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26 de abril 2024
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OpiniónGregory Castellanos RuanoGregory Castellanos Ruano

Hasta que Dios quiera…

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Había llegado a la ciudad de Puerto Plata para trabajar como cajero en la sucursal del Banco Popular de esta localidad. Para alojarse consiguió arrendar la casa de cemento de dos plantas de la calle José del Carmen Ariza esquina calle Duarte, casi frente a la Iglesia Católica, y exactamente separado tan sólo por la calle Duarte de dicha sucursal bancaria, la cual sí queda exactamente frente a dicha iglesia. Pensó que era muy afortunado de haber conseguido una casa tan próxima a su lugar de trabajo y especulaba cuánto habría tenido que pagar en transporte y en tiempo si se hubiera hospedado en una casa distante.

-Lo sabré probablemente cuando conozca bien esta ciudad.  –Se decía a sí mismo.

Un día, en una misa muy concurrida en dicha iglesia escuchó el comienzo de un ligero gruñido extraño que inmediatamente fue ahogado por las fuertes notas del órgano que acompañaba a la misa.

El gruñido le pareció que salió del confesionario situado al lado de la entrada del callejón que separaba al edificio eclesiástico del parqueo de los vehículos  de uso de la parroquia, pero no le dio importancia a eso que sus oídos escucharon y pensó que quizás se confundió con algo.

Una noche se quedó sentado en la galería de la segunda planta de la casa que había alquilado, hasta altas horas de la madrugada, escuchó unos gruñidos que la noche dejaba oír con cierta claridad y, también,  unos sonidos de golpes muy disminuidos, apenas imperceptibles, que le hicieron tratar de dirigir su sentido de la audición;  y su sentido de la orientación le indicaba que los gruñidos provenían de algún lugar dentro de la iglesia y que los ligeros golpes provenían de algún lugar de la torre derecha donde está el campanario del edificio de la iglesia. Después escuchó unos fuertes golpes sobre madera y muy claramente la expresión:

-«¡En el nombre de Dios, Creador y Señor del Universo, te ordeno que hagas silencio!«

El conjunto de todo aquello lo intrigó fuertemente, por lo que decidió volver a permanecer en la galería en la madrugada siguiente.

Aquello se repitió varias veces, es decir, durante días sucesivos en horas siempre de la madrugada cuando más obscuro estaba el cielo.

La repetición de dichos eventos aumentó enormemente su curiosidad y esta le llevó a decidirse a investigar qué cosa era lo que ocurría dentro de la iglesia a esa hora, por lo que se decidió a ir a la última misa celebrada en la iglesia, se escondió y quedó encerrado en esta al ser cerrada la misma, tras lo cual subió a la torre derecha y notó que poco antes de llegar al campanario, el espacio se reducía enormemente para presentar una pequeña habitación de madera de caoba cerrada por fuera con una gruesa cadena. Vio hacia dentro de la misma por un corto y estrecho orificio horizontal y observó que por dentro estaba acolchonada evidentemente con el objetivo de disminuir lo más posible los sonidos o ruidos que salieran desde dentro de la misma: allí había un hombre blanco, alto, sentado y maniatado con una chaqueta o camisa de fuerza con la que se maniatan a los locos. Su tez era blanca y estaba tranquilo.

Mientras se dedicaba a ver hacia dentro escuchó que desde abajo provenían los gruñidos que anteriormente había escuchado desde la casa que él ocupaba, bajó las escaleras y se dirigió al confesionario aludido al principio, el cual movió con enorme dificultad debido a lo pesado del mismo y al hacerlo encontró una tapa de hierro encadenada.

De repente fue sorprendido, se había descubierto su presencia en la iglesia cerrada: un grupo de personas armadas con armas cortas y largas de fuego y a la cabeza de ellas tres curas le dieron el frente. El empleado bancario tuvo que identificarse y explicarles los motivos por los cuales había decidido encerrarse en la iglesia para descubrir a qué obedecían los gruñidos, los golpes disminuidos y los gritos que el silencio de las horas de la madrugada ampliaban algo y le preguntó al cura y al grupo de personas armadas que acompañaban a éste que quién era ese hombre encerrado en la torre del campanario con una camisa de fuerza y qué era lo que estaba encerrado bajo el subterráneo de la iglesia.

-¿De dónde salió ese hombre? ¿Quién es? Igualmente: ¿Qué extraño ser es ese que gruñe encerrado en el subterráneo de esta iglesia?

Haciendo gesto con sus labios de tener que explicarle, como respuesta el cura le narró:

– Hijo, para nosotros ha sido una preocupación enorme y un trabajo también enorme el poder mantener todo esto en secreto, que nadie se dé cuenta, hasta que tú te diste cuenta de esas dos situaciones a nuestro cargo. ¡Hijo, hay cosas extrañas en la vida! Yo nunca pensé que  a mí me tocaría lidiar con situaciones tan extremas como estas dos por las que pregunta; yo siempre creí que lo que yo vería como sacerdote serían situaciones normales que me llevarían a tener la vida de un cura normal que brega con los bautizos, las comuniones, las confesiones, los matrimonios, las misas, etcétera.

