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26 de diciembre 2025
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OpiniónAnn SantiagoAnn Santiago

La historia dominicana contada como nadie se atreve

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“Nos liberamos de cadenas, pero no de los que las fabrican.”

Nos vendieron una historia bonita.
Nos dijeron que éramos valientes, que nacimos de la lucha, que Duarte, Sánchez y Mella nos dieron patria.
Nos enseñaron himnos, fechas, bustos de mármol.
Pero no nos enseñaron a cuestionar.
Ni a ver lo que vino después.
Ni a entender por qué, casi dos siglos después, seguimos siendo esclavos… pero más modernos, más callados, más rotos.

Dicen que nos independizamos en 1844.
Pero ¿de quién estamos realmente libres hoy?

Después de los cañones vinieron los trajes.
Después del machete vino el préstamo.
Después del invasor vinieron los gobiernos “nuestros”, que nos clavaron más hondo que cualquier extranjero.

Duarte murió exiliado. Sánchez fue fusilado. Mella sobrevivió con una bala en el pecho.
Nos dieron patria, y nosotros les devolvimos traición.
Pedro Santana —sí, el que aún aparece en billetes— nos anexó a España en 1861.
Y Buenaventura Báez casi nos vende cinco veces a Estados Unidos.
Esa fue nuestra verdadera primera república: la de la entrega.

Luego vino la invasión de 1916. Los norteamericanos nos desarmaron, nos domesticaron, nos marcaron.
Desde ahí se nos quedó en el ADN eso de que lo extranjero manda, y lo dominicano se acomoda.

Y entonces llegó Trujillo.
Treinta años de dictadura, de violaciones, asesinatos, censura, miedo.
Y aun así, hay quienes lo recuerdan con respeto.
Porque en este país, mientras haya orden y calles limpias, no importa cuánta sangre se derrame.
Nos vendieron la paz a cambio del silencio.
Y aprendimos a callar por supervivencia.

Después llegaron los doce años de Balaguer:
una dictadura con corbata.
Desaparecidos, represión, obras de concreto construidas sobre huesos.
Y todavía hay avenidas que llevan su nombre. Porque aquí la historia se premia según quién la cuente.

Vinieron luego los “reformistas”, los “modernistas”, los “progresistas”…
todos con nombre nuevo, pero con la misma hambre.
Cada presidente con su “nuevo modelo”, y el pueblo con el mismo plato vacío.
Se repiten las caras. Se reciclan los partidos. Se reparten el poder como si fuera herencia.
Y tú, dominicano de a pie, solo heredas deuda, miseria y rabia contenida.

Nos dicen que celebremos el 27 de febrero, pero nadie celebra con hambre.
Nos piden que levantemos la bandera, pero ¿cómo levantar algo cuando tú mismo estás en el suelo?

¿De qué sirve la independencia si no hay soberanía económica?

¿De qué sirve la Constitución si no hay justicia real?
¿De qué sirve la libertad si tienes que rogar por un trabajo, un seguro, un techo?

Esta isla no solo es rica en historia. Es rica en olvido.
Se nos olvida que Duarte murió en el exilio.
Se nos olvida que Luperón peleó por un país que aún no existe.
Se nos olvida que cada vez que alguien quiso cambiar las cosas, lo callaron, lo vendieron o lo mataron.

La historia dominicana no es solo fechas.
Es traición. Es rebeldía. Es silencio. Es grito.
Y sobre todo, es repetición.
Porque seguimos tropezando con los mismos apellidos, los mismos discursos, los mismos errores…
solo que ahora tienen WiFi.

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