ENVÍA TUS DENUNCIAS 829-917-7231 / 809-866-3480
26 de diciembre 2025
logo
OpiniónAnn SantiagoAnn Santiago

Justicia incompleta, silencios eternos

COMPARTIR:

Hoy el Tribunal habló. Y aunque muchos lo celebran como triunfo, lo que se escuchó fue apenas un eco: 30 años de cárcel para Ammy Hiraldo Peña por la muerte brutal de Yennely Andreina Duarte. Una condena grande, sí. Pero insuficiente frente al vacío que deja una vida arrancada a cuchilladas.

Nada devuelve a Yennely. Nada repara el cuerpo torturado, ni la voz que ya no vuelve. Y, aún así, este fallo se siente como un respiro mínimo en un país donde la justicia casi siempre llega tarde, mutilada, o simplemente no llega. Porque una sentencia no es justicia: es apenas el recordatorio de que algo falló antes, durante y después.

Y lo que más inquieta es la sombra: la sensación de que no actuó sola, de que hubo manos, ojos, silencios que también deberían estar sentados en ese banquillo. Pero caminan libres. Porque aquí la verdad siempre llega con llagas y a medias.

Dolor que no merece ser noticia de un día

Mientras el caso de Yennely cierra un capítulo, otro queda tirado en el piso, invisible para quienes eligen mirar hacia otro lado. Stephora Anne-Mircie Joseph tenía 11 años. Fue a una excursión escolar y regresó muerta. Ahogada. Bajo la responsabilidad directa de quienes debieron cuidarla.

Lo que debía generar indignación nacional se convirtió en un murmullo que la prensa ya casi olvida. Una niña murió, y el país pasó la página con la velocidad de siempre. Su familia pide explicaciones que nadie da, protocolos que nunca existieron, nombres que no aparecen.

El dolor de su madre no puede archivarse como si fuese un trámite más. No es un caso menor. No es un accidente más. Es la muestra perfecta de cómo la negligencia también mata. Y lo más terrible: cómo el olvido la entierra dos veces.

El estruendo visible que se quiere enterrar — Colapso del techo de la discoteca Jet Set

Y luego está Jet Set. Esa noche que todavía se siente en el aire, en las familias que no han podido volver a dormir igual. Un techo que cayó como sentencia de muerte sobre decenas de personas. Una tragedia anunciada, advertida, ignorada.

Después vinieron los discursos, los abrazos protocolares, las promesas. Y luego… nada. Solo la lenta descomposición del caso, igual que los expedientes que terminan cubiertos de polvo en alguna oficina. Es increíble cómo este país domina el arte de olvidar tragedias cuando dejan de convenir.

Los muertos del Jet Set no son números. No son titulares viejos. Son vidas. Historias. Sueños aplastados literalmente por la irresponsabilidad y la corrupción. Enterrarlos en el olvido sería matarlos de nuevo.

Memoria como arma, exigencia como escudo

La condena por la muerte de Yennely es necesaria. Pero no nos engañemos: no es victoria. Es apenas un punto en un país donde la justicia tiene que ser empujada a golpes para que aparezca. Y donde la verdad siempre parece negociada.

Que este caso no sea anestesia, que nos despierte, que nos empuje a seguir exigiendo claridad por Stephora. Que nos haga reclamar la verdad completa sobre Jet Set. Que la memoria no se vuelva un lujo sino una obligación.

Porque no hay justicia si el país suelta la indignación tan rápido como agarra la próxima noticia. No hay reparación si el silencio se vuelve costumbre; y no habrá nunca un país distinto si seguimos permitiendo que la impunidad sea parte del paisaje.

La justicia real empieza cuando la memoria deja de dormirse. Y hoy, más que nunca, este país necesita mantenerse despierto.

Por Ann Santiago 

Comenta