Pero jamás me pasó por la cabeza, ni siquiera por sueño ni por imaginación, que mi papel de sacerdote me llevaría a lidiar con zambullirme en los pliegues mismos de las profecías del Apocalipsis. Jamás me hubieran pasado tales cosas por la cabeza, pues ¿qué relación puede tener este pequeño pueblo con esas profecías de las Revelaciones de Juan de Patmos? ¡Es increíble, pero es cierto! ¡Ese hombre que viste encerrado  allá arriba en la torre del campanario de esta iglesia se apareció a comienzos de Enero de este año en esta iglesia manifestando querer hablar con el cura párroco; cuando lo trajeron frente a mí en mi despacho me habló diciéndome que él venía del futuro, del año dos mil sesenta y seis (2066) específicamente, que él le atribuía la culpa de estar en nuestro tiempo «al Dios de usted, padre«, que no era la primera vez que Dios lo enviaba al pasado para extraviarlo y desviarlo de su misión en dicho año dos mil sesenta y seis (2066), pasado de donde luego era rescatado por el señor de él, Satanás, previa búsqueda o exploración en el tiempo realizada por lo que llamó «un explorador« enviado por Satanás para ubicarlo; que Dios y Satanás sostenían un pugilato: Dios queriendo sacarlo del tiempo al que pertenecía, y Satanás haciéndolo retornar a dicho tiempo suyo; sus vestimentas diferían ligeramente de las de los demás, pero diferían, su saco era un saco gris verdoso muy elegante, en fin, estaba impecablemente bien vestido; no tenía ni tiene pinta alguna de estar loco, pero lo que decía eran y son cosas increíbles y sobrecogedoras; decía que él era «El Elegido« para promover y anunciar la llegada del Reino de La Bestia en la Tierra; habla como treinta (30) idiomas a la perfección, incluso habla lenguas muertas como el arameo, el etrusco y el latín, entre otras.

Ese hombre se sabe el Apocalipsis como la palma de su mano, yo diría que mejor que el mismo Juan de Patmos que fue quien lo escribió, pero ése sujeto advierte que las partes adversas a La Bestia pueden ser subsanadas a favor de esta para que ella triunfe. Expresó que necesitaba llamar la atención de lo que llamó «Su Señor« para ser detectado en el tiempo, porque no debía permanecer extraviado en el tiempo y que sólo llamando la atención de «Su Señor« podía ser localizado con exactitud ya que  aunque «Su Señor« de seguro enviaría a algún «explorador« a esta época lo mismo que a otros «exploradores« iguales, uno por cada año correspondiente a un siglo, para tratar de ubicarlo, a él se le facilitaría ese llamado de atención hacia el futuro a «Su Señor« rompiendo los santos y quemando el recinto de esta iglesia, pero que no quería causarme daño ni a mí ni a ninguno de los que aquí habitamos, por lo que me pedía que colaborara con él, pues, de todo modo, él se vería obligado a hacerlo con o sin mi ayuda.

Oír todo aquello me horrorizó, pensé originalmente que el sujeto estaba loco, pero traté de disimular mi sobrecogimiento fingiendo la mayor serenidad posible y le pregunté que cómo sería ese «explorador« que vendría a tratar de ubicarlo, que si vestiría igual que él, a lo cual me respondió primero con una carcajada y luego me preguntó:

-«¿Padre, usted no sabe porqué muchas iglesias europeas tienen gárgolas? ¿A qué cree que se debe que dichas iglesias europeas tengan esas gárgolas?«

Y esa negativa luego la expresó también directamente con un no, y diciéndome que «los exploradores« que usa «Su Amo« son exactamente como las gárgolas de las iglesias europeas, que son seres feos, una mezcla de reptil y de mamífero, con capacidad de volar y de trepar por las paredes. Le respondí pidiéndole que no hiciera nada, es decir, que no intentara quemar esta iglesia, que me diera dos días para darle respuesta, a lo cual asintió y se fue no sé hacia dónde. Nunca hubiera creído en algo semejante, pero la serenidad y la seguridad con que me habló ése hombre, y no recuerdo qué otras cosas, me infundieron la sensación de que todo lo que él estaba diciendo era verdad y que iba a hacer lo que me dijo que haría con el edificio de la iglesia.

Inmediatamente me reuní con mis colegas sacerdotes y tratamos el asunto y resolvimos no comunicarles nada a las autoridades, sino aprovechar que ése hombre volviera para retenerlo y encerrarlo en esa habitación que fue donde ya lo viste. Ese cuarto fue mandado a hacer con una rapidez enorme: al maestro carpintero que le da mantenimiento a los altares y a los ajuares de esta parroquia se le pidió que hiciera ese cuarto acolchonado en menos de veinticuatro (24) horas; el maestro carpintero se extrañó de la rapidez del encargo, pero calculó los materiales y los hombres que necesitaba y nos dijo que con ellos podría satisfacer el pedido que le hacíamos. Buscados dichos materiales y dichos hombres el maestro carpintero cumplió su palabra y en menos de veinticuatro horas la habitación estaba lista. Así mismo mandamos a colocar cámaras de vídeo a todo lo largo y a todo lo ancho de la iglesia tanto por fuera como por dentro. Como ya sabíamos de lo que era capaz el segundo ser, decidimos convertir a los monaguillos mayores de edad en vigilantes y dotarlos del instrumental necesario para darle caza y capturar al «explorador« si el mismo hacía acto de presencia. Cosa que se produjo efectivamente. Una noche, en horas muy avanzadas, pudimos detectar a «El Explorador«, un ser feísimo, de apariencia demoníaca, en momentos en que se posó volando con sus alas puntiagudas en la torre derecha donde está la habitación de reclusión y entró por el campanario que corona dicha torre, todo el personal se movilizó y se logró capturar a ese horrible ser con una maya que permitió su inmovilización y el amarrarlo y conducirlo y encerrarlo en el subterráneo de esta iglesia para que ambos estuviesen incomunicados.

