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29 de diciembre 2025
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4 min de lectura Una mirada al pasado

Meriño, el cura rebelde que «se la cantó» a Báez

Meriño reprimió a Báez en la tercera juramentación de este como presidente de la República./Fuente externa.-
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Una mirada honda al 8 de diciembre de 1865 arroja una instantánea histórica, así: Fernando Arturo de Meriño, ese macho ensotanado, dispara contra Buenaventura Báez en la juramentación de este como presidente de la República. Claro, es la tercera vez que Báez acaricia el poder y se monta en el trono presidencial; y más: hay razones para vituperarlo en sus mismas narices: el soberano entrante ha difamado y traicionado a la patria, después de servirle a España como mariscal espurio, mientras la desdichada nación se desangraba en guerra dramática con la Madre Patria para liberar a la República encadenada. La Anexión mancilló al denodado Pedro Santana, el héroe manchado por más de una traición. Fue el devorador de la República: le entregó la patria a la España señorial e imperial. Aclaro: España era un imperio pálido y corroído en sus entrañas, y la Guerra Restauradora demolió esa potencia, cuyo tiro de gracia lo recibiría en Cuba a finales del XIX.

Pues bien, Meriño se erige en vocero de la República malograda -y apenas restaurada- y le reprocha a Báez su antinacionalismo y perfidez terrible. La pieza oratoria fue una reprimenda severa y espléndida:

«Profundos e inescrutables secretos de la Providencia. Mientras vagabais por playas extranjeras, extraño a los grandes acontecimientos verificados en vuesta patria; cuando parecía que estabais más alejado del solio y que el poder supremo sería confiado a la diestra victoriosa de alguno de los adalides de la Independencia, tienen lugar en este país sucesos extraordinarios. Vuestra estrella se levanta sobre los horizontes de la República y se os llama a ocupar el solio de la primera magistratura. ¡Semejante acontecimiento tiene aún atónitos a muchos que lo contemplan!».

Báez se estremeció y perplejo se juramentó. Esta vez su gobierno sería efímero: unos meses apenas. Dos veces había sido el mandamás de la nación. La primera (1849-1853) fue regular, pues fomentó la educación pública básica y ordenó penetrar en territorio haitiano y atacarlo; la segunda fue una desventura (1856-1858), puesto que desató la Revolución burguesa del Cibao, cuya base de operaciones estaba en Santiago. Se formó, el 7 de julio de 1857, un gobierno paralelo acaudillado por José Desiderio Valverde en Santiago. Báez, acorralado y asediado por las fuerzas insurrectas, tuvo que capitular y salir al merecido exilio. No lo hizo sin antes empeñar gran parte del patrimonio nacional (embarcaciones, monumentos, reliquias históricas). Con el precio de su tración cruel marchó al destierro, pero regresó al poco tiempo.

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Otra repercusión fue la entrega del mando nacional a Santana, el caudillo artero. El sitio a Báez, defendido apenas por José María Cabral, el patricio Sánchez y Juan Erazo, se prolongó por los rebeldes dirigidos por el general Juan Luis Franco Bidó. El asedio fue infructuoso y trajeron del exilio al monstruo seibano. Santana tumbó a Báez y se abrieron las dos grandes corrientes políticas de la segunda República: azules y rojos, liberales y conservadores. Entreguistas y vendepatrias los dos, uno con más agallas que el otro, y el otro con más carisma que su antítesis.

Ahora, al finalizar el imborrable año de 1865, Báez reconquista el poder y se corona otra vez. El sentimiento nacionalista está muy vivo: es una fuerza poderosa que todo lo arrastra en pro de la patria. Luperón y sus hombres desatan tempestades, rompen murallas y obstáculos, conquistan todo a su paso. Así, le hacen la guerra al malvado presidente y forman un triunvirato (Luperón, Federico de Jesús García y Pedro Antonio Pimentel). En abril cae el gobierno traidor y el gobernante muerde el frío polvo del exilio.

Báez vuelve a entronarse en 1868, esta vez para acaudillar un régimen funesto de seis largos años. Baulito, Solito y otros esbirros andan a sus anchas y hacen sus correrías con indulgencia oficial. Gobierno catastrófico y nefasto, negoció y vendió la República a los poderosos amos de Estados Unidos. Fuerzas estadounidenses se instalaron en la bahía y península de Samaná, se apoderaron de ese territorio e implantaron la bandera de las barras y las estrellas. Los nacionalistas de Luperón tuvieron que volver a restaurar la Restauración, cortando las cadenas espurias que ataban a la desangrada nación.

En su última gestión (1877-1878) se descubren los restos de Cristóbal Colón, el gran explorador del mundo. El 10 de septiembre de 1877 estaban haciendo unos trabajos de restauración en la Catedral Primada de América, y de repente dan con una tumba allí metida. ¡Cuatro siglos y medio están a la vista! ¡Colón y sus hazañas están desenterrados! Es la tierra que tanto amó: «La más bella que ojos jamás hayan visto». Fue el inicio de una polémica estéril que nunca termina. Aquí reposa -y quizás en Cuba también: los huesos del almirante estarían entre dos islas repartidos.-