Hay películas que ves por primera vez y te parecen entretenidas. Las vuelves a ver años después y te destrozan. Inside Out (Del Revés) es una de esas. La primera vez te ríes con los colores y la aventura. La segunda te das cuenta de que Pixar acaba de explicarte cómo funciona realmente la toma de decisiones humana. Y si trabajas en Compliance, la tercera vez te cae la ficha completa. El panel de control de Riley se parece sospechosamente al de cualquier reunión donde se toman decisiones.
Hay algo que nunca falla en las empresas y es que todos creemos que tomamos decisiones racionales. Que el comité, la gerencia, el responsable de área o incluso el colaborador que aprueba una compra actúan desde algún lugar interior donde gobiernan la lógica, la normativa y el buen criterio profesional. La realidad, y aquí Pixar tiene más razón que muchos manuales de gobierno corporativo, es que la mayoría de nuestras decisiones pasan primero por otro despacho, el emocional.
Si viste Inside Out, recordarás que la mente de Riley no está dirigida por un CEO ni por un manual de funciones. Está gobernada por cinco personajes que representan emociones básicas: Alegría, Tristeza, Ira, Miedo y Asco. Pues bien, en las organizaciones funciona exactamente igual. Cada elección interna, desde la más cotidiana hasta la que puede terminar en una sanción, un incidente de protección de datos o incluso un riesgo penal, tiene detrás a su propio comité emocional.
Los programas de cumplimiento hablan mucho de controles, políticas, matrices de riesgos, evaluaciones, canales de denuncia y una sopa de siglas que tranquilizan a los reguladores. Pero la verdad es simple y a veces incómoda, ningún documento toma decisiones. Las decisiones las toman personas. Y dentro de esas personas vive su propio «Del Revés». Cuando entendemos esto de verdad, entendemos por qué fallan controles impecables, por qué se ignoran políticas brillantes, por qué un conflicto de interés nunca se declara o por qué un tratamiento de datos termina configurado como no debía.
Alegría es encantadora en la película, pero en las empresas se transforma en ese optimismo imprudente que garantiza más incidentes que beneficios. Es la que suelta frases como «eso nunca ha dado problemas», «llevamos años haciéndolo así». Alegría ignora riesgos, acelera procesos sin ton ni son y empuja a tomar decisiones sin documentación, sin revisión y sin análisis previo. Es la emoción que convierte el «esto es urgente» en «esto es un dolor de cabeza legal dentro de seis meses». Y lo peor es que lo hace con una sonrisa tan convincente que cuesta decirle que no.
Miedo, en cambio, suele verse como el villano de la historia. Pero en el mundo de las organizaciones es el único que previene desastres de verdad. Gracias a Miedo aparecen frases salvadoras como «revisa esa cláusula, por si acaso», «¿tenemos consentimiento válido?» o «esto huele a conflicto de interés». Miedo no paraliza cuando está bien calibrado, protege. Es el origen de la debida diligencia y del control interno. En algunos países le llaman diligencia, en otro sentido común. El efecto es el mismo, dormir tranquilos por las noches.
Ira aparece cuando los controles se interpretan como obstáculos personales. «¿Cómo que necesito aprobación de Compliance?», «esa política es pura burocracia”. Ira presiona, acorta plazos sin justificación real, ignora procesos diseñados precisamente para proteger. Es responsable de decisiones precipitadas que abren grietas regulatorias enormes.
Asco es quien te mira mal cuando mencionas un curso obligatorio, un formulario de conflicto de interés, una cláusula de protección de datos o un nuevo proceso de verificación. Asco no quiere cambios ni transformaciones. Defiende el «siempre se ha hecho así» con una pasión que ya quisiera cualquier programa de integridad para sí mismo. Por eso la formación en Compliance no puede ser un PowerPoint interminable leído en voz monótona. Necesita narrativa, ejemplos reales, casos prácticos, lenguaje cercano. Necesita, curiosamente, el enfoque emocional que propone Inside Out para conectar de verdad.
Y luego está Tristeza, la emoción que calla lo importante. Aparece cuando alguien detecta algo irregular pero no dice nada. «¿Para qué lo reporto? Nada va a cambiar.» «No quiero líos.» Tristeza es el mayor enemigo de los canales de denuncia, de la cultura ética y de cualquier intento genuino de transparencia. Es la emoción silenciosa que hace que un pequeño desvío se convierta en un problema enorme con el tiempo.
Un incidente de privacidad no nace por falta de normativa, sino por exceso de Alegría y déficit de Miedo. Un caso de corrupción no surge necesariamente por maldad pura, sino por un equilibrio tóxico de Ira más Asco. Un incumplimiento penal corporativo rara vez parte de un acto aislado y oscuro, nace cuando Tristeza convence a suficiente gente de que «eso no se puede cambiar» o «así son las cosas aquí». Las emociones mal gestionadas son infinitamente más peligrosas que cualquier laguna legal.
Aquí aparece el verdadero rol del Compliance y no es el que muchos imaginan. No es castigar ni bloquear iniciativas. No es decir que no por deporte o por cumplir una cuota diaria de negativas. Es ordenar este comité emocional interno para que ninguna emoción tome el control absoluto de las decisiones. A veces toca calmar a Ira antes de que mande un correo explosivo. A veces contener a Alegría cuando minimiza algo serio. A veces animar a Tristeza para que hable. A veces recordar a Asco que proteger datos no es una moda pasajera. Y casi siempre toca darle a Miedo un asiento en la mesa antes del desastre, no después de que explote todo.
Si queremos empresas realmente éticas, responsables y sostenibles en el tiempo, debemos aceptar algo que los psicólogos saben desde siempre y que Inside Out explica con cinco personajes de colores. No hay decisión sin emoción y no hay cumplimiento real sin entender esa realidad profundamente humana.
Los programas funcionan de verdad cuando logran que cada emoción tenga un rol sano y equilibrado. Cuando Miedo no paraliza sino previene. Cuando Alegría no minimiza riesgos sino impulsa buenas prácticas. Cuando Asco no bloquea por bloquear sino cuestiona con sentido crítico. Cuando Ira no destruye sino energiza de forma constructiva. Cuando Tristeza no apaga la voz sino recuerda la importancia de la empatía.
Riley logra crecer y tomar mejores decisiones no cuando elimina emociones, sino cuando las integra todas. El verdadero cumplimiento no empieza en la ley ni en el manual. Empieza dentro de cada persona, en ese panel de control emocional que todos llevamos y que pocas veces admitimos que existe.
¡Compliance activo o consecuencias!
POR ALEXANDRA SUBERVÍ BELLO
*La autora es especialista en gobierno corporativo y estrategias de Compliance.
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