La izquierda está calentando la temperatura política de América Latina. El último termómetro es el triunfo arrollador de Gabriel Boric, el joven diputado izquierdista que arrasó en las elecciones chilenas y que se juramentará en marzo de 2022.
Las elecciones resucitaron dos grandes sombras del pasado: Allende y Pinochet. Así, el antagonismo político-electoral se encarnó en los dos candidatos presente-pasado: Boric-Allende y Pinochet-Kast. Venció la izquierda de Allende y arranca ahora un hondo proceso de reformas, similar al que encabezó el presidente mártir.
Boric se unirá a un club de izquierdistas regionales (Xiomara Castro, Maduro, Ortega, Arce, Castillo) y heredará un volcán de protestas y demandas sociales a granel. Se pondrá a prueba y tratará de izquierdizar aún más a Chile, impulsando la ya clásica agenda de feminismo, ecologismo e ideología de género. En lo político, expandirá el papel del Estado para que ofrezca bienestar social y felicidad pública. Será el constructor de un Welfare State a la manera chilena: protección a los parados, mayor subsidio social, paquete de nacionalizaciones. Este programa, inspirado en el malogrado presidente Salvador Allende (1970-1973), revivirá el frustrado allendismo. Allende nacionalizó el cobre y otros sectores económicos, fue descabezado y terminó en tragedia, ensangrentado en el mismo Palacio de La Moneda.
Boric será el presidente más joven de Chile desde que se instauró la democracia hace tres décadas. Patricio Aylwin acaudilló un poderoso arcoíris político y estrenó el pospinochetismo. Asumió la responsabilidad histórica de dar reposo a los despojos mortales del gran Allende. Le siguieron presidentes de la misma coalición, hasta que el primer Piñera la derrotó y se encaramó en el poder. Entre Piñera y la Bachelet hubo una alternancia nítida: él y ella se intercambiaban el Ejecutivo.
Su ascenso al poder llegará en medio de un remolino mundial: pandemia, sacudidas económicas, fuertes gritos de la sociedad. La pandemia interroga el nuevo papel del Estado, ese «ogro filantrópico» según Octavio Paz. La crisis ha revelado la importancia de un Estado pujante, participativo y abierto en economía. Ha tenido que asumir los platos rotos de la plaga mundial. Ha tenido que dar pan a millones de parados. Ha tenido que subsidiar a miles de empresas. Ha tenido que auxiliar a millones de desamparados. Ha tenido que endeudarse hasta el cuello para evitar un cataclismo social.
Las sacudidas sociales están presentes en Chile más que en ningún otro país. Las protestas brotaron en 2019 y han dejado un gran vapor en el ambiente social. Es más: para sofocar los gritos sociales y evitar un desbordamiento político, la gente recibió tres calmantes económicos, quiero decir, tres retiros adelantados de 10 por ciento cada uno, a expensas de los fondos de pensiones. Fueron tres píldoras financieras administradas a la gente como calmantes para bajar la temperatura febril de la gente.
Así, la muchedumbre se tomó los calmantes y se bajó la fiebre, mientras el cuestionado Sebastián Piñera sobrevivió, ya con la gente sedada. Los sedantes tuvieron el cálido efecto de apaciguar el ánimo público y de bajar la hirviente olla social.
Claro, la gente retiró sus fondos anticipados sin pensar en desbarajuste económico ni en catástrofes futuras. Solo quería -y necesitaba- oxígeno financiero para aliviar los malogrados pulmones de su bolsillo.
Boric es un gran promotor de dos enfermedades de nuestro tiempo: el feminismo, ese grito con falda y pantalón, y la llamada ideología de género, machismo invertido e infantil. Pero es también una brillante conciencia ecológica. Sus ecos medioambientales aún resuenan en el Congreso chileno, hundido en los pies de América.




