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31 de diciembre 2025
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OpiniónArmando OliveroArmando Olivero

El sonido de una sociedad sin valores

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Hubo un tiempo en que la música era el latido del alma de la humanidad. Era un faro de inspiración, un vehículo para contar historias de heroísmo, fe y amor puro. Los ritmos, las líricas y las melodías no solo entretenían, sino que elevaban el espíritu, unían a las comunidades en la esperanza y fortalecían los valores que sostenían a la sociedad. Esa música era sana, una fuente de vida que reflejaba lo mejor de nosotros mismos.

Pero algo cambió. El pulso se distorsionó. Una élite perversa, con agendas ocultas, tomó las riendas de la industria musical, transformando el arte en un arma de control social ¿con qué fin?….dejo en tu corazón la respuesta. El nuevo sonido, masificado por los medios de difusión, no busca la elevación, sino la degradación. Glorifica el hedonismo vacío, la violencia, la promiscuidad y la rebeldía sin causa. Lo que una vez fue el eco de la vida, hoy es el presagio de una muerte sin alma.

El poder de esta música para diseñar la conducta de los seres humanos es innegable. Como un virus que se propaga silenciosamente, sus mensajes perversos se infiltran en la mente de los jóvenes, debilitando su juicio, corrompiendo sus valores y sustituyendo su búsqueda de trascendencia por una sed de gratificación instantánea. Es la manifestación de un principio devastadoramente simple: «Dime lo que escuchas y te diré cómo piensas; dime lo que piensas y te diré cómo actúas». Esta música no solo refleja la decadencia, sino que la produce.

La complicidad silenciosa del poder

Lo más inquietante de esta tragedia es la complicidad silenciosa de los gobiernos. Los estados, que tienen el deber de proteger a sus ciudadanos, se hacen de la vista gorda. La falta de regulación y la ausencia de un debate público serio sobre el impacto de estos contenidos son una rendición tácita ante las fuerzas que buscan un control indirecto. Una sociedad desmoralizada, distraída por el género de una música malsana y adicta a la superficialidad, es una sociedad fácil de manipular y menos propensa a reivindicar sus derechos.

El destino de comunidades como la de la calle 42 de Capotillo en República Dominicana, que pasó de ser un epicentro de activismo a un símbolo de caos y desesperanza, es una advertencia global. La música de la calle 42 ya no es un canto de resistencia; es la banda sonora de la adicción y el crimen. El cambio de la música de esa calle es un reflejo de lo que ocurre en el mundo. La batalla por el futuro no se librará con armas, sino con ideas, y en este momento, la música que domina las ondas está ganando la batalla por el alma de la juventud.

Una llamada a la acción

Es hora de que la sociedad despierte y reconozca el verdadero peligro que enfrenta. No es solo un problema de entretenimiento, es una crisis social. La música es un espejo del alma, y si el reflejo que vemos es la muerte, entonces nos estamos autodestruyendo.

Por: Armando Olivero.
Analista Legal especialista en Derecho de Autor

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