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28 de diciembre 2025
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OpiniónAnn SantiagoAnn Santiago

Habemus… ¿esperanza?

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“Habemus Papa”, dijeron otra vez. Y otra vez el mundo contuvo el aliento, como si ese humo blanco pudiera limpiar los pecados que llevan siglos flotando sobre los techos del Vaticano.

La Iglesia Católica tiene nuevo líder. Otro hombre. Otro anciano. Otro guardián de una institución que ha aprendido a pedir perdón, pero no tanto a cambiar. Y aunque muchos celebran con emoción la llegada de un nuevo papa, a otros nos nace la duda como si fuera una espina antigua: ¿qué tanto puede cambiar un árbol si sus raíces siguen siendo las mismas?

Porque no se trata solo de quién es el nuevo papa. Se trata de lo que representa. Se trata de una Iglesia que bendice a los poderosos y excomulga a las mujeres que abortan. De una Iglesia que canoniza a hombres pero guarda silencio sobre los abusos. De una Iglesia que predica amor mientras le da la espalda a miles por su orientación sexual, su independencia o su forma de pensar.

Sí, habemus papa. Pero ojalá tengamos más que eso.

Ojalá tengamos también un poco de valentía para enfrentar la doble moral que habita en muchas parroquias. Ojalá tengamos memoria para no aplaudir a ciegas. Ojalá tengamos fe, pero una que no anule el pensamiento crítico. Porque la fe sin conciencia es solo obediencia disfrazada de espiritualidad.

Porque no basta con elegir a un nuevo pontífice si seguimos repitiendo los mismos errores con otro acento. No basta con cambiar el rostro si las manos que bendicen no se ensucian con la realidad del pueblo. No basta con decir que este será “el papa del diálogo” si ese diálogo no incluye a las mujeres, a las madres solteras, a las víctimas de abuso, a las comunidades que llevan siglos siendo ignoradas.

A ti, nuevo papa —aunque tal vez nunca leas esto— te deseo más fuego que incienso. Más coraje que diplomacia. Más verdad que tradición. Porque este mundo no necesita un líder de mármol. Necesita un pastor que camine descalzo por las grietas del alma humana. Que escuche más que juzgue. Que ame más que condene. Que entienda que ser la voz de Dios también implica cargar con los gritos de quienes han sido silenciados por siglos.

Y si aún crees en Dios —no en la institución, sino en ese susurro de justicia que arde en el pecho— entonces entenderás que no podemos seguir llamando “guía espiritual” a un sistema que aún impone culpas por nacer mujer, por amar diferente, por pensar con libertad. Que no podemos seguir tapando con oraciones los crímenes que se cometieron bajo sotanas.

Así que sí, habemus papa.
Ahora falta ver si tendremos también un poquito de justicia divina… aquí en la tierra.
Porque allá arriba todo está perdonado.
Pero aquí abajo… todavía duele.

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