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19 de abril 2024
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OpiniónManolo PichardoManolo Pichardo

El Liquidador

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Una de las grandes figuras del Siglo XX, fue un hombre juzgado y condenado por “desertor” en medio de decisiones complejas, en el marco de un proceso de independencia nacional, que algunos de sus amigos, pares ideológicos, o aliados nacionales y extranjeros, no comprendían por desconocer el contexto de la realidad de un país con características muy específicas que les venían dadas por el escaso desarrollo económico, social y, consecuentemente, político que ameritaban de acciones ajustables a lo que permitiera el terreno.

Hubo de enfrentar las críticas internas y externas. Pero como se entenderá, lo más difícil fue plantarle cara a los que le acompañaron en el tramo de su proyecto político cuando aún no había hecho los ajustes que debió impulsar como producto del estudio de la composición social de su país, lo que nos señalaría que lo hizo de manera consciente; o por instinto, que es lo mismo que decir olfato, una condición que genera creatividad y le da a la política, además de su condición de ciencia, la de arte.

La conjunción de estas condiciones produce, como afirmara Juan Bosch, la creación de un genio político. Esa categoría alcanzó Ho Chi Minh, quien había fundado en 1930 el Partido Comunista de Indochina y lo disolvió para crear, en 1944, la Liga para la Independencia de Vietnam, al comprender o intuir que las diferentes fuerzas sociales vietnamitas debían converger en un proyecto político diseñado sobre la base de un programa que detectó, recogió e impulsó los intereses comunes para unificar a la mayoría de la sociedad en tordo al objetivo alcanzable en aquel momento histórico: la liberación nacional.

Antes de la reivindicación frente a sus antiguos amigos y aliados, e incluso frente a sus enemigos y La Historia, El Tío Ho, por su acción del 1944, era El Liquidador, porque no comprendieron que no liquidaba, que no desmantelaba, que no deshacía, que no dividía; que, contrario a estos juicios, reajustaba, creaba, construía, recomponía, unificaba; en fin, dio inicio a un proyecto que, desde una honda y su diminuta figura física, enfrentó las gigantescas espadas de mastodontes con talantes y relatos de inexpugnables, llevándolos a morder el subsuelo de la derrota y servir de ejemplo a otros pueblos de apariencia débil.

Aquel acontecimiento, como muchos otros en la historia de las civilizaciones, nos enseña que en la guerra y en la política los campos de batalla son similares o se entrecruzan. En la guerra está la política y en la política está la guerra. Ho Chi Minh fue del partido a la guerra y desde la guerra al partido; conocía los escenarios que, en términos de tácticas y estrategia, parecían uno. Tenía claro que la unidad interna llevaría a victorias sucesivas y, como era un hombre de dimensiones extraordinarias, articuló un proyecto sin relación con asuntos personales, por ello sus acciones no eran movidas por los bajos instintos que acompaña a los seres inferiores.

Los seres inferiores y resentidos dan vueltas en torno a su odio y complejos de inferioridad, no actúan en los escenarios de la política y la guerra con sentido objetivo ni colectivo; avanzan siempre con sus pequeñeces individuales hacia el tribunal de La Historia que, de manera inequívoca, los coloca en su zafacón, porque no sirven como referentes ni ductos para canalizar los avances en espiral que necesita la sociedad para su desarrollo material, e incluso espiritual, pues no construyen, destruyen; no unifican, dividen; no siembran, desmontan en sus constantes desbarres políticos, provocados por la miopía de no entender la utilidad del instrumento transformador que corrompen y destruyen como lo hace El Liquidador dominicano de hoy.

Manolo Pichardo

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