La temporada regular es solo un prólogo. Puedes ganar cien juegos y que todo se borre con un mal inning en octubre. Puedes entrar arañando el último puesto de wildcard y terminar levantando un anillo. Esa es la belleza cruel del béisbol: aquí nadie tiene nada seguro hasta que cae el último out.
Este 2025 ya tiene a sus invitados en la fiesta grande. En la Liga Americana, los Blue Jays se quedaron con el Este, los Mariners con el Oeste y los Guardians con el Centro. A la lista se sumaron Yankees, Red Sox y Tigers desde el wildcard. Del otro lado, en la Liga Nacional, los Brewers, Phillies y Dodgers aseguraron sus divisiones, mientras Cubs, Padres y Reds se colaron por la puerta trasera.
Ahí están los favoritos, los que cargan nóminas millonarias y fanáticos que los dan por campeones antes de tirar la primera bola. Pero octubre no respeta etiquetas: un underdog puede tumbar a un gigante en una sola serie. Y lo hemos visto demasiadas veces como para seguir creyendo que el dinero compra nervios de acero.
Para nosotros, los dominicanos, los playoffs son algo más que un calendario. Son noches de desvelo siguiendo a los nuestros, nombres que alguna vez jugaron descalzos en un play de barrio y hoy pisan los diamantes más caros del mundo. Cada turno al bate de un dominicano es un pedazo de país colándose en la pantalla. Cada jonrón es un grito colectivo que no entiende de fronteras.
Y octubre no es solo el mes de los playoffs en las Grandes Ligas. También es el inicio de nuestra temporada invernal, ese torneo que convierte al país entero en un estadio gigante donde se paraliza la rutina, donde los colmados se llenan de debates y cada jugada se discute como si fuera asunto de Estado. Para el dominicano, octubre es el verdadero comienzo del año beisbolero.
Y mientras el mundo se obsesiona con brackets, estadísticas y predicciones, nosotros sabemos la verdad: el béisbol no es un algoritmo, es un pulso. Es un corredor en tercera en el noveno inning, es un relevista temblando con las bases llenas, es un batazo que convierte la derrota en gloria.
Que pasen los que juegan con hambre, no los que confían en la nómina. Que ganen los que entienden que octubre no perdona el descuido. Porque al final, en este juego, la gloria no se compra: se suda.
Por Ann Santiago
