ENVÍA TUS DENUNCIAS 829-917-7231 / 809-866-3480
27 de diciembre 2025
logo
4 min de lectura Una mirada al pasado

Juan Bosch, la gran reliquia moral del país

Este hombre singular tuvo una personalidad compleja y ardiente: era un espíritu inflamable, cuya temperatura se disparaba y lo encerraba en su terquedad.
Compartir:

Murió un día como este en el 2001, hace 21 años exactos. Tenía 92 años. Juan Bosch: maestro consagrado, pedagogo popular, sembrador de la democracia… Fue todo ello, y mucho más. Su vida fue un ministerio social consagrado al servicio y la libertad de su pueblo. Muchas virtudes brillaron en él: dignidad, coraje, talento literario, temple político. Los defectos fueron manchas y desvaríos, graves unas veces, otras no tantas.

Este hombre singular tuvo una personalidad compleja y ardiente: era un espíritu inflamable, cuya temperatura se disparaba y lo encerraba en su terquedad. Así, encerrado en su armadura moral, rabiaba de ira, hacía berrinches célebres, despachaba con soltura sus piques. Se montaba en su altar de pureza y, rodeado de blancura ética, desechaba a los infames y aborrecía a los enemigos. Es hora de pesarlo en la implacable balanza de la Historia. Sin embargo, no seré yo quien lo juzgue: prefiero cuidarme de sus descarriados discípulos. No tengo vara histórica para medir a tamaño personaje.

Fue un cosmos en sí mismo: maestro de multitudes, estratega político, campeón literario. Sembró la semilla hostosiana. Imaginó un pueblo educado y desarrollado. Aspiró a la justicia social. Quiso borrar el abismo social que separa a los poderosos de los pisoteados pobretones. Para él no había lucha de clases: solo dominicanos compartiendo el mismo drama de la historia, en horas confusas y en momentos tenebrosos. La crisis sacudía por igual a ‘tutumpotes’ e hijos de Machepa. Su visión social se reveló, así, como un análisis dramático y perspicaz. Aprovechó la agonía postrujillista para democratizar ese crimen heroico que fue el tiranicidio.

En Costa Rica recibió la noticia del trujillicidio. Allí impartía docencia en un centro de formación política, con apoyo del célebre Sacha Volman, un agente gris del reinado estadounidense. En realidad, Bosch pertenecía a ese club de líderes latinoamericanos llamado «izquierda democrática», junto a Pepe Figueres, Rómulo Betancourt, Luis Muñoz Marín. Eran la gran vitrina democrática de la región bendecidos por el poderoso amo del Norte.

Resumen diario de noticias

Recibe en tu correo las noticias más importantes del día

Claro, el líder dominicano había sacado sus agallas antitrujillistas. En 1934 lo encarcelaron en la Fortaleza Ozama y en Nigua, acusado de alterar el orden público e intento de sedición. En Nigua estuvo a punto de morir: enfermó, se desnutrió, enflaqueció hasta los huesos. Finalmente se rindió y abrazó al régimen. Lo liberaron y le dieron un puesto en la Oficina de Estadística. Por ello le envió una vibrante carta de agradecimiento al tirano, la que aún resuena en libros, revistas y otras publicaciones. En esa misiva celebró el cambio de nombre de Santo Domingo a Ciudad Trujillo.

Se volvió un corifeo de la reelección, un entusiasta pregonero de las bondades del régimen. Se fue al exilio para evadir un compromiso mayor con la dictadura cruel. Querían llevarlo al Congreso. Bosch amaba las letras, y a ellas quería dedicarse por entero, con todo empuje y pasión. De niño escribía cuentecillos y piezas de ficción. Su primer librito ardió en llamas en la humilde vivienda del maestro Federico García Godoy, en La Vega. Allí nació el literato dominicano en 1909. Con su padre español anduvo desde niño en actividades comerciales. Las impresiones de la campiña se le clavaron en su inquieta imaginación. Luego las dibujó inconscientemente en La mujer: «La carretera está muerta. Ni en la piel se la ve vida. Nada ni nadie la resucitará». En lugar de una carta a su amigo Mario Sánchez Córdoba, lo que salió fue ese cuento maestro.

Pues bien, don Juan pasó casi medio cuarto de siglo en el frío destierro. Regresó en 1961. Acometió la titánica labor de evangelizar, sembrar la democracia, enseñar el lenguaje franco de la libertad. Abrió la estrecha y tímida mentalidad política del pueblo. Ensanchó el mundillo social dominicano.

Arrasó con casi el 60 por ciento de los votos en las elecciones del 20 de diciembre de 1962. Se juramentó como presidente el 27 de febrero de 1963. Lo tumbaron el 25 de septiembre de ese mismo año: apenas siete meses ocupó el poder. Fue una experiencia más efímera que catastrófica. Bosch llevó desde ese momento un gran trauma sobre él: la aversión al poder. En 1973 se divorció del PRD y creó el PLD. La bandera morada y la estrella amarilla son hijas mayores del jacho blanco. El PRD parió otros hijos: PRI, BIS, PRSD, PRM. Es la madre de la clásica y rancia partidocracia.

En 1978 quiso desconocer la victoria electoral del PRD, proponiendo la formación de un gobierno de unidad nacional. Su postura era más bien un dardo envenenado contra Peña Gómez, el discípulo amado que le arrebató el control del partido. En 1990 le regatearon las elecciones, sufrió estafa en las urnas. Poco faltó para que la sangre corriera a raudales. En 1994 propuso un desafortunado reparto del dos y dos. En 1996, ya consumido por el delirio mental, lo llevaron a esa pantomima histórica que fue el Frente Patriótico, otra vez para cerrarle el camino al fogoso Peña Gómez.

Al final, Peña se reconcilió con Bosch como un hijo lo hace con su padre. Eso fue Bosch para él: un padre bondadoso a pesar de su carácter irritable. La ruptura entre ambos fue personal más que todo. Primero falleció el hijo, después el padre un día como este, hace 21 años exactos.

Su legado es vasto: lucha denodada por la libertad, entrega decidida por la democracia y por la justicia social, decencia probada. Bosch es la gran reliquia del museo moral de la República.