Cuando un gobernante está en el dilema de, si el caos o el orden, se inclina por lo último. Las razones son múltiples aún cuando pudiera no resultar simpática la idea de hacer sentir la autoridad. Es algo tan simple que comienza por la propia familia, por ese pequeño núcleo que es la primera responsabilidad de todo padre o madre, o bien de un tutor.
En esencia es la necesidad de la preservación, pues en el caos nos exponemos al peligro en ocasiones imprevisible. En el desorden no hay progreso, ni paz, ni sosiego, ni seguridad, ni mucho menos garantías.
El país ha perdido ese sentido de la autoridad. En gran medida nuestros organismos responsables de aplicar la ley no lo hacen, y en la práctica han perdido todo respeto ante la población. No hay límite frente a la autoridad, ni mucho menos se lo ha ganado.
La Policía Nacional no tiene ningún valor en el aprecio de la población, y el sistema judicial tiene muy poco. Y peor aún, la mayoría termina creyendo que las cosas que hacen ocurren atendiendo a un interés particular o sectorial, no respondiendo al colectivo. Se necesita generar sensación de orden.