-¡Santo Dios, padre!    -Exclamó el empleado bancario curioso e intruso.

-Este hombre es raro, raro de verdad; te repito hijo que he hablado con él numerosas veces y domina el contenido del Apocalipsis como si él mismo lo hubiese escrito. Cada vez que hablo con él el miedo me sobrecoge. No es un poseso ni nada por el estilo ni ningún loco: ése hombre está tan cuerdo como todos nosotros y como tú.  Cuando «El Explorador« fue capturado y encerrado en ese sótano    -que tú estabas auscultando al momento en que te vimos en las cámaras y salimos huyendo hacia acá creyendo que tú tenías algo que ver con «El Anunciador« y «El Explorador«-,   «El Anunciador« me comentó en aquel entonces de dicha captura y encierro en el sótano: «Le dije que «un explorador« sería enviado tras de mí para ubicar el tiempo preciso en que me encuentro.«

-¿Y qué ganan ustedes con tener a ése «Anunciador« y a ése «Explorador« encerrados?

-¡Mucho!    -Le respondió el cura, y siguió diciendo:

– Mientras La Bestia no tenga junto a su lado al «Anunciador«, La Bestia no podrá desplegar su malvado ministerio y el mundo tendrá más lejos la posibilidad de que La Bestia lo domine e igualmente tendrá más lejos  que El Armagedón del Apocalipsis se materialice. De esa manera contribuimos a retardar lo más posible que todo eso último se convierta en realidad. Ese hombre me dijo que la destrucción de santos y la consiguiente quema de una iglesia son las señales de su presencia en algún momento del tiempo y que eso le permite y facilita al Diablo el poder localizarlo.

Dios lo hace extraviar en el tiempo. Gracias a Dios…¡Santo Dios!   –Exclamó de repente el cura-   ¡Sí hubo una destrucción de imágenes de santos en esta iglesia a finales de los sesenta, lo que no hubo fue la quema de esta iglesia, parece, pero no puedo aseverarlo categóricamente, que «El Anunciador« estuvo aquí también en una época anterior y por la señal de la destrucción de los santos es que «El Explorador« ha tenido alguna referencia para llegar aquí a esta época!  Si «El Explorador« no hace contacto con El Diablo éste da por sentado que «El Explorador« no ha podido localizar al «Anunciador«. Esa, pues, hijo, es nuestra contribución a evitar eso y si no, por lo menos a retardarlo como quiere Dios. Es como suspender o condicionar el futuro,  de manera que ese es el papel que ahora mismo venimos desempeñando: el de suspensores o condicionadores del futuro.

-¿Y no ha pensado usted en lo que podría pasar si El Diablo lograse ubicar al «Anunciador« como encerrado en esta iglesia en esta época nuestra?   -Le preguntó el empleado bancario al cura.

-Hijo, la verdad que no, pero, pensándolo bien, lo que sea que ocurra estaré satisfecho de haber contribuido a lesionar los intereses de El Diablo y de La Bestia. Si he de morir por ello, pues moriré.

-Pero usted está interfiriendo el destino y ese destino como quiera llegará.    –Le acotó al cura el curioso empleado bancario, que procedió a preguntarle a dicho cura:

-¿No ha pensado usted en las represalias que puede adoptar El Diablo contra ustedes? ¿Y más nadie en el pueblo se ha dado cuenta de todo esto?

-¡Hijo, absolutamente nadie!…Hemos sabido adoptar las precauciones necesarias para que eso no ocurra.   –Le respondió el cura colocando sus labios en pose de «no importa« y siguió diciendo:

-Y aquí estamos: Dios suspendiendo los acontecimientos futuros y nosotros contribuyendo a esa obra de Dios, desde este espacio geográfico y desde este tiempo. El futuro suspendido por este pasado-presente nuestro. Dios envía al «Anunciador« al pasado, que es nuestro presente, tratando de evitar el advenimiento del Reino de La Bestia y nosotros actuamos como soldados de Dios. No sé qué irá a ocurrirnos a nosotros ni a esta iglesia, pero seguiremos aquí manteniendo retenidos y encerrados en esta iglesia al «Anunciador« y al «Explorador« hasta el momento final que sea necesario… Hasta que Dios quiera podremos…

Por Lic. Gregory Castellanos Ruano

 

 

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