Lo conocí en su trinchera barrial: San Carlos, y no me sorprendió: Jorge Puello Soriano seguía siendo ‘el Men’ y tenía mi plena admiración. Claro, el encuentro me produjo una poderosa impresión: tenía frente a mí a una leyenda revolucionaria, después de conocerlo en libros y revistas. Mis lecturas se trocaron en un contacto personal que acrecentó mi admiración. Esa figura legendaria y rebelde me animó, y escribí unos renglones que pudieran ser un reportaje. Reconozco, sin embargo, que mi escrito es más un destello personal que una crónica periodística.
Quiero reproducir esa crónica, escrita en 2011 y apenas tocada ahora. Debo decir que tengo una poderosa razón para hacerlo: la vida de ‘el Men’, extinguida ya, me sigue provocando. Así pues, mi escrito es la respuesta a esa provocación, que me inquieta y me lleva a reproducirlo como un homenaje.
‘El Men’ desapareció en 2017, seis años después de nuestro fugaz encuentro. Me deslumbró: lo confieso. Su legado aún me anima. Aquí va mi humilde homenaje.
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‘El Men’ aún huele a pólvora: en su rostro conserva la mirada revolucionaria. Sus ojos, aunque cegatos, transmiten la fiereza de un ‘comandante’. Así le llaman en San Carlos, donde se arrellana en la acera y predica el evangelio de Marx, delante de un gran letrero a rojo y negro: “La Revolución es la única esperanza de los pobres. MPD”.
Pienso que tiene razón: su vida resume los anhelos y avatares de una generación. No solo él asumió un seudónimo revolucionario: sus camaradas también lo hicieron. Así, Jorge Puello Soriano se transformó en un rebelde genuino, solidario con sus compañeros y fiel a su credo revolucionario.
Su vida fue una dramática aventura. Se entregó al clásico Movimiento Popular Dominicano -el MPD del letrero-, abrazó la justicia social, escarpó montañas en busca de la igualdad, y pregonó la libertad como su inspiración. Alma pura, llena de ideales, albergó una causa justa pero utópica.
El MPD, un poderoso y agitado movimiento antitrujillista, fue creado en Cuba por Máximo López Molina, Pablo Martínez, Andrés Ramos Peguero. Nació con una consigna estridente: «¡Resistencia interna o Trujillo siempre!». Regresaron en junio de 1960, seducidos por una tentadora oferta del «Jefe». Fueron traicionados y brutalmente vapuleados. La prometida libertad se convirtió en sangrienta agitación.
El movimiento empredió una grandiosa aventura revolucionaria: se fue a la montaña, con rifles humeantes, y produjo un fulgurante intento de proeza armada. Saldo fatal: los sediciosos terminaron apresados, reprimidos y aplastados.
La razón de esa tragedia está metida en la guerra fría. Era un conflicto bestial, que arrasaba las tierras latinoamericanas y aterraba a Estados Unidos. Cuba, ‘el Gran Satán del Caribe’, animaba a jóvenes arriesgados. ‘El Men’ era uno de ellos. Así, inspirado en la redención nacional, se rebeló y acabó encarcelado. Su ilusión heroica lo conducía al martirio. Faltó poco para que fuera redentor o mártir.
La guerra fría avivaba las pasiones y el fanatismo ideológico. Así, el MPD y el PCD se embestían mutuamente, en una cruzada por el protagonismo comunista. El MPD era pro-chino; el PCD, pro-ruso. No voy a repetir la crudeza de esas luchas sórdidas y brutales.
Ahora vuelvo a ‘El Men’, un ferviente devoto de la revolución. Nació para luchar. A sus 84 años, quería fundar una central de trabajadores. La carencia de un ordenador no le desanima. Al contrario, anima a cientos de empleados -a mí me propuso afiliarme. En este proyecto caben todos, desde un empleado de tienda hasta un mecánico.
Este rebelde, que deplora la desaparición de Fenepia, “un sindicato fuerte”, lleva en sí el sello de la inquietud, quiero decir, la marca revolucionaria.
Tiene otra esperanza: el ojo biónico, cuya existencia constató en la televisión. Solo espera recuperar la visión para contemplar la vida. Quiere ver niños, gente dispuesta, soldados de la post-utopía: la muerte cercana.
Su mente es lúcida: recuerda sus andanzas juveniles, a Cuba, a sus camaradas. Recuerda también la indemnización recibida cuando fue desalojado por un emporio de la zona. Lo consideraron sobremanera: recibió más que a los otros desalojados. Uno de los dueños del negocio -una supertienda- le regaló hace unos años una orden de compras por $5,000 pesos que, sumados a los $18,000 que tenía, le permitió adquirir muchos artículos para llevarlos a Cuba.
A Cuba le debe todo, la vida inclusive. Allí lo operaron en Visión Milagro, estuvo en el Pando Ferrer, vivió mucho tiempo. Habló con Fidel Castro cuando el líder visitó el país. De Nicolás Guillén se le quemaron dos tomos de poesía, y de Marx y Lenin cientos de páginas, así como una enciclopedia. Todo destruido, pero con la voluntad firme, con la esperanza como bandera.
Cuidado: ‘el Men’ aún sueña y huele a pólvora.-




