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18 de mayo 2024
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OpiniónAlejandro AsmarAlejandro Asmar

La delincuencia y la violencia social: hacia una solución en la República Dominicana

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La sociedad dominicana ha sido sacudida en sus cimientos en los últimos días por hechos violentos y criminales que parecen extraídos de una película de terror, que no porque se están haciendo cotidianos debemos acostumbrarnos, sin reaccionar, a este festival sangriento.

El reciente asesinato de una madre de 3 hijos en una joyería y los crímenes por nimiedades como el uso de parqueo, configura el deslizamiento por la pendiente disolución social y la pérdida del humanismo que nos identificaba en pasado reciente.

La paz aldeana y la cohesión social y familiar que antes nos caracterizaba, y que sustentaba el diario convivir de los ciudadanos, se ha trocado en un ambiente social irrespirable, contaminado por todo tipo de falencias humanas, donde todos nos encontramos sometidos por el asedio de una criminalidad despojada de toda consideración humanística.

Paulatinamente, hemos ido viendo cómo nuestro tejido social se ha ido rompiendo y descomponiendo, atacado por antivalores, sin que nuestro organismo social produjera los anticuerpos necesarios para aislar y extirpar el problema antes de que deviniera en una infección general que afectara a todo el sistema, como efectivamente ha sucedido.

Ante este tétrico panorama, surgen las preguntas: ¿Qué está pasando con nuestro país, y cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Cuáles son las causas y cuál es el remedio? ¿Cuál es el futuro que nos espera si las cosas siguen como van? Las respuestas no requieren de mucha profundidad de análisis porque salen a la superficie: En el país la pobreza ha ido creciendo sin parar, hasta convertirnos en una sociedad depauperada, de sobrevivientes.

Pese al proclamado crecimiento del que se han ufanado nuestros últimos gobiernos, ni generaron nuevos empleos de calidad para la mayoría empleada que posibiliten la movilidad social, ni hemos podidos crear los empleos necesarios y suficientes para producir los bienes y una mejor base de distribución de la riqueza.

Los que tienen la suerte de tener un empleo, están mal pagados y luchan por llegar a fin de mes a base de endeudamiento con la tarjeta de crédito o el prestamista del barrio. En el otro lado, quienes están desempleados, porque se le hace difícil  conseguir trabajo por ausencia de preparación y/o oportunidades, se ven ante el drama diario de buscar el sustento suyo o el de su familia.

Aquí entran en acción los primeros causales del problema: la necesidad y la desesperación, atizando el instinto animal de sobrevivir a como dé lugar. De aquí a la delincuencia solo hay un resbalón y el terreno está abonado para que suceda.  Nuestras calles están llenas de delincuentes en potencia que sienten que los escaparates de las tiendas se burlan de su pobreza tras los cristales, exhibiendo ilusiones de un bienestar inalcanzable para quienes viven en la marginalidad absoluta.

Si a ello le sumamos que las personas que viven fuera de la sociedad de consumo, que fueron vomitados por ella, ven agravada su situación por una carencia doble de educación, la seglar y la que realza los valores de la vida del país, el panorama no puede ser más desalentador, y al mismo tiempo, más urgente de soluciones.

Antes los hechos y las consecuencias de la conducta delictiva y antisocial, tendemos a ser reactivos, lamentándonos y condenándolos, pero sin pensar que el malhechor no nació así, sino que se hizo. Lo hizo la familia desintegrada cuando lo lanzó a la calle para que se críe como yerbas silvestres. Lo hicieron los daños incuantificables que provoca la corrupción en el país al trasladar a bolsillos particulares recursos colectivos que bien manejados hubieran redundados en más hospitales, más escuelas y mejor calidad educativa, más centros de arte y oficios donde los más humildes puedan cultivar sus habilidades y su porvenir, aumentando sus oportunidades laborales y las posibilidades de progreso en cada familia dominicana.

No sabemos hasta qué punto la inseguridad ciudadana representa un fenómeno de impacto perjudicial para el desenvolvimiento económico y el accionar de las personas. Pero si se puede colegir que afecta la productividad laboral, porque en un clima de miedo y amenaza a la integridad física y hasta la misma vida, nadie puede rendir al cien por ciento. Ante la expectativa de ser la próxima víctima cuando se enrumbe hacia su barrio, un empleado da menos de lo que se puede esperar de él.

Y si hacemos esto extensivo a los lugares de diversión y entretenimiento, afectados por el constreñimiento de la vida nocturna, a causa de que un alto porcentaje de la población deja de hacer algunas actividades por temor a la delincuencia, nos daremos cuenta de que la salud de la economía también se ve resentida.

Como agravante, a esto se agrega la falta de confianza en las autoridades, la cual se ve reforzada por acciones como en las que recientemente se vieron envueltos oficiales policiales que sustrajeron millón y medio de pesos durante un allanamiento y que hacen presumir que la iglesia está en manos de Lutero.

Partiendo de todo lo anterior, proponemos como respuesta al problema el desarrollo y ejecución de políticas públicas que aseguren que la población juvenil se mantenga dentro  de las aulas del sistema educativo, participe en actividades comunitarias, culturales, deportivas, sociales  y recreativas, y se capacite para insertarse en mejores condiciones en el mercado de trabajo.

En cuanto a las medidas que deben de tomar las autoridades y las instituciones que lidian directamente con las consecuencias del fenómeno, sabemos que aquellas regularmente se ven desbordadas e imposibilitadas de implantar un efectivo sistema de seguridad pública debido a penurias fiscales, insuficiencia de agentes, vehículos de patrullaje, reparaciones, combustibles, lo cual deja más terrenos abiertos a los antisociales.

Cuando se miran los sueldos y demás componentes de las remuneraciones de estos servidores, comprendemos la poca motivación y entrega en mitigar el mal. La protección social que reclama una demografía que se ha incrementado en las últimas décadas con la llegada de haitianos y otros extranjeros, amerita una estructura de seguridad en consonancia con esta realidad.

En lo relacionado con el sistema de administración e impartición de justicia, las cosas dejan mucho que desear, pues la laxitud con que los delincuentes vuelven a las calles, hace que por ejemplo, 3,000 ladrones reincidentes que debieran estar  en la cárcel por sus fechorías, estén sueltos haciendo lo único que saben hacer.

Por Alejandro Asmar

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