Indiscutiblemente que la oposición contó con un plan B durante todo el proceso proselitista pasado, el cual pondrían en ejecución ante el fracaso electoral que ya de antemano sabían le esperaba, y que las encuestas venían registrando.
En el inicio de la campaña electoral y durante todo el trayecto se observaba a la oposición reclamando ante la Junta Central Electoral cambios en la forma de celebrarse las elecciones, incluso desconociendo procedimientos aprobados por sus delegados, no importándole las contradicciones subyacentes.
Pero todo era parte de una estrategia que buscaba torpedear futuros resultados adversos a su causa. Sin embargo, hay que reconocer que le cayó como anillo al dedo el reclamo del conteo manual de los votos y su posterior anuencia por parte de la JCE. Esto así debido a que lo que más necesitaban los partidos de oposición era tiempo, como forma de crear la incertidumbre que desembocara en el caos, y que al final permitiera la realización del plan B que se circunscribía al desconocimiento de la voluntad popular.
Algunos asesores de la oposición en ningún momento escondieron su estrategia de deslegitimación de las pasadas elecciones, y posterior ambiente anarquista, con miras a crear las condiciones para su subsecuente boicot.
No es fortuito que el domingo en la noche el Partido Revolucionario Moderno suspendiera una anunciada rueda de prensa, pues sus asesores lo consideraron prematuro para su estrategia, que se sustenta en originar angustias e indecisiones que conlleve a la reyerta, y que al final conduzca a la violencia, que a la postre llevará al desconocimiento de los resultados de las urnas.
Como toda la oposición conocía de la masiva simpatía del presidente Danilo Medina Sánchez, que lo ubicaba como el ganador de las elecciones en la primera vuelta de manera abrumadora, apostaría a que con la entronización del caos y la trifulca en las boletas B y C el proceso eleccionario total colapsaría. En otras palabras: de consumarse el plan B, los resultados incuestionable de la boleta A también serían cuestionado, lo que traería la suspensión de todo el proceso electoral.
El voto manual le brindó en bandeja de plata esa oportunidad, y no la desperdiciaron. Como los candidatos presidenciales de la mayoría de las organizaciones opositoras no tienen calidad para objetar los resultados de las urnas del pasado domingo 15 (algunos obtuvieron 12 mil votos), pues su votación es muy pírrica, entonces se escudaron detrás de los aspirantes a cargos municipales y congresuales para que estos implanten las condiciones para la violencia y la agresión.
No es fortuito que el licenciado Luis Abinader haya salido a diferentes pueblos a azuzar a aspirantes que no le han permitido a la Junta Central Electoral ni siquiera contar los votos. Las amenazas de tierra arrasada, de fuego y hasta enfrentamientos de aspirantes, que en la mayoría de los casos fueron derrotados por sus adversarios, solo persigue crear dudas, indecisiones, descrédito, y así desconocer a las autoridades que tienen como sagrado mandato reconocer un ganador.
Es parte de ese montaje oscuro de alterar el designio del Pueblo Dominicano que dio un ejemplo de civilismo y orden asistiendo a sufragar el pasado domingo. Es parte de la objeción al reconocimiento de la derrota que ya es una cultura en nuestro país.
Pero lo que no contaba la oposición era con el nivel de desarrollo de las instituciones nacionales que ya han empezado en masas a exigirles a los directos revoltosos e indirectos agitadores tras bastidores, a respetar la voluntad popular, y a abandonar de una vez y por todas las triquiñuelas anti electorales que solo traen luto, sangre y lágrimas a la población.
Prelados católicos, instituciones de la sociedad civil, el empresariado nacional, etc., han llamado a la calma y a permitir el trabajo de la Junta Central Electoral, que es el organismo facultado para declarar ganadores en las boletas B y C, que eran las fichas que tenía la oposición para tratar de desestabilizar el proceso eleccionario pasado.
Claro está que igualmente el Pueblo Dominicano le dio la espalda a los conjurados que en ningún instante compitieron con el ánimo de ganar, sino de arrebatar.
Por Elvis Valoy




