Cuánto se sufre al tener un hijo enfermo. Es que los hijos se quieren hasta el límite. Cualquier hombre es capaz de convertirse en mártir, si ve a su hijo en peligro. Algo similar sucede -guardando las distancias desde luego- con el idioma que hablamos. Es el rasgo principal de la nacionalidad y aun y cuando no tiene presencia física -como el himno y la bandera- sí es parte de nuestro ADN cultural.
Por eso nos preocupamos tanto cuando escuchamos a las personas que hablan en público, agredir las reglas básicas del lenguaje nuestro; es como si nos estuvieran lacerando a nosotros mismos.
Ver y oír en una cadena de TV a un “profesional” decir que se celebra el ciento cuarenticincoavo aniversario de tal o cual acontecimiento, a uno le dan ganas de llorar a desconsuelo. Es que la partícula “avo” o “ava” aplicada a un número cardinal, significa una de tantas partes o porciones iguales en que se divide algo. De manera que decimos “un octavo de milla” o “la dieciochava parte” de una herencia.
Además de los significados de “octavo-ava” en imprenta, métrica, religión, poesía, música, imprenta u arancelario, cuando se combina con un número natural como el “ocho”, se convierte en el ordinal “octavo”, que va después del séptimo y antes del noveno. De modo que, “cuarentiochoavo” es una expresión impropia.
Un periodista de farándula le pregunta a su compañera: ¿Cuáles son las “nuevas novedades” que tenemos en las redes? Como si las novedades no fueran siempre nuevas, por definición.
Porque ya sabemos el cuento de la señora que según dice la noticia: se quedó “putrefacta” por decir estupefacta. Pero ella era solo una humilde e iletrada dama del pueblo. Su excusa, hemos de anticiparla.
O aquella otra desvalida, pero muy parlanchina señora, que dice al reportero después de unas torrenciales lluvias y que presagiaban posibles epidemias, lo siguiente: “en los próximos días Salud Pública va a empezar una campaña de ‘fornicación’ en todo el barrio”. Ella trataba de decir “fumigación”.
Ya estamos hartos de que ciertos legisladores, tanto nacionales como municipales, o sea, regidores, sigan sometiendo “ternas de tres personas” para elegir una de ellas, a tal o cual cargo. Las ternas solo pueden ser de tres, por Dios.
Supongo que ya estará aclarado también, que cuando se dice “fulano me dio un espaldarazo”, significa que me respaldó en algo, no que me dio la espalda, o sea, que me rechazó, como suponía un muy querido amigo del PRD, en los tiempos en que aún me encontraba entrampado en las redes partidarias.
Porque nos hemos envuelto tanto en el “nuevo lenguaje del texto”, que lucimos estar en una desenfrenada carrera por ver quién es el mas indolente en el arte de agredir el idioma. Sin embargo, me consuela saber que este desparpajo al escribir textos, no es por mala intención; es por ignorancia y como dice el viejo dicho: “la ignorancia es atrevida”.
Y si quisiéramos decirlo en un tono mas popular, bien pudiéramos afirmar que el problema es que “donde Dios no puso, no puede haber” y con ello explicamos lo que todo el mundo sabe, pero que nadie desea decirlo en público, por aquello de que se podría lucir pretencioso, altanero y hasta elitista: “nuestra gente no sabe escribir”. Una realidad tan sólida como el merengue y la bachata.
Lo triste de todo esto es que personas de cierta formación gramatical, como son algunos profesionales universitarios (especialmente periodistas) se presten a vulgarizar el lenguaje escrito, mutilando las palabras, omitiendo los acentos o tildes y formando extrañas combinaciones, como, por ejemplo: en lugar de escribir “porque o porqué”, escriben “xk”. Algo insólito para una persona mínimamente letrada.
