En este país tenemos un talento enorme, pero parece que solo aplaudimos lo que suena alto en una discoteca y dura tres meses en la radio. La música que incomoda, que te hace pensar, que no se baila con un trago en la mano, esa la dejamos morir en silencio. Por eso artistas como Vicente García, Covi Quintana, Letón Pé, Rita Indiana, La Armada o Xiomara Fortuna tuvieron que salir a buscar reconocimiento fuera. Y no porque no valieran, sino porque aquí no supimos valorarlos.
Estamos tan acostumbrados a la música desechable que ya no distinguimos el talento real de lo pasajero. Y lo digo sin miedo: en República Dominicana tenemos música basura que se consume a diario. Sí, es pegajosa, sí, se baila, pero ¿qué deja más allá de la resaca del fin de semana? Nada. En cambio, hay voces que construyen cultura, que mezclan raíces con modernidad, que cuentan historias nuestras con un nivel de arte que merecería estadios llenos.
Vicente García tuvo que irse para ser escuchado. Covi Quintana canta letras que podrían salvarnos del ruido, pero no llenan las listas de Spotify en su propio país. La Armada, una banda que mezcla hardcore con fusiones caribeñas, emigró porque aquí no había espacio para ellos. Y mientras tanto, nos seguimos acostumbrando a vivir en un loop de lo mismo: lo vulgar, lo inmediato, lo fácil.
El problema no es que existan géneros comerciales. El problema es que nos educamos solo con eso. Que nuestros hijos crezcan creyendo que el arte es únicamente lo que explota en la discoteca. Que no sepan quién es Xiomara Fortuna, que nunca escuchen a Rita Indiana, que crean que la única forma de “ser alguien” en la música es repitiendo la misma fórmula barata.
Yo no digo que vayamos a una discoteca a escuchar a Covi Quintana. Pero sí deberíamos ser capaces de encender el radio, abrir Spotify o prender la televisión y tener opciones. Diferenciar lo que es arte de lo que es moda. Lo que es talento de lo que es mercadeo. Porque en esa diferencia se forma el oído, la mente y hasta la identidad de un pueblo.
Cada vez que un artista dominicano con propuesta se va del país, perdemos más que una voz: perdemos parte de lo que somos. Y después nos quejamos de que nuestra cultura se reduce a lo mismo de siempre, cuando fuimos nosotros quienes la dejamos morir por falta de apoyo.
La verdadera revolución cultural no está en prohibir géneros ni en despreciar lo popular. Está en aprender a elegir. En darle valor al arte que construye memoria y no solo tendencia. Si seguimos aplaudiendo solo lo desechable, no nos sorprendamos de que los verdaderos artistas sigan tomando un avión para poder ser escuchados.
Por Ann Santiago
