La escolaridad es un hecho ideológico. Es algo indudable, desde la óptica de los Estados y su estructura docente la que procura socializar a los participantes en sus aulas, sus currículos y a través del contexto social. Desde el Estado se socializa para convertir a los niños, adolescentes y jóvenes en ciudadanos formados para desenvolverse y desarrollarse en la vida cotidiana y moderna, tanto en lo rural como en lo urbano. La socialización escolar labora para cristalizar conductas a través del respeto a las normas establecidas por el régimen político, social, económico y cultural.
Lo interesante de todo esto es que, gracias a la neurociencia, hoy sabemos que el cerebro se recicla constantemente y que necesita también reconstruirse, una y otra vez, actualizando su percepción de la realidad.
El concepto “paradoja” se construye como un hecho que parece oponerse a los principios de la lógica. Proviene del latín “paradoxa”, cuyo significado refiere a lo contrario de la opinión común. En el concepto se ligan o entrelazan elementos que se contradicen, sin llegar a la antítesis. En el caso que nos ocupa, sirve para estimular el análisis, así como para reflexionar e ir a la comprensión de ideas abstractas que entran en el mundo filosófico, que nos colocan en la posibilidad de analizar temas de carácter universal.
La paradoja que traigo a colación se define dentro del contexto escolar de la siguiente manera: socializar/pensar. Socializar a los participantes para obedecer las normas establecidas en el marco de las “reglas del juego sociopolítico” enmarcado por el poder del Estado; pensar para comprender los fenómenos a los que deberán enfrentarse los futuros ciudadanos que asisten a los centros escolares, en condición de niños, adolescentes o jóvenes.
Es preciso entender, que en la dinámica de la sociedad, la paradoja socializar/pensar está en constante movimiento. Parece lo contrario, porque ambos términos se presentan fijos, debido a que aducen a la forma, pero operan dentro de un dinamismo constante, a través de sujetos que propician aprendizajes para crear individuos obedientes y otros que buscan enseñar a pensar a los estudiantes. Estos últimos, con el propósito de desarrollar el carácter, cimentado en la libertad, la que se propicia desde la comprensión de la fenomenología que se presenta en cada espacio tiempo.
Los sistemas educativos responden a los sistemas sociales y, en consecuencia, definen los contenidos temáticos de la programación escolar, al mismo tiempo, aparecen actores que trabajan currículos ocultos de acuerdo a sus propósitos estratégicos. En ese orden se produce y reproduce el amasijo de propósitos de cada una de las acciones áulicas; es decir, se auspicia el desarrollo del pensamiento, para arribar a la comprensión o por el contrario, se trabaja la “socialización” como instrumento conductista, con el propósito de crear ciudadanos obedientes al sistema, muchas veces ajenos a la criticidad y llenos de miedo hacia lo disruptivo.
Entonces, es preciso que desde esta perspectiva situemos a la paradoja, no sólo en la óptica de la lógica, sino además, en la función social que esta tiene. Se trata del desempeño histórico, respecto a la conquista evolutiva que se ha logrado por milenios de años, frente a la formación de ciudadanos obedientes. En este último escenario, se presentan pocas excepciones formativas, que produzcan ciudadanos capaces de asumir actitudes disruptivas, cuestionadoras del status quo. Y por lo tanto, consideramos, que por esa falta de formación inclinada hacia la creación de pensadores críticos, existe un desbalance cuantitativo, por desgracia abismal, entre unos y otros.
Sin lugar a dudas, estas excepciones en la construcción del carácter se presentan, aunque pocas, proporcionando cambios positivos a la sociedad en sentido general, pero a un ritmo desacelerado. Por esa razón, conviene colocar estratégicamente a la paradoja socializar/pensar, desde la teoría de los sistemas sociales, en la parte de su función o en la parte de su operatividad, porque la misma se va resolviendo a causa de la evolución del sistema socioeducativo. En este punto, debemos acelerar los cambios, para lograr ponernos a tono con el contexto mundial.
Si se reconoce la importancia del pensamiento crítico, la fuerza evolutiva de un ciudadano capaz de comprender los diversos fenómenos sociales, esto implicaría cambiar profundamente el aula, con el propósito de producir ciudadanos con altos niveles de abstracción y en capacidad de liderar los necesarios cambios que clama la sociedad dominicana.
Para poder lograr lo que decimos en el párrafo anterior, la autoridad política no debe dejar los asuntos educativos a la libre determinación del sistema, por el contrario, implica un proceso de toma de decisiones –que serían mejores si se toman desde el consenso- entendiendo lo que ocurre en el sistema educativo dominicano, y, por lo tanto, poder llegar a la posibilidad de brindar una explicación capaz de acercarnos al conocimiento y comprensión de la fenomenología social, que impide una mejora rápida y constante de nuestra ciudadanía.
Por Francisco Cruz Pascual
