En un interesante análisis, el doctor David H. García Waldman publicó para la revista Foreign Affairs Latinoamérica un artículo titulado “La diplomacia de las vacunas y su impacto en Latinoamérica”. Ahí, el autor cataloga la denominada diplomacia de las vacunas de oportunistas; sin embargo, manifiesta explícitamente lo positivo que ha traído ese tipo de diplomacia: el Mecanismo de Acceso Mundial a las Vacunas contra la COVID-19 (COVAX). Afortunadamente, esto es una respuesta sensata y eficaz ante una de las mayores crisis humanitarias; es más bien, una reactivación colosal del multilateralismo.
En esa misma línea, otro texto llamó mi atención; este fue elaborado por Mujib Mashal y Vivian Yee para el New York Times, y tiene como título “El juego diplomático por las vacunas contra la COVID-19”. En él se plantea la disyuntiva sobre si ayudar verdaderamente a los menos aventajados ante la situación de la pandemia o, medir fuerzas entre gigantes para crear la ficticia sensación de superioridad moral que se transmite a través de la ejecución de programas de vacunas que permitan granjearse preponderancias geopolíticas.
Indudablemente, bastante se ha escrito sobre la diplomacia de las vacunas. Algunos, haciendo fuertes críticas al sistema individualista que opera en gran parte del planeta y a la diplomacia de crédito invisible que establecen algunos países avanzados. Otros, son proclives por exhibir un clima más esperanzador y de buena fe en la práctica diplomática. Por esa razón, aunque con escasos éxitos, muchos países han basado su política exterior en la cooperación solidaria, desinteresada y unificada.
Pero, ¿Qué es realmente la diplomacia de las vacunas? ¿Cuál función ejerce? Y por último y no menos importante, ¿Cómo deberá presentarse la diplomacia eventualmente?
En principio, la diplomacia de las vacunas es concebida como los medios utilizados por los Estados emergentes o en vías de desarrollo que tienen poca o nula capacidad para producir sus propias vacunas. De manera que los esfuerzos de estos giran en torno a conseguir dosis que posibiliten favorablemente apaliar la pandemia de la COVID-19. De ese modo, su cometido no es más que la agilización de diligenciar bilateral o multilateralmente la donación o contratación de vacunas.
Posiblemente, la diplomacia tendrá como rol esencial el empeño por transparentar más las acciones emprendidas. Asimismo, establecer un vínculo franco y directo sobre las pretensiones de aquellos que negocian vacunas con otro fin que el de sobreponer a su país de la incertidumbre actual. Igualmente, aquel Estado cooperador, no deberá demostrar ningún otro interés a mediano ni largo plazo que el de solidarizarse y contribuir honestamente con una de las causas que tiene en jaque la convivencia humana. Todo eso por supuesto, en aras de evitar malentendidos en el ámbito de las relaciones internacionales.
En efecto, deseo creer fielmente la inexistencia de una ventaja ignominiosa de parte de la diplomacia, sino más bien, que la situación sanitaria global ha exasperado la diplomacia tradicional de gestionar cualquier asunto. Y eso se debe, tal vez, al acaparamiento injusto de poco más del 75 por ciento de las vacunas producidas, solamente por 10 países del planeta.
No obstante, sería más infructuoso calificar la diplomacia de las vacunas como una vía de escape en la que se evidencia una supuesta intención de adquirir influencia o poder mundial adrede, que examinar el contexto para reafirmar que la diplomacia, en la forma, aprovecharía la ocasión para consolidarse comprometidamente hacia una transformación positiva y humana.
Finalmente, la diplomacia de las vacunas ha acelerado el proceso de reconfiguración de las maneras en que los Estados colaboran entre sí. Probablemente sea esa manera una especie de vacuna para una dinamización de la diplomacia que garantice una modernización y fluidez consecuente de tal.
Ojala que así sea.
Por Nelson J. Medina
