El Venezolano Moisés Naim, en su best seller “El fin del poder” sostiene que el poder no es lo que era antes; que se ha vuelto más fácil de obtener, más difícil de ejercer y más fácil de perder. Esto no supone que las estructuras tradicionales, las grandes hegemonías políticas, empresariales y religiosas hayan perdido todo su poder, pero sí que tienen que adaptarse y acostumbrarse a convivir con un contrapeso formado por millones de ciudadanos relacionados, conectados e informados como nunca antes, que se están empoderando y convirtiéndose en agentes clave para el cambio.
Estos ciudadanos de la era Red, ya no se limitan a observar la realidad de forma pasiva, sino que también están desarrollando capacidad de acción y a la hora de votar se convierten en electores informados, complejos, imprevisibles, hostiles y cambiantes; disminuyendo la fidelidad del voto e incrementando su fragmentación.
No solo estamos entonces ante el fin del poder, sino también ante el fin de la política tal como la conocemos. Si vivimos en una sociedad liquida, si la sociedad está cambiando a saltos, la política también tiene que hacerlo, y tendrá que ceder a una nueva manera de ver, de pensar, de hacer y de comunicarse con el ciudadano.
El votante ya no piensa en colectivo, la política se ha individualizado; la micro segmentación como técnica del marketing político plantea la necesidad de ir mas allá de la demoscopia tradicional. Las encuestas y los focus group no son suficientes, dan fotografías incompletas de lo que piensa y siente la ciudadanía. En una campaña política saber poco de muchos no sirve.
Mejor será saber mucho de pocos, afinar la puntería al máximo para hacerles llegar a los votantes en mensaje oportuno, hablarles de lo que realmente les importa y moviliza. Estamos ante un nuevo paradigma electoral, caracterizado por sentimientos, emociones, relaciones, comunidades y valores. En la comunicación política estamos pasando de la masificación a la personalización, de lo macro a lo micro.