Alrededor de un presidente siempre habrá quienes pretendan ganarse su confianza sobresaliendo entre ellos, los arribistas de siempre que buscan bailar la fiesta en cada Gobierno.
En el sector de la comunicación también se manifiesta esa tendencia con la incorporación de gentes que jamás han pasado por una escuela y una redacción, buscando trascender bajo la sombra del poder no importa a qué costo apelando incluso al chantaje e impresionismo.
Por eso, en un espacio novedoso e impactante como La Semanal con la Prensa proyectado cada lunes desde el Palacio Nacional, vemos algunos de esos personajes sacando la cabeza y pretendiendo “sorprender” al Ejecutivo con preguntas algunas veces elogiosas, otras con cargas venenosas y fuera de contexto.
Casi siempre se ganan la “lotería “con asignaciones onerosas, contratos, préstamos y escandalosas facilidades salidas de las entrañas de las endeudadas arcas del Estado.
El negocio de la comunicación en la República Dominicana es sui géneris porque no todos los que están deberían estar y porque además se pagan salarios miserables.
Ambicionar es una esencia humana en cierto modo legítima sino transgrede las normas de convivencia, prudencia y honestidad que debe primar en una sociedad mínimamente organizada, donde el sentido común supere las codicias y las exageradas exhibiciones de riquezas.
Parecería que el hombre nace premeditadamente ambicioso con inclinaciones extremas que lo hacen volcarse hacia el precipicio de apoderarse de lo ajeno sin importar consecuencias.
En tiempos de Navidad desde la cúpula del poder universal se rememora y reivindica el inigualable ejemplo de pulcritud del Señor Jesucristo, el más importante faro de luz de transparencia, amor y sacrificio que conoce la humanidad.
Todos sus protagonistas intentan eludir en sus mensajes lo que significa Jesús como guía espiritual y ejemplo para alcanzar un mundo de paz.
Valor de la honestidad
Hoy más que nunca cobra espacio ser honesto porque es la piedra angular de los principales males que padece la civilización moderna, ya sea en las estructuras del Estado, empresas, corporaciones y entidades privadas.
La deshonestidad no tiene clase social y se anida en los círculos más ostentosos y pobres a la vez.
Muchas gentes preguntan: ¿Por qué los ricos también roban? Es innegable que ciertas personas se hacen adictas al dinero como si fuera una droga. Y no paran hasta caer bajo esposas en una celda, donde en ocasiones la depresión acaba con sus tenebrosas vidas.
Al tomar juramento un funcionario público empezando por el presidente de la República se compromete ante Dios, la Patria y su familia cumplir y hacer cumplir las leyes y la Constitución. Fundamentalmente promete manejar dignamente la confianza depositada en él o ella haciendo uso adecuado de los fondos del patrimonio nacional.
En su mensaje de Navidad y Año Nuevo, el presidente Luis Abinader acompañado de su esposa, Raquel Arbaje, exhortó a la población a cuidarse de la ambición desmedida por la riqueza.
La familia presidencial enarboló la bandera de la honestidad condenando al mismo tiempo la codicia y afán de lucro reflejada en la sociedad.
“Es un tiempo para reafirmar los valores que aprendimos en nuestros hogares: el respeto, la honestidad y la humildad”, enfatizó.
Un Gabinete Presidencial está conformado por hombres y mujeres de pensamientos, formaciones y actitudes diferentes, que no necesariamente son fieles a la confianza que deposita en ellos el Poder Ejecutivo cuando le otorga el privilegio de ocupar un cargo en el Estado.
Supuestos amigos y aliados del Presidente son los primeros en traicionarlos cuando ejercen una función pública en instituciones que manejan presupuestos.
Traicionar la confianza
No todos los que aparentan ser serios mantienen esa actitud de responsabilidad y honestidad al manejar recursos porque es allí donde en realidad se conoce la verdadera esencia humana, y, sobre todo, su debilidad por tanto amor por el dinero.
Los casos registrados en el INTRANT y SeNasa son ejemplos elocuentes que sacudieron la conciencia nacional y donde aparecen sus antiguos incumbentes y “amigos” del Jefe del Estado, Hugo Beras y Santiago Hazim, respectivamente, como protagonistas de un millonario desfalco.
Todavía nuestro sistema democrático adolece de efectivas medidas de control, supervisión y eficacia administrativa en las instancias gubernativas.
Un ministro o encargado de una dependencia oficial con asignaciones presupuestarias es una especie de semiDiós, que hace lo que le venga en gana al frente de su institución.
Embriaguez del poder
Reciben constantes elogios y hasta adulaciones de sectores que buscan acercarse con propósitos muy definidos, casi siempre tratando de obtener dividendos personales.
Es frecuente ver a empresarios tradicionalmente evasores de impuestos en los pasillos del Palacio Nacional, tratando de ser recibido por el Ejecutivo llevando en sus maletines una solicitud que nunca falta, buscan que les reduzcan o exoneren el pago de impuestos al fisco nacional.
¿Acaso ignoran que esos recursos sirven para financiar la operatividad estatal y poder construir nuevos hospitales, escuelas, carreteras, acueductos y centros comunales?
El 2025 ha cerrado en el país con un gran escándalo de corrupción administrativa registrado en SeNasa que ha impactado severamente la presente gestión gubernamental.
Sus consecuencias económicas, políticas y jurídicas pueden seguir repercutiendo a tal extremo que se hace difícil predecirlo.
Deseo un Feliz Año 2026 al pueblo dominicano y que todos unidos a las autoridades levantemos una nación más próspera, justa y segura.
La población especialmente la más necesitada merece vivir con mayor calidad de vida donde la riqueza y el crecimiento económico nacional sean redistribuidos con justeza.
¡Que haya menos desigualdades sociales en este 2026 en el país y en el mundo! Y que tengamos amor y comprensión entre los humanos.
Por Manuel Díaz Aponte
