En una ocasión le dije a unos ingenieros que construyen escuelas para el sector público, que había que mejorar el diseño de la infraestructura física de las escuelas, porque ella debe funcionar como un modelo que influya en forma significativa en la cultura de los usuarios, alumnos y docentes en especial. Les argumentaba, que el diseño interior y exterior de un centro educativo debía ser observado para modificarlo, con la finalidad de que afecte el comportamiento del alumnado, que sirva de motivación y anhelo de lograr que se desee imitar su belleza, armonía y confort. Siempre he considerado que la planta física escolar no solo debe provocar el desarrollo del sentido de pertenencia, ese que surge para cuidar y preservar su estructura. Se trata de que la arquitectura escolar debiera servir de inspiración y aspiración de los usuarios y visitantes ocasionales.
Siempre he creído que un entorno escolar bien diseñado y mantenido adecuadamente, no solo facilita el aprendizaje, sino que también transmite valores y moldea formas de vida, provocando aspiraciones con respecto a hogares futuros. Es así, porque una planta física escolar debe despertar emociones que trascienden las interacciones sociales, esas que se desarrollan en los procesos que conforman la vida escolar año tras año.
Lo que les proponía a los ingenieros en esa ocasión perdura en mis ideas, porque existen factores de la infraestructura física que moldean la cultura estudiantil, transitando sobre espacios flexibles y colaborativos, cuestión visual y estructural que puede colaborar con la transformación de muchas actitudes a través del diseño de aulas, de estructuras adecuadas de los patios y actualización de las bibliotecas, que permita la libre circulación y el trabajo en equipo, promoviendo solo con su existencia la vida en cooperación, la integralidad y el aprendizaje conjunto.
Considero el modelo actual una planta física rígida y convencional, separadora de vidas y promotora del individualismo. La escuela de hoy se mueve en la misma estructura física de sus orígenes, y es una tragedia que impacta negativamente en el ambiente escolar de los niños, adolescentes y jóvenes de hoy. La infraestructura física de una escuela del siglo XXI es la misma que la de sus inicios en el siglo XIX, incluye un conjunto de edificios, un mobiliario agolpado sobre el interés de lo cuantitativo, con los mismos servicios y los mismos espacios de aprendizaje.
Toda esta descripción augura estancamiento. La infraestructura física escolar debe jugar un papel crucial en el progreso escolar de los estudiantes, porque una infraestructura adecuada puede influir positivamente en el aprendizaje, en la motivación e incluso en la asistencia, mientras que una infraestructura física obsoleta, agolpada y rígida, se vuelve deficiente para desarrollar la mentalidad que se necesita en los estudiantes de hoy.
Considero que la estructura física escolar actual obstaculiza la pertinencia del proceso educativo que se necesita en la actualidad.
Modificar el diseño de la planta física escolar para que impacte positivamente en el progreso de los estudiantes y de todos los actores de los procesos educativos, es una necesidad higiénica y motivacional. Se hace necesario un rediseño que incluya espacios bien iluminados, ventilados y con mobiliario adecuado, para que se puedan crear ambientes propicios para el aprendizaje, que faciliten la concentración y la participación de los estudiantes.
Rediseñar la planta física, para que la escuela tenga no solo limpios espacios, sino amplios, iluminados, seguros y atractivos, capaz de oxigenar la mente, y aumentar la motivación de los estudiantes y su sentido de progreso.
Estoy convencido de que una planta física escolar adecuada ayudaría en la reducción del abandono escolar, la repitencia y la sobreedad, porque la mejora de las condiciones físicas de las escuelas, igual que la disponibilidad de agua potable, de baños o sanitarios adecuados y acceso a espacios seguros, puede contribuir a la disminución de la deserción escolar y todos los demás flagelos puntualizados, especialmente en zonas vulnerables, debido al confort y a la proyección de una vida desarrollada a futuro en la imaginación y ambición de prosperidad adecuadas, para romper ciclos de abandono y marginación.
El nuevo diseño debería motivar el desarrollo integral y la mejora de las condiciones de trabajo de los profesores y gestores.
Es que una infraestructura escolar que incluya espacios para actividades deportivas, culturales y recreativas, así como bibliotecas y laboratorios, podría fomentar el desarrollo integral de los estudiantes, tanto en lo académico como en lo personal.
Una infraestructura adecuada también beneficiaría a los docentes, quienes podrían desarrollar sus labores en entornos más cómodos y propicios para la enseñanza, lo que a su vez impactaría positivamente en la calidad educativa.
Por Francisco Cruz Pascual
