, poniendo en apuro a cualquier carro que se les acerque. Las batallas campales escenificadas por la disputa de pasajeros han dejado a muchas familias huérfanas, ya que “no le paran bola” a agredirse a palos, tiros y puñaladas.
Los camiones no solo son maquinaria de la muerte por los innumerables accidentes que provocan a su paso, sino que también envenenan el aire lanzando un mortífero humo negro desde sus unidades, que lo mínimo que produce es la infección total del aparato respiratorio.
Ante tanta impotencia y amargura está el hecho de que pobre de aquel director de AMET, policía o gobierno que trate de organizar a estos violadores consuetudinarios de la ley 241. Sonarán inmediatamente los tambores de guerra, y la victoria de ese sector será inminente y aplastante, pues no en balde son los “dueños del país”, como de forma irónica siempre le llamó el excelso periodista Radhamés Gómez Pepín.
Si entre voladoras, camiones, carros de concho y motoconchos han aniquilado la seguridad vial, esparciendo el terror y llevando la parca a las inseguras calles y avenidas dominicanas, no significa eso que las famosas yipetas se queden atrás. Estos vehículos de gran consumo de combustible, en su gran mayoría se movilizan llevando el luto, la destrucción y la sangre a muchos hogares.
Las yipetas son manejadas regularmente por adultos mayores, y en muchos casos son los culpables del caos vehicular que se vive a diario en las zonas urbanas.
Algunas personas conductoras de las contaminantes yipetas (muchos de estos vehículos son diésel o de gasoil, sustancia nociva que produce cáncer de pulmón) se dan a la tarea de “despachar” desde dentro de esos medios de transporte, de ahí que sean constante la gente vista chateando y hablando por celulares montados en estos vehículos, convirtiéndose en un peligro para las vidas y bienes del prójimo que maneja a su lado.
Regularmente quienes conducen yipetas pasan de 40 años de edad, lo que por naturaleza implica el descenso de sus facultades visuales; sin embargo, muchas de estas personas se mantienen detrás de un guía sin lentes, haciendo letal las ya de por sí arriesgadas calles dominicanas.
Si conductores y conductoras infligen las leyes de tránsito a cada minuto, los transeúntes no paran mientes en exponer sus vidas a diario. Solo hay que ver que los puentes peatonales son únicamente obras arquitectónicas para quien camina a pie, pues a pesar de la gran inversión que realiza el Estado en estas pasaderas humanas, la ciudadanía no se motiva a usarlos.
Los hoyos en las calles, aceras y avenidas son el “dolor nuestro de cada día”, y parecería que los cabildos y alcaldías reciben una comisión de las tiendas de repuestos, pues cada vez que un carro cae en un agujero de estos, lo menos que tiene que hacer es ir en “bola de humo” a la calle 20 o la Isabel Aguiar a comprar una nueva punta de eje, o a chequear el tren delantero.
En este valle de sangre, sudor y lágrimas, hay que reconocer el oasis que representa la extraordinaria labor que realiza el Ministerio de Obras Públicas en las vías públicas, que en su denodada faena por llevar orden y la disciplina a nuestras calles, hasta basura tienen que regularmente recoger, pues el abandono de la sindéresis por parte de muchos ciudadanos y ciudadanas es patético.
Al pandemonio del caótico tránsito dominicano se le agrega la irresponsabilidad de muchas empresas aseguradoras que en el marbete del seguro le estampan un párrafo que dice que ante un accidente nunca se declare culpable, lo que genera “jaladero” de pistola y machete de personas, lo que incita a la violencia en plena luz del día.
La imprudencia y el manejo temerario se apoderaron de todas nuestras arterias. La muerte se moviliza sobre ruedas y poder llegar vivo al hogar luego de una jornada callejera vehicular convida a una plegaria. Nadie se da por aludido y todos y todas buscamos culpar a los vituperados agentes de la AMET de la desgracia, cuando realmente la culpa es de cada persona que impone su falta de educación y sus reglas personales al tumultuoso tránsito cotidiano.
La muerte de personas inocentes por parte de comprobados asesinos al volante en las calles ha llegado a la magnitud de colocar a nuestro país en el primer lugar en muertes por accidente de tránsito, produciéndose una verdadera orgía de sangre con más de 20 víctimaspor cada 100 mil habitantes.
Por Elvis Valoy




