En política imponer agendas, podría interpretarse desde la óptica proselitista de que un candidato o partido de gobierno con una ventaja avasalladora o con fuertes cimientos en el poder, respectivamente, establece el ritmo de todo al limitar el accionar o sacar provecho de los errores perennes de sus antagonistas, podríamos analizar el caso desde la reflexión de los torneos electorales.
Al iniciar la campaña para promover sus propuestas y ver al aspirante de la oposición que únicamente hace hincapié en promover de cierta forma la misma ofertas electorales que el candidato oficialista, lo que asegura un fracaso inminente del accionar electoral del primero. Todo esto ocurre por una desatina visión de la estrategia de la triangulación, acuñada por el afamado consultor político estadounidense, Dick Morris, asesor del expresidente Clinton en sus campañas y administraciones.
¿En qué consiste la teoría de la triangulación?, según explica en su libro, titulado: Juegos de poder. Esta maniobra política se basa en identificar las ofertas habituales de la organización política a la que se adversa partiendo de su historia y lineamientos ideológicos; como también de quien encabece la candidatura a triangular. Todo esto para lograr triangular al candidato contrario, sin perder la esencia ni validar lo ofertado por la competencia.
Es decir, de manera más técnica. No es más que despojar tenazmente el eje del espectro político y arrebatar las candidaturas rivales sus principales banderas. Extirpar sus votos y anular sus discursos. De esta manera, a la sazón Bill Clinton pudo silenciar la arenga republicana durante las elecciones y sucesivamente en sus 8 años de mandato.
Pero, la triangulación funciona al aplicarse de forma tal, que el candidato que apele a esta táctica no pierda el foco del partido en el que milita ni la ideología en la que se sustentan sus cuadros. Un candidato liberal no podría asumir la misma postura que uno conservador frente a temas controversiales. Esto provocaría el fracaso de la triangulación.
Este manejo político tiene el objetivo de asegurar que las posiciones que adopten quienes aspiren a dirigir los destinos de sus naciones, logren obtener el poder y puedan mantenerse; en aras de su mejor ejercicio amparando las posiciones de sus contrarios.
Morris establece otras estrategias para imponer la agenda a los proyectos que se adversan: mantenerse fiel a sus principios, divida y vencerá, reformar el propio partido, utilizar nueva tecnología y movilizar la nación en tiempos de crisis. Inmediatamente una candidatura asume uno de estos talantes, debe ejecutarla a la perfección, no hay espacio para pifias ni margen de error.
La triangulación no se puede llevar a cabo, abrazando el discurso o las propuestas del contrario, simplemente ofreciendo lo mismo, solo que aumentado. Un ejemplo, no puede esperar las propuestas de ayudas sociales y prometer lo mismo solo que elevado al doble. Esto condena el objetivo buscado y legitima la oferta electoral que se enfrenta.
Tal como explicó Joe Napolitan en sus mandamientos para una campaña electoral exitosa, las estrategias son para ganar. Ningún proyecto presidencial debe asumir tácticas que no puedan llevar a cabo o que no crean en ellas y mucho menos realizarlas para salir del paso o peor aún generar simplemente titulares noticiosos.
La triangulación es una perfecta puesta en práctica del maquiavelismo político, invalida todo movimiento de quien lo adversa y crea un ambiente avasallante de ser aplicada correctamente, de lo contrario, sería una catástrofe.
Creo prudente concluir, con la frase de Edward Moore Kennedy: «En política sucede como en las matemáticas: todo lo que no es totalmente correcto, está mal».
