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31 de diciembre 2025
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4 min de lectura Una mirada al presente

En la malla de los huracanes: San Zenón, David, Georges

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Los huracanes son punzadas a la epidermis histórica dominicana. Atraviesan y horadan la piel nacional como un flechazo de tragedias y sinsabores. Los desastres quedan marcados en la psique colectiva. La mente se vuelve locura de recuerdos. No es para menos, ni para más: Santo Domingo, en la malla de los ciclones, está encallado en el corazón del Caribe, esa alfombra de aguas frenéticas y procelosas. «Ubicado en el mismo trayecto del sol/oriundo de la noche»: lo dijo Pedro Mir, el Poeta Nacional. (No quiero regatear ahora ese pomposo y acaso inmerecido título.)

Ciclones y terremotos conspiran contra el bienestar de la isla. La felicidad isleña pende de los caprichos de la naturaleza. De pronto se forma un fenómeno y sacude a la gente. Lo inevitable: el huracán, se torna evitable: la tragedia humana. La catástrofe queda, así, como una marca dolorosa y punzante en la memoria colectiva.

Acudir a ese pasado es destapar un destino de fenómenos catastróficos y terribles. La dominicanidad está metida en la malla de los huracanes. Los terremotos acechan también: más de un movimiento brusco ha provocado sobresaltos telúricos y humanos. En 1842, un sismo destruyó, mató, arrasó casuchas, edificios, viviendas. El cuadro fue sangriento y trágico. En 1946 se repitió a su manera: otro terremoto, tan severo como el anterior, hundió a Matancita, un caserío de Nagua, y dejó un saldo de muertes y destrucciones a granel.

La temporada de ciclones ha sido una maldición. La historia nacional es «un furioso merengue»: lo dijo Franklin Mieses Burgos, el otro gran poeta nacional. (Hay otro más alto, quizás: Cunito del Cabral. Ellos son la gran trilogía poética dominicana.) Es inevitable avivar las heridas de huracanes y temblores. El pasado nuestro es un fuerte temblor bañado de sal y mortandad. De San Zenón a David a Georges, se dibuja una larga cadena de desgracias y amarguras. Ellos, los tres dioses mayores de la ciclonería tropical, han despojado a miles de familias, destruyendo sin cuento, abriéndose paso a golpe de chaparrones y destrozos. Los huracanes han provocado más desgracias que el machete, ese instrumento brutal y rústico que ha forjado también más de una leyenda y más de un heroísmo.

Resumen diario de noticias

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A mi manera puedo reconstruir la experiencia. San Zenón pasó como ciclón por su casa, machacando a la endeble ciudad de Santo Domingo. Se llevó casuchas, viviendas de paja, barro y yagua; causó mortandad. Santo Domingo no era todavía Ciudad Trujillo. El devastador huracán transmutó el destino de la ciudad -y de la desdichada república. En efecto, el recién entronado dictador, Rafael L. Trujillo, desafió la catástrofe, suspendió el pago de la deuda, sembró el terror. El reajuste financiero fue adusto y fue severo, con sus tretas políticas y sociales. A veces los artistas lo dicen mejor con su inspiración: «Cada vez que me acuerdo del ciclón, se me enferma el corazón». El Trío Matamoros lo expresó en una canción clásica e inmortal.

De David me cuentan. Ese 31 de agosto de 1979, día de San Ramón, el ciclón barrió con casitas, desprendió techos, hundió viviendas, inundó calles y avenidas. Ensució y destruyó comercios, originó muertes y dejó miseria a su paso. Le siguió la tormenta Federico, que remató los despojos de David. Fue el gran remate.

Sobre Georges no me cuentan: yo lo viví, y lo recuerdo. Ese 22 de septiembre del 98, hace 24 años, vi y escuché los poderosos vientos aullando en el aire, moviéndose fuertemente y produciendo inundaciones. El temor se disparó. Familias andaban en desbandada, con sus casitas hundiéndose ante ellos, mientras buscaban refugio. Estaban impotentes. Fui testigo de la catástrofe. Me pasó por la cabeza un techo de tola desprendido de un negocio. Estuve a punto de ser parte de las estadísticas. Mi casa, en Villa Mella, se convirtió en un refugio improvisado. Unos vecinos se refugiaban allí con el drama a cuestas, llevando sus pocos ajuares y enseres. Algunos se quedaban esperando que la desgracia pasara. Así pasaron las horas. La tristeza se dibujaba en los rostros pálidos y demacrados de esos lugareños. Eran más agonía que desesperación.

Fiona llegó como turista violento, se metió de acechón y trastornó el país. Ha sembrado desesperanza y caos. Cosechas se fueron a pique. Cultivos se arruinaron. Casitas destruidas.-