Decir “salud” y olvidar la mente es mutilar al ser humano. Porque no somos solo cuerpos que respiran: somos memorias, angustias, emociones, resistencias. En el mundo moderno —con sus presiones, desigualdades y tormentas— la salud mental es tan determinante como cualquier epidemia física. Negarla, subinvertirla o estigmatizarla es condenar al dolor al silencio.
Vivimos en una época donde la gente sonríe para las redes pero llora en el baño. Donde los likes sustituyen el afecto, y la productividad se volvió una nueva forma de esclavitud emocional. La depresión y la ansiedad no son rarezas de débiles: son los síntomas de un sistema que exprime cuerpos, vacía mentes y glorifica la falsa felicidad.
Una pandemia invisible que no respeta fronteras
La salud mental no es una moda, es una crisis global.
Según la Organización Mundial de la Salud, una de cada ocho personas en el planeta sufre algún trastorno mental. La depresión ya es una de las principales causas de discapacidad en el mundo, y cada año más de 700 mil personas deciden quitarse la vida.
El problema no es solo médico: es estructural. El mundo moderno fabrica enfermos emocionales y después los culpa por no poder sonreír. La velocidad con la que vivimos, la desigualdad, el aislamiento y la violencia cotidiana son detonantes silenciosos.
Mientras tanto, los gobiernos repiten discursos sobre “bienestar” y “salud integral”, pero los presupuestos públicos para salud mental siguen siendo una burla. En la mayoría de países no supera el 2 % del gasto sanitario total. En otras palabras: invertimos millones en cuerpos, pero casi nada en almas.
República Dominicana: un país cansado pero sin terapia
En República Dominicana, la salud mental sigue siendo la cenicienta del sistema de salud.
Los hospitales están llenos de gente con dolores físicos, pero nadie pregunta cuántos de esos dolores son emocionales.
El país apenas cuenta con un psiquiatra por cada 100 mil habitantes. Las zonas rurales prácticamente no tienen acceso a psicólogos, y los pocos centros de atención mental se concentran en las grandes ciudades. La mayoría de los pacientes que buscan ayuda deben pagarla de su bolsillo, y los que no pueden simplemente aprenden a sobrevivir como se pueda.
Durante la pandemia, más de 11 mil dominicanos buscaron asistencia psicológica por ansiedad, insomnio y depresión. Pero cuántos más callaron, cuántos se encerraron a sufrir en silencio porque aún pesa el estigma de que “ir al psicólogo es para locos”.
Y mientras tanto, aumentan los casos de suicidios, de violencia intrafamiliar, de jóvenes atrapados en adicciones y adultos que se desmoronan por dentro sin que nadie los vea.
La salud mental en República Dominicana no es una prioridad, es un lujo.
Y el Estado parece olvidar que un país no se construye con cuerpos fuertes y mentes rotas.
El costo de ignorar la mente
Ignorar la salud mental tiene consecuencias que ningún gobierno puede disfrazar con propaganda.
Una población emocionalmente enferma es menos productiva, más violenta, más desesperada.
El abandono emocional genera crisis familiares, deserción escolar, agresividad, corrupción, incluso delitos. Porque sí: muchas veces, detrás de un acto de violencia hay una mente que se quebró hace tiempo y nadie escuchó.
Los centros de salud mental no pueden seguir siendo el último eslabón del sistema.
Deben ser el principio. El punto de partida.
No hay desarrollo posible sin estabilidad emocional, y no hay estabilidad emocional sin políticas públicas que traten el tema con urgencia, recursos y sensibilidad.
Entre el silencio y la supervivencia
En este país, decir “estoy mal” todavía es un pecado.
Preferimos esconder el dolor detrás de frases como “todo bien, gracias a Dios”.
Y así vamos, llenando las calles de personas que funcionan, pero no viven.
Hay gente riendo en fotos mientras pelea con pensamientos suicidas.
Hay madres con ansiedad postparto a las que nadie les ofrece ayuda.
Hay hombres que se derrumban en silencio porque la sociedad les enseñó que llorar es debilidad.
Hay jóvenes que cargan la frustración de una vida que no pudieron construir y adultos que ya no tienen fuerzas para empezar de nuevo.
La salud mental no es un tema de moda: es una emergencia humanitaria disfrazada de rutina.
Cuidar la mente también es hacer patria
Hablar de salud mental en República Dominicana es hablar de dignidad, de humanidad, de futuro.
No podemos seguir construyendo un país donde el sistema celebra hospitales nuevos mientras sigue llenando cementerios con personas que murieron por dentro antes de tiempo.
Necesitamos políticas reales, presupuesto justo, educación emocional desde las escuelas, espacios comunitarios de apoyo, campañas públicas que normalicen buscar ayuda.
Porque cuando un país cuida su mente, deja de producir monstruos sociales.
Deja de formar generaciones que heredan traumas.
Y empieza a sanar no solo individuos, sino historias completas.
La salud mental es el espejo de nuestra época.
Y lo que refleja hoy no es bonito: soledad, ansiedad, violencia, insomnio, miedo, desconexión.
Pero todavía hay esperanza.
Empezar a hablar, empezar a pedir ayuda, empezar a exigirle al Estado, empezar a mirar de frente lo que duele.
Ese es el primer paso para dejar de sobrevivir y empezar a vivir de verdad.
Porque no hay país posible sin mentes sanas.
Y no hay futuro para una nación que ignora su dolor colectivo.
Por Ann Santiago
