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30 de diciembre 2025
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OpiniónRafael Emilio Bello DiazRafael Emilio Bello Diaz

Jet Set: Psicopatología de los desastres, el estrés postraumático

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La humanidad ha estado siempre expuesta a continuos desastres y catástrofes, naturales o provocadas, que -incluso- han llegado a cambiar el devenir de la historia; pero, ahora, tanto por el desarrollo tecnológico cuanto por el hacinamiento humano -entre otras concausas- vivimos en una sociedad de riesgo creciente (A), en la que las catástrofes y desastres van a ser cada vez más frecuentes y masivos y van a requerir una intervención interdisciplinaria para prevenirlos, ayudar a las víctimas y a sus familias e, incluso, a los profesionales y voluntarios que intervengan. En efecto, al margen de la provisión de refugios, alimentos, ropa y primeros auxilios, hoy no se concibe una prevención/intervención ante estos fenómenos sin una perspectiva biopsicosocial que conlleva indefectiblemente a una actuación Intervención psíquica profesional.

Los datos: entre un 15% y un 25% de las personas expuestas a hechos traumáticos de esta índole necesitarán una asistencia especializada por problemas neuropsicológicos. Como marco de fondo al día mueren en el mundo unas 500.000 personas, de las que casi un 20% lo hace por eventos desastrosos (guerras accidentes, hambrunas, cataclismos naturales, derrumbes, aplastamientos) lo cual supone unas 100.000 al día y totaliza unas 36.500.000 al año, como nos indica el Informe Mundial sobre Desastres, de la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna («es común que los socorristas sufran desmesuradamente debido al impacto psicológico recibido -por ello- se requerirá apoyo para aquellos que participan en el rescate, la recuperación y socorro. El apoyo psicológico, tanto para las víctimas cuanto, para los trabajadores, debe estar integrado en las actividades generales de recuperación después de los desastres. A todos los trabajadores debe dárseles la oportunidad de recibir atención emocional durante su trabajo y al final de su tarea.

Durante: sentimientos de intenso malestar, inquietud, desamparo e indefensión. Miedo a perder la propia vida y la de los seres queridos. Predominio emocional en deterioro de lo racional. Sentimientos de solidaridad y empatía. Después: ansiedad anticipatoria. Búsqueda errática y compulsiva de seres queridos e intento de recuperar la unidad familiar. Tensión contenida hasta obtener datos concretos. Alteraciones en el sueño y en la conducta alimentaria. Imperiosa necesidad de contar una y otra vez la experiencia vivida. Atribuciones de control externo atribuyendo lo ocurrido a algo externo a uno mismo (naturaleza, autoridades, azar). Solidaridad y empatía.

Pero, al margen de esas respuestas psicológicas comunes también son destacables las consecuencias psicopatológicas que siguiendo a la OMS aglutinamos en tres grandes cuadros sindrómicos: el síndrome del estrés postraumático, el síndrome de aflicción por catástrofe y el síndrome del superviviente.

El síndrome del estrés postraumático, idéntico al trastorno por estrés postraumático es el de mayor prevalencia, así como el más descrito y estudiado. El síndrome de aflicción por catástrofe aparece no ya en las víctimas directas del desastre, sino en las personas que han sufrido pérdidas de seres queridos o bienes en tales sucesos, aunque no estuvieran allí o no fueran testigos de la desgracia. Sus síntomas característicos suelen ser: dolor por la pérdida que puede dar pie a ira, tristeza, ansiedad, preocupación obsesiva, sensación prolongada de pesadumbre. Conductas regresivas y aumento de la dependencia. Aislamiento y apatía. A veces, depresión.

El síndrome del superviviente suele aparecer en los que, habiendo sufrido un desastre, resultan más o menos ilesos. Es frecuente que aparezcan sentimientos de culpa e ideaciones obsesivas del tipo ¿por qué no yo? Los principales síntomas son: irritabilidad, ira, agresividad que pueden llevar a conductas psicopáticas.

Desórdenes psicofisiológicos (hipertensión, cefaleas, trastornos gastrointestinales). De hecho, los porcentajes de mortalidad aumentan en estos sujetos, especialmente en el año siguiente al suceso. Pese a la tríada sindrómica, la psicopatología derivada del impacto de esos acontecimientos, que suponen un peligro para la integridad -física o psíquica- del sujeto, puede ser tan variada como la misma patología psiquiátrica: episodios depresivos, trastornos de ansiedad, desarrollos anómalos de la personalidad, consumo de alcohol y drogas, disfunciones sexuales …podrían tener su origen en la experiencia de un acontecimiento traumático.

Pero, es el Trastorno por Estrés Postraumático (TEP) la entidad diagnóstica que recoge el cuadro clínico característico de las víctimas de experiencias amenazantes. El TEP es un trastorno de ansiedad que aparece tras haberse vivido un acontecimiento vital estresante fuera del marco habitual de las experiencias humanas. En un principio, se consideraba que sólo se desarrollaba en víctimas de situaciones bélicas y de catástrofes, pero se observó que el cuadro clínico del TEP aparecía también en víctimas de malos tratos y de abusos sexuales que, a la postre, no dejan de ser desastres o catástrofes, aunque individuales y personales …. y es que todos los acontecimientos que se definen como traumáticos impactan sobre el psiquismo del individuo y dejan una impronta, una huella sobre su biografía.

Las primeras descripciones científicas de cuadros clínicos secundarios a experiencias extremas datan de la segunda mitad del siglo XIX y fueron referidas a accidentes ferroviarios. Posteriormente, se calificaron como neurosis traumáticas o neurosis de guerra, las diversas manifestaciones clínicas que presentaban los soldados supervivientes de la Gran Guerra. Importantes psiquiatras fueron aportando observaciones al hecho de que una vivencia emocional traumática provocara diversos estados mentales patológicos y dificultades para funcionar normalmente; así se describió la neurosis de renta y la reacción de estrés al combate, llegándose a hablar incluso de fobia de la memoria por la incapacidad de las víctimas y supervivientes para narrar lo ocurrido.

El autor es docente de Neurociencias de la Universidad Católica Santo Domingo UCSD, con formación en España, Argentina e Israel.

Por: Dr. Rafael Emilio Bello Díaz.

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