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20 de diciembre 2025
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OpiniónFrancisco Cruz PascualFrancisco Cruz Pascual

La autoridad del profesor en el siglo XXI

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Es innegable que los profesores hoy no somos esas figuras de autoridad que tenían los profesores que nos formaron (en mi caso), seis décadas atrás cuando inicié el nivel primario, ni cuando ocho años más tarde concluía el nivel medio e iniciaba la aventura del bachillerato en el Liceo Juan Pablo Duarte de la capital. Esa era una época de gran admiración por unos profesores abnegados a su labor y entregados a las ideologías y otros aspectos que les hacían ser unos seres superiores ante los ojos de los jóvenes.

En esa época de plena guerra fría, la disciplina y el respeto a los mayores y en especial al profesor era algo sagrado. Los jóvenes cumplíamos con nuestros compromisos y lo hacíamos con agrado y de una forma consciente. ¡Eran tiempos de grandes certidumbres!

Las certezas han abandonado el quehacer humano en todos sus ámbitos. Hoy quiero referirme al profesor en como ser humano especial debido a su oficio. Hoy los docentes en sentido general nos encontramos especialmente vulnerables ante un contexto universal cambiante y lleno de dudas hacia cómo será el futuro. La realidad que nos golpea, no solo con el cúmulo de informaciones, (muchas veces fuera de nuestro alcance), debido a grandes retrasos en nuestra actualización académica y cultural, así como en el área de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, mejor conocidas como TIC.

La incertidumbre nos coloca como profesores en grandes disyuntivas que desmotivan y nos hacen presas fáciles de la depresión, propiciando una dejadez que necesita ser tratada por especialistas.

El profesor desde su aula tradicional ve con preocupación que para tener acceso a informaciones claves, con el objetivo de desarrollar sus labores eficazmente, se encuentra con una realidad de rezago que le enfrenta, desafiando sus competencias en el área tecnológica, y esa realidad le agota mentalmente y lo pone en desasosiego. Y ese es un problema que causa incompetencia a través de actitudes que el Estado debe enfrentar desde las áreas profesionales correspondientes, porque ese agotamiento ya llega al ámbito espiritual de muchos docentes, colocándoles en una situación negativa ante la situación de crisis del sistema educativo en el cual ellos son parte esencial (como actores coprotagonistas), para su buen funcionamiento.

El mundo cambio y muchos no hemos asimilado esa realidad. Vivimos en la era digital y muchos de nosotros no hemos asimilado que ese cambio es una realidad irreversible y por ello nos encontramos en situaciones de crisis ante nuestros alumnos, los que ya no nos respetan ni admiran como en décadas anteriores.  Si la escuela quiere cambiar, debe lograr que el maestro cambie su actitud, se comprometa consigo mismo y con la sociedad que le cuestiona, utilizar menos la verticalidad del catedrático para asumir la horizontalidad de las relaciones alumno-profesor, porque el conocimiento ya no es un monopolio de la escuela y sus profesores.

Lo cognitivo hoy cuelga desde las diversas pantallas y se observa desde distintas ópticas. Toca al aula aprender a reflexionar desde estos nuevos contenidos, para unificar conocimientos importantes para los actores y sus contextos sociales, desechando los que no sean de interés, pero, conociendo de su existencia para poder enfrentar a quienes levanten conocimientos inconvenientes a los propósitos que persigue la escuela. Para rechazar algo, hay que conocerlo al detalle y saber por qué lo rechazamos. Ese es el reto de la escuela de hoy.

Vivimos en una realidad de pantalla, la gente común cree ciegamente en lo que se ve, y la escuela tiene que cambiar esa realidad desde el análisis, para que la gente común se acerque a la realidad de que lo que no se ve es mucho más importante que lo que se ve. De esa forma, la escuela trabajará para el desarrollo humano y su crecimiento cualitativo, posibilitando que la manipulación sea limitada por individuos conscientes egresados desde una escuela critica, objetivamente reflexiva.

 

Por Francisco Cruz Pascual

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