Me sorprendió una gallina que, un segundo antes de estacionarme en un amplio parqueo en Esta Capital, escogió mi humilde carro blanco para posar su cuerpo. En principio pensé que quería soltar sus porquerías.
Con vuelo algo agitado y su cacareo clásico de “ coc co, co coc,” el ave se colocó frente al cistalino volante, picoteo entre el cristal y el limpiaviridos. No quería se soltara sus porquerías, y se lo dije justo en el único segundo en que posó sus ojos alborotados sobre mí.
La mire, no con la ternura que se mira a un hijo, y esto es lo que quise preguntarle, ¿ Por qué escoges este carro? Como este relato no entra en el género de las fábulas no me respondió nada.
Pero, estaba agitada, y esto fue lo que leí en sus ojos, que se hicieron más límpidos en el clarear de la mañana, -no tenía otra salida.-
Cerré la puerta de un tirón, y entonces intenté espantarla, y ella no tuvo más remedio que volar, y voló.
A sólo unos pasos de estaba un personaje al que no había visto, un gallo grande y manilón, parecía su padre o talvez su abuelo, a decir de la envergadura de uno y de la otra ave.
Fui testigo, de un momento difícil para la pareja, de un lado las quejas del macho en dos ocasiones emitió su sonido quiquiriquí» o «kikirikí . Era como una queja, porque cuando llegó al parabrisas le estaba huyendo, lo estaba dejando atrás. Pero la gallina en ese momento, aparentemente no quería estar con el animal.
Todo ocurrió tan rápido, pero en sólo segundos, el manilón batió las alas como si lo hubieran coronado campeón de todos los gallos dominicanos, abrió sus alas como un paraguas gigantesco, dio un picotazo suave en la cabeza de la gallinita como para sostenerla en entonces la pisó.
Mi sorpresa fue que no hubo más cacareos ni quejas, ni de uno ni de otro. Caminé al lado de ambos consciente de que eran una pareja a la que debía respetar…No más comentarios…