¿Hacia dónde se dirige el mundo? ¿Son sus movimientos realmente dialécticos, lo que nos llevarían a pensar que sus impulsos comportan direcciones ascendentes, o lo que es lo mismo progreso y desarrollo?
En la mayoría de los libros futurista se describe un mundo totalmente despiadado, en donde la solidaridad, el compromiso social, el humanismo y el progreso brillan por su ausencia. En esa tónica se inscribe la novela Los Juegos del Hambre (The Hunger Games), de Suzanne Collins, la cual describe la relación ciudadano-autoridad de un país llamado Panem, ubicado en América del Norte.
Es frustrante decirlo, pero los datos demuestran que el mundo no se desplaza por una espiral de desarrollo. El incremento de las tecnologías ha facilitado la vida de las personas, pero está generando un significativo aumento del desempleo, que amenaza la calidad de vida de millones de personas en todo el globo terráqueo.
Lamentablemente las personas no son el centro del universo.
Las llamadas redes sociales, conforman un mundo de poder horizontal, pero que no ocultan sus intenciones de introducir a las personas en un manejable sistema de consumo, creándoles insatisfacciones que únicamente parecen resolverse con la demanda de productos o servicios.
El público interactúa entre pixeles y megabytes, ratificando a cada instante la soledad que la abate en medio de una muchedumbre solitaria que parece no tomar en cuenta a la multitud que puede estar a su lado.
El panorama en patético y frustratorio. No parece haber alternativa en todo el planeta, y más que ciudadanos o ciudadanas, a la gente se le forma como consumidores.
El continente europeo, vanguardia durante toda la vida del pensamiento y la acción social, y desde donde se le dio historia al mundo, luce estancado y perdido en una noche que no demuestra tener fin. Los grandes proyectos antropomorfos que otrora deslindaron la delantera del pensamiento del viejo continente, simplemente se desvanecieron.
Hoy, son los discursos ultraderechistas y cargados de amenaza fascistoides en contra de los débiles, los que tienen la supremacía europea. Ni por asomo se mencionan a los verdaderos culpables de la crisis por la que atraviesa el capitalismo a escala mundial, señalándose a débiles “chivos expiatorios” como los causantes de las calamidades que padecen muchos países.
En Estados Unidos, la nación más poderosa del mundo, y país que ejerce una enorme influencia en toda América, enseña su orfandad societal en la actual carrera por la conquista de la Casa Blanca. La lucha por el poder entre una Hillary Clinton, representante de las grandes corporaciones multinacionales, y un Donald Trump, adalid de resolver las dificultades de las clases media y obrera blanca acusando a indefensos inmigrantes de todos sus males es contraproducente.
Por mucho tiempo se indicó que la globalización sería la solución a todas las dolencias, y sin embargo, ésta resultó ser un caramelo de entretenimiento mundial para que en el interludio de su aplicación, el uno por ciento de la población planetaria se enriqueciera sin límites, en detrimento del más del 90 por ciento que vive en la pauperización constante.
La globalización, que encandiló a las clases dirigentes en todo el orbe, no mejoró la calidad de vida de la mayoría de las personas. El fiasco de la misma ha sido tal que la propia directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde advirtió su carácter excluyente, lo que le ha evitado el beneficio mayoritario.
Los grandes TLC solo favorecen a claques enquistadas en tomas de decisiones, mientras las mayorías empobrecen. Estos acuerdos económicos no tienen defensores, y para muestra solo hay que ver que tanto Hillary como Trump le huyen como el “diablo a la cruz” al momento de tocarse el tema entre ellos.
A los grandes capitales les importan un bledo el rumbo de la humanidad, y el Smart-money únicamente está interesado en sus ganancias, quedando sepultado los tiempos en que el capitalismo buscaba ser menos cruel. Los grandes debates del siglo XIX sobre reformas del socialdemócrata Eduard Bernstein quedaron en el olvido, y el mundo de hoy es un “sálvese quien pueda”, sin otra opción a la vista.
El Estado de Bienestar Social que inconmensurables frutos cosechó tanto en Estados Unidos como en Europa, ha ido paulatinamente siendo desmantelado, para darle paso al capitalismo salvaje, que no para mientes en negarle a las personas hasta lo mínimo de su existencia.
Esa es la realidad del mundo actual. Lo peor de todo es que no parece que las cosas cambiarán.
Por Elvis Valoy




