Si el primer debate entre Hillary Clinton y Donald Trump se caracterizó por los argumentos baladíes, el segundo llevado a cabo el pasado domingo en Saint Louis, tuvo como tónica dominante las descalificaciones y los insultos. Si se fueran a definir a grandes rasgos los dos debates escenificados en Estados Unidos hasta el momento, no se falta a la verdad si se describieran como un circo de muy mal gusto, indicativo de la orfandad de estadistas que tiene el país más poderoso del mundo.
El video exhibido días antes por The Washington Post en donde Trump hace alusiones lascívicas y misóginas junto Billy Bush, primo de Jeb Bush, le produjeron prácticamente un terremoto político dentro de las filas republicanas, pendiéndole la espada de Damocles, y dejando abierta la posibilidad de una forzada renuncia.
Como desde el primer debate, el magnate de los casinos e inmuebles amenazaba con mostrarle al público el supuesto pasado lujuriosamente borrascoso del ex presidente Bill Clinton, la todopoderosa maquinaria demócrata no perdió tiempo, y se preparó para propinarle un knockout de tal magnitud, que si lograba “salvarse”, por lo menos quedaría “más loco”.
La presentación del video libidinoso de Trump, produjo un golpe tan contundente en sus aspiraciones, que los congresistas republicanos Mike Lee (Utah), Mark Kirk (Illinois) John Thune (Dakota de Sur), Jason Chaffetz (Utah), Barbara Comstock (Virginia), entre otros, le pidieron al propietario de la popular torre de la Quinta Avenida de Manhattan la renuncia a la candidatura del partido de Abraham Lincoln y Ronald Reagan.
Con sus aspiraciones en abierto declive, y a sabiendas de que durante el segundo debate saldría a relucir el affaire del video, el acaudalado empresario newyorkino junto a su equipo de campaña dejaron atrás el infructuoso “amagar y no dar”, para darle paso a una a rueda de prensa hora y media antes de la disputa con Clinton, como forma de detener la certera campaña orquestada en su contra.
Trump presentó a los medios de comunicación a Paula Jones, Kathy Shelton, Juanita Broaddrick y Kathleen Willey, quienes acusaron a Bill Clinton de violación, y a Hillary de encubridora.
En el caso de la señora Shelton, ésta dice haber sido abusada a los doce años de edad, y que la abogada del violador fue la actual postulada por el partido del burro, lo que según Shelton, descalifica y desautoriza a Hillary Clinton a presentarse como defensora de las mujeres.
Pero el aparato propagandístico demócrata es tan avasallante y su manejo de los mass medias es tan evidente, que las denuncias de las cuatro mujeres no tuvieron la trascendencia esperada, resultando infructuoso apagar el fuego inextinguible, que incinera las aspiraciones de Trump.
El aspirante por el partido del elefante se siente derrotado. Sabe a ciencia cierta que el apoyo de la clase obrera blanca estadounidense pauperizada no le reportaría los votos suficientes para llegar a la Casa Blanca. No ignora que la parte de la clase media empobrecida que le sigue superará los innumerables grupos que le adversan. Reconoce que a los diferentes obstáculos que socavan su campaña, se suma también la férrea oposición del Smart-money norteamericano, que lo ve con ojerizas.
Los fríos números estadísticos indican que la figura del exitoso hombre de negocios no ha logrado el espacio necesario para presentarse como la némesis de los sectores que se dice han empobrecido a una gran parte de población de ese país.
Si el primer debate fue un canto a la anarquía, y el segundo un concierto a las descalificaciones personales, alberguemos fe en el tercero, el cual será el miércoles 19 de octubre, en las Vegas, y del que ya se están vendiendo las boletas de entrada, para ver si abandona el recurrente camino de los insultos, que hasta este instante es la nota que ha primado.
Por Elvis Valoy