Está claro que la pasión por la gramática no es de las debilidades mayores de nuestra gente, como lo son la política, las apuestas, los tragos y la pelota. Por eso resulta tan deprimente leer los comentarios de los lectores, cuando opinan sobre los artículos que diariamente nos entregan los analistas y escribidores en funciones de “comunicadores”. Es para morirse.
Pero cuidado, no todo es “paja” en la criba. Hay también mucho “trigo” en ese ejercicio de opinar sobre lo que otro escribe. Criticar, rechazar, apoyar lo que dicen los “entendidos”, es un ejercicio democrático al que tiene derecho todo ciudadano, al margen de su nivel de escolaridad.
Además, todos reconocemos que “a hablar se aprende hablando”; y en consecuencia, “a escribir se aprenderá escribiendo”; aunque desde luego, el tiempo que se le haya dedicado al pupitre, habrá de influir mas o menos, en la calidad de exposición del mensaje propuesto.
Miremos los periódicos digitales españoles, argentinos, chilenos y mexicanos, para solo mencionar cuatro. La gente común escribe con mucho mayor nivel y calidad cuando opina sobre los temas tratados en dichos periódicos; y los comentarios a veces resultan de mas contenido y agudeza que los artículos en sí.
Sin embargo, no siempre fue así. Esto tiene que ver mucho con que, en esos cuatro países, el índice de analfabetismo es menor que el nuestro. Pero es muy probable, que alguna vez los ciudadanos de dichos países, mostraran igual nivel de desconocimiento, aunque nunca pudimos notarlo, porque aún no habíamos llegado a la “era digital” de la comunicación.
Otra práctica que me molesta y mortifica, es la facilidad con que los profesionales de la comunicación hablada y escrita, adornan el discurso valiéndose de ciertas ligerezas que no son admitidas aún por las autoridades encargadas de normar el lenguaje, entiéndase las Academias de la Lengua.
Ahora nuestros comunicadores y políticos, “aperturan” y “agendan” actos y celebraciones, entre otras linduras; mientras convierten en verbos algunos sustantivos, y de paso, agregan “mas elegancia” a su discurso diario. Digo, eso creen ellos.
Se argumenta, justificando dichas ligerezas, que los idiomas son entes vivientes y que se transforman a diario. Esto ciertamente es verdad, pero cuidado, que hay procedimientos muy definidos para admitir como de uso válido, ciertas palabras y expresiones que se van integrando del lenguaje coloquial.
Entre los dominicanos residentes en el Exterior, especialmente en USA, hay una tendencia a “españolizar” algunas palabras que provienen del idioma inglés. Decimos “average” en lugar de “promedio”, “registración” en lugar de “registro” o “matricula”, refiriéndonos al documento que identifica los vehículos de motor.
Y hay otros cientos mas de expresiones erróneas que usamos de forma cuasi automática, especialmente al conjugar los verbos en inglés, como si fuera en español. Es por ello que cuando el avión aterriza, hay alguien que dice: “ya landió”; y si se comete un error en la apuesta, exclama con dolor: “coño, “misié” la jugada. Estas perlas, solo se escuchan -por suerte- en boca de gente que vino antes de los 80’s y aprendió inglés hablando en la factoría con el “forman”.
Pero todo esto se enmarca en la existencia del “espangle”, un idioma intermedio entre inglés y español; una especie de mutación lingüística generada en la realidad de vivir entre gente que habla el idioma inglés pero, cuya lengua materna es el castellano.
Lo que les cuento, se abotona con el reciente match entre dos políticos profesionales, y que nos ha sorprendido a todos. Primero porque como dice el dicho, “los pozos sépticos que no se van a limpiar, no se han de destapar”, por el mal olor que despiden; y segundo, porque nadie se imaginaba que esos dos especialistas de la comunicación -ambos- no podían escribir la palabra “chequecito” correctamente; supongo que sería por la prisa, porque cualquier otra razón nos desnudaría en público.
¡Que mas dá! Prendámosle una vela a nuestra señora del Lenguaje, para que nos proteja.
¡Vivimos, seguiremos disparando!
