En República Dominicana, ser mujer es vivir con miedo. No es una metáfora, no es exageración. Es miedo de verdad. Miedo a no regresar a casa, a ser golpeada, violada o asesinada. Miedo a ser una cifra más en una lista que parece no tener fin. En 2024, 71 mujeres fueron asesinadas por sus parejas o exparejas, dejando a más de 54 niños y niñas huérfanos. Pero esos son solo los números que lograron romper el silencio. Detrás de cada estadística, hay una historia rota. Y lo más aterrador es pensar en las muertes que no salen en los medios. Las que se pierden entre excusas, negligencias y miradas que prefieren no ver.
La Normalización de la Muerte
En la prensa, los feminicidios se cuentan como accidentes de tráfico. “Crimen pasional”, dicen. Como si la muerte fuera una consecuencia natural del amor. Como si los celos justificaran un cuchillo en el pecho o una bala en la cabeza. “Él era buen hombre, pero ella lo dejó.” “No soportó verla con otro.” “Fue un arrebato de locura.” Palabras que suavizan el horror. Pero no, no fue pasión. Fue poder. Fue rabia. Fue la certeza de que, en este país, ser hombre todavía te da derecho a decidir quién vive y quién no.
Porque aquí, una mujer puede denunciar y aun así morir. Puede gritar, correr, esconderse y aun así ser encontrada. Cuando un hombre decide que una mujer le pertenece, el sistema suele darle la razón. Solo el 30% de las denuncias por violencia de género reciben una respuesta efectiva. Y si llega a haber sentencia, es apenas un gesto simbólico. ¿Cuánto vale la vida de una mujer en República Dominicana? Menos que el arrepentimiento ensayado de su asesino en el tribunal.
La Justicia Que Nunca Llega
Cada tanto, un caso sacude al país. Emely Peguero, la adolescente embarazada brutalmente asesinada. Anibel González, que denunció a su agresor una y otra vez hasta que él salió de prisión para matarla. Por unos días, la indignación llena las calles y las redes sociales. Pero luego el ruido se apaga. La rutina vuelve. Hasta el próximo nombre, la próxima foto, la próxima historia que nos hará temblar de impotencia.
Y cuando la justicia no llega, la culpa sí lo hace. Porque aquí, la mujer muerta también es juzgada. “¿Por qué no lo dejó?” “¿Por qué no se defendió?” “¿Qué hizo para provocarlo?” La carga siempre cae sobre la víctima. Como si el crimen no fuera la violencia, sino la terquedad de haber amado al hombre equivocado.
Las Que No Salen en los Medios
Por cada mujer que vemos en los titulares, hay decenas que mueren en silencio. Mujeres pobres, invisibles. Sus muertes no venden periódicos. Nadie entrevista a sus vecinos. Nadie pinta murales con sus rostros. En barrios marginales y comunidades rurales, las denuncias no son más que papeles olvidados en un escritorio. Muchas ni siquiera denuncian. Porque saben que hacerlo podría ser su sentencia de muerte.
Y en medio de todo esto, están las niñas. Las que crecen viendo a sus madres ser golpeadas, insultadas, amenazadas. Las que aprenden desde pequeñas que el amor duele, que la violencia se perdona, que una disculpa basta para empezar de nuevo. Muchas de ellas repetirán la historia. Porque cuando la violencia es lo único que conoces, cuesta imaginar un final distinto.
¿Hasta Cuándo?
Este país no necesita discursos indignados cada vez que otra mujer muere. No necesita minutos de silencio. Necesita acción. Leyes que se cumplan. Jueces que no miren hacia otro lado. Refugios seguros para quienes intentan escapar. Programas de prevención que no se queden en folletos olvidados. Porque cada mujer asesinada es una prueba de que el Estado ha fallado. Y cada agresor libre es una amenaza para la próxima víctima.
Pero no solo es el Estado. También somos nosotros. El silencio mata. Mata cuando callamos un comentario machista. Cuando justificamos el control disfrazado de amor. Cuando culpamos a la víctima en lugar de al agresor. Mata cada vez que elegimos no meternos, no incomodarnos, no hacer ruido.
No podemos seguir normalizando la muerte. No podemos aceptar que ser mujer en República Dominicana sea un deporte de alto riesgo. Cada vez que una mujer es asesinada, este país pierde algo que no podrá recuperar. Y si seguimos esperando a que otros hagan algo, la próxima cifra en los titulares podría ser alguien que conoces. O podrías ser tú.
Ya no hay tiempo para el silencio. Es momento de gritar. Por las que ya no están. Por las que aún pueden ser salvadas. Porque esto no es amor. Esto es feminicidio. Y debe terminar.
