Es muy difícil en estos tiempos plagiar una obra. Debido al gran desarrollo de la tecnología, cualquier intento de imitación de una determinado manifestación científica artística o cultural es captado de inmediato. Asimismo, el desarrollo de las redes sociales ha contribuido con este propósito de evitar la copia.
Las demandas por intento de plagio llueven a granel, principalmente en Estados Unidos, que al ser un mercado de más de 250 millones de personas y en moneda dura, la gente que produce se mantiene vigilante ante cualquier atisbo de plagio. En la música popular norteamericana es que más demandas existen por supuestas operaciones de calcar obras musicales.
En estos instantes Katy Perry, Beyoncé, Jay Z, Eminem, Taylor Swift, y otras personalidades, enfrentan demandas por presumidos plagios artísticos. Uno de los ex integrantes de los Beatles tuvo que pagar una considerable suma de dólares luego de que se le acusara de imitar en una de sus canciones.
Pero también la ciencia y las investigaciones han llegado tan lejos que los descubrimientos de farsantes están a la orden del día. Obras que se consideraban patrimonio personal de grandes literatos, los últimos hallazgos empiezan a demostrar que sus autores y autoras están en el anonimato. Está el caso de Moliere con Tartufo; también Shakespeare y su descomunal obra, que algunas personas dudan de su autoría, y sospechan que fueron figuras de la realeza de esa época quienes la realizaron, y que por mantener su anonimato la paternidad la asumió otra persona.
Me viene a la cabeza la polémica que se suscitó en los años 80 a raíz de una declaraciones del doctor Joaquín Balaguer que dijo que la novela El Viejo y el Mar, del acaudalado escritor norteamericano Ernest Hemingway era un plagio del cuento de Juan Bosch Rumbo al Puerto de Origen.
En esos años y a raíz de la discusión me senté a leer ambas obras en una revista de letras pequeñas, que eufemísticamente se llamaba Letra Grande, que no sé quién o quiénes la editaban. Ambas obras tenían un parecido asombroso, y llamaba a suspicacia que Rumbo al Puerto de Origen fue escrita primero que El Viejo y el Mar. Bosch y Hemingway fueron amigos en Cuba durante los años cuarenta.
Cuando le preguntaron a Bosch sobre lo dicho por Balaguer del parecido de los dos escritos, el laureado escritor vegano dijo que dudaba que Hemingway lo copiara, y que era solo pura coincidencia, pues ambos eran pescadores y además pescaban en el mismo mar Caribe.
Se dice que Ernest Hemingway era un alcohólico empedernido, que durante su paso por Europa como corresponsal de guerra, lo primero que hacía cuando arribaba a un país liberado era irrumpir en los bares de esos territorios.
Su vida en Cuba no se puede separar de un daiquirí, que se dice era su bebida predilecta (Me dirá Hemingway desde su tumba: “Me reprochas mi condición de alcohólico, cuando en tu país hay críticos de artes que se han ahogado tanto en el alcohol que hasta en misántropos y enemigos de todo el que tenga un ápice de sapiencia se han convertido. ¡Anjá, buen pendejo! Te gusta mucho leer los cuentos y novelas de Edgar Allan Poe, obra que él hizo bajo los efectos de la cocaína”. No sigo. Me calló la bocota.)
No se puede descartar plagio en la obra de Hemingway pues se rumora que el título de su novela Por Quién Doblan las Campanas, la tomó de un escrito del siglo diecisiete, narración que fue vendida por el premio Nobel a la Paramount con la cual hicieron la película del mismo nombre y protagonizada por Ingrid Bergman y Gary Cooper.
Es harto sabido que algunas personas del primer mundo acostumbran a deambular por el globo terráqueo viendo diferentes manifestaciones culturales, para luego copiar y “americanizarlas”, convirtiéndolas en mercancías, logrando grandes beneficios con ideas de otras personas. No digo que sea el caso de Hemingway, pero esta vida me ha llevado a la conclusión de que todo es posible.
Por Elvis Valoy